El decálogo
«Escucha, Israel, los mandatos y decretos que hoy te enseño para que los aprendáis, los guardéis y los pongáis en práctica. El Señor, nuestro Dios, hizo alianza con nosotros en el Horeb. No hizo esa alianza con nuestros padres, sino con nosotros, con los que estamos vivos hoy, aquí. Cara a cara habló el Señor con vosotros en la montaña, desde el fuego. Yo mediaba entonces entre el Señor y vosotros, anunciándoos la palabra del Señor, porque os daba miedo aquel fuego y no subisteis a la montaña.
El Señor dijo: «Yo soy el Señor, tu Dios. Yo te saqué de Egipto, de la esclavitud.
No tendrás otros dioses frente a mí.
No te harás ídolos: figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos ni les darás culto, porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y bisnietos cuando me aborrecen. Pero actúo con lealtad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos.
No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso, porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.
Guarda el día del sábado, santificándolo, como el Señor, tu Dios, te ha mandado. Durante seis días trabaja y haz tus tareas; pero el día séptimo es día de descanso dedicado al Señor, tu Dios. No harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu asno, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades, para que descansen como tú el esclavo y la esclava. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto y que te sacó de allí el Señor, tu Dios, con mano fuerte y con brazo extendido. Por eso te manda el Señor, tu Dios, guardar el día del sábado.
Honra a tu padre y a tu madre, como te mandó el Señor; así se prolongarán tus días y te irá bien en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar.
No matarás.
Ni cometerás adulterio.
Ni robarás.
Ni darás testimonio falso contra tu prójimo.
Ni pretenderás la mujer de tu prójimo. Ni codiciarás su casa, ni sus tierras, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.» Éstos son los mandamientos que el Señor pronunció con voz potente ante toda vuestra asamblea, en la montaña, desde el fuego y los nubarrones. Y, sin añadir más, los grabó en dos losas de piedra y me las entregó.»
Del libro del Deuteronomio 5, 1-22
Liturgia de las Horas

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