El Día de los Santos Reyes: el contraste

Al publicarse este artículo; muchos niños y adolescentes-espero que así sea- exhiben y disfrutan de juguetes nuevos, en traspatios, calles y callejones de los barrios localizados en la parte alta  Santo Domingo. Pero tal vez sean contados, los que como yo, en otros tiempos, eran niños pobres de solemnidad, pero ahora virtuales millonarios en juguetes.
 
Hasta hace algún tiempo, no me explicaba cómo era que luego de no cenar o hacerlo muy frugalmente en Navidad, de repente, al amanecer del día seis de enero; tenía en mi haber los más variados juguetes y otros objetos de entretenimiento infantil.
 
Ese día dejaba de ser el muchachito inquieto de pies descalzos y pantalones cortos ya muy raídos, para tornarme en el infante más visitado y requerido por sus amiguitos, cada día de Los Santos Reyes.
 
No era para menos; pasaba de ser  el niño triste y retraído de la Navidad que a veces no había disfrutado cena alguna, al menos que una vecina obsequiara a mi madre con algún manjar el día de Nochebuena;  al que, de repente, hasta los adultos deslumbraba  por los vistosos y sofisticados juguetes que exhibía, aun proviniendo de un lugar humildísimo. Era premiado con artefactos que, entre otros, se contaban desde una nave interestelar, un complicado rompecabezas, hasta un elegante y tesado redoblante.
 
Ya en ese entonces-según  mis  juicios pueriles- no entendía  cómo es que mi único hermano mayor, Alfredito (Makikí), prácticamente, solía ocuparse más de colmarme de juguetes que atormentarse por la pena de observar a su humilde hogar, desprovisto de una suculenta y apetecible cena navideña.
 
Tal vez hoy comprenda que Makikí, en esos tiempos, ya desempeñándose como carpintero, procedía a montar los estantes de la Farmacia Astacio, localizada en la Vicente Noble a esquina  Las Honradas, en el sector de Borojol  de Villa Francisca, donde para la época se despachaban las más diversas modalidades en materia de juguetería.
 
Es posible que a Makikí, al terminar la jornada de trabajo se les remataran algunos  juegos, o se le pagara con esa mercancía. En verdad que debajo de mi humilde cama, siempre había una caja atiborrada de los más diversos  juguetes e instrumentos de  entretenimientos.
 
Lo cierto es, que el Día de Reyes, aunque  sea a modo fortuito, comprendí  en aquella infancia y tierna adolescencia, que el que nada tiene nada vale. En esa otrora inocentada, lamentablemente, entendí ese refrán como cuasi un axioma.
 
No sé si aquél negrito jetón, le echaba “vainas” a  los que algunas vez se burlaron de nuestras desgracias  que, creo, si los hubo fueron pocos. Pero su gesto de tutoría responsable en esa sensible etapa, siento que, como debiera,  jamás podría compensársela. 
 
De lo que estoy convencido  es, de que Fernandito, el pobretón hijo de doña Juana, era el niño más feliz y solicitado, cada seis de enero. Y su humilde morada señalada con el número 24 parte atrás, de la calle Las Honradas, en esa recordada fecha, era una de las más visitadas. Hasta por amiguitos que, precisamente, no eran circunvecinos y  vivían un poco retirado de esos contornos.
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