El diablo está de luto
Dicen en el pueblo que, desde hace tres noches de Luna nueva, el diablo anda de luto: envuelto en una sombra que parece cosida con x de trueno. Nadie sabe si guarda duelo por un alma vendida al menudeo, por un moribundo que aún no termina de entregársela, o si todo es un truco suyo, perfumado con azufre o un mal augurio infernal de temporada.
La prensa local, siempre ávida de tragedias, confirmó que la figura oscura rondó el callejón del cementerio con la solemnidad de un viudo reciente.
Los ancianos pueblerinos, que cargan una montaña de supersticiones, conjuros y leyendas, aseguran —como dice don Pancho— “que si el diablo se viste de negro y salió de las llamas del infierno a cobrar a alguien que el humor logró engañarlo —un oscuro milagro— es que sus artimañas ya no tienen efecto”. Otros, menos dados a santos y espantos, y más amigos del murmullo, juran que lo que perdió no fue un alma, sino el miedo que inspiraba, o su prestigio de diablo: un dominio que se le vino abajo a golpes de conciencia, remordimiento y, sobre todo, por la competencia feroz de la vileza humana, que ha ido quitándole el mercado del mal.
Sea como sea, últimamente el diablo no sale mucho. Hasta han dicho que vive apenado. En los bares ni putas ni forajidos —es decir, nadie— lo menciona; y se cree que cuando la bruja del pueblo perdió al marido, también se alejó de él. Hoy se habla más de crisis, hambre, sexos, algoritmos, inteligencias manipuladas, gobiernos que se reciclan en su propia sombra, y líderes espirituales que venden salvación por catálogo, según el barrio así el precio ($).
A este rosario al que no se le reza se le atribuye la causa de ver a un diablo melancólico y afligido.
Es posible que él esté de luto por haber quedado desfasado.

Pero la noche en que todo comenzó, un niño del barrio juró haberlo visto mirando al cielo con lágrimas. No al infierno, como uno esperaría. Lo vio con la cabeza levantada, abatido, frustrado, como quien pierde una apuesta con el destino. Eso sí asustó a los vecinos: porque un diablo preocupado por el cielo es un signo apocalíptico o, peor, de incompetencia.
Un teólogo local interpretó el gesto como una derrota cósmica: “Cuando el mal no logra convencer a nadie, se viste de luto”, dijo en su programa de radio. Pero un filósofo ateo lo contradijo: “No es duelo. Es la sistematización de los códigos y signos del marketing, dado que el mal cambia de traje cuando el viejo ya no impresiona.”
Mientras en el colmado de Doña Chicha, jugaban dominó, el sacerdote barrial afirmó que las lágrimas del diablo eran porque los humanos habían superado su capacidad de inventar crueldad. “Mira que él ha sido creativo”, dijo, “pero ahora somos expertos: provocando guerra, injusticias y engaños teológicos con nuevas técnicas de adoración”.
Otro vecino, más cínico, dijo que el luto era por la pérdida de autoridad: “Antes él tentaba; ahora la gente no necesita tentación. El impulso nace de nosotros. Somos autosuficientes para destruirnos.” Aquello generó un silencio incómodo: nadie quería admitir que el diablo, quizá, se había vuelto insignificante en medio de los hombres.
Sin embargo, hubo quien lo vio entrar a la iglesia abandonada del barrio. No a quemarla —como se leen en las historietas y los mitos clásicos— sino a sentarse en el último banco, en actitud reflexiva. “Parecía arrepentido,” dijo la mujer que lo observó. Pero nadie le creyó. El arrepentimiento no encaja en la trayectoria del príncipe de las tinieblas.
A la mañana siguiente, un grupo de curiosos encontró huellas negras alrededor del templo. No eran cenizas ni hollín, sino barro. Barro fresco. Como si el diablo hubiera caminado por tierras mojadas en sangre, para mezclarse con la depravación y la miseria humana que él mismo ya no controla.
Y cundió el rumor de que el luto no era por pérdida suya, sino por pérdida nuestra. Él sabía que habíamos dejado de reconocer la diferencia entre el mal y el bien; que lo que él representaba se había diluido en una neblina inmoral donde todo es negociable…
En la radio, en la plaza y en los pasillos del mercado se repetía la misma idea: si el diablo lloraba, era porque había descubierto algo terrible: que los humanos ya no necesitan una figura misteriosa para justificar su abismo. Que hemos aprendido a hacerlo solos, con eficacia… y con sonrisa.
Esa noche, el diablo volvió a aparecer. Caminó hacia el cementerio, dejó una vela encendida sobre una tumba —muchos creen que llevaba un nombre: conciencia colectiva— y se marchó con la pesadez de quien está cansado pero sin culpa.
Después de ese último día, muchos han dicho que aquella tumba era un recordatorio de algo que él ya no controla; otros, que intentaba honrar su propio fracaso. Sea lo que sea, circula en el pueblo el murmullo creciente: el diablo está de luto porque, al final, ya no provoca espanto, perdió atributos… y reconoció que la gente está peor que él (…).
jpm-am

Trump elige a Susie Wiles como jefa del gabinete en Casa Blanca
Abinader entrega muelles en Río San Juan y Cabrera para la pesca
Primer Ministro Haití seguirá en Puerto Rico, su futuro es incierto
Escribí comentario, mas no leí artículo
Juez dictará este domingo las medidas coerción caso Senasa
Escogido y Estrellas triunfan en el beisbol profesional de la RD
Danilo Medina reitera PLD es «esperanza redención pueblo»
BANDEX y FemRD acuerdan crédito a mujeres empresarias
El giro estratégico de EE.UU.: significado para RD
Dicen PRI impulsa un modelo político con compromiso social
MP dice acusados deben pagar por «atrocidades» en Senasa
Frente Amplio saluda arrestos por fraude millonario SeNaSa
BANFONDESA es galardonado líder «Instrumento Sostenible»














AMEN…