El árbol de las ilusiones
En el extremo derecho de aquel hermoso y cristalino arroyo de aguas dulces encantadas mostraba envanecido y galante un agraciado árbol cuyo torso robusto y valeroso, como si fuese un miembro de la familia Rodas, de la antigua Roma, exhibía altamente complacido corazones atravesados por flechas que describían hermosamente los signos inolvidables de aventuras amorosas o de simples mariposeos tiernos dejados en su tronco como señal de algún requiebro amoroso.
Del otro lado del arroyo, no muy distante del árbol ilusionante, se divisaban unos bellos pastizales, de un color verde, como si su tonalidad presagiara esperanza y la regeneración continúa de la naturaleza que enseñaba toda su gloria como si quisiera coquetear con las aguas encantadas del arroyo. En aquel ambiente envidiable de ensueños vivía una bella y exquisita dama llamada Dulce María.
Al atardecer, cuando el sol hundía sus rayos luminosos y rubio en el azul mar para darle paso al crepúsculo, Dulce María se sentaba todas las tardes sobre aquella pradera de un color verde esmeralda a contemplar serenamente el paisaje y a vivir aquellos seductores recuerdos que quedaron impresos en aquel árbol a orillas del arroyo, como si fuese la expresión reveladora de ilusiones apasionadas que una vez dejaron sentir en su corazón enardecedoras palpitaciones en rítmicos tropel.
Los vecinos de aquel bucólico lugar apartado de la ciudad cuando veían pasar a la bella Dulce María por el frente de sus casas con su vestido de satén azul y con su pelo color oro que caía suavemente sobre su espalda, presurosas se paraban en las puertas del poblado y todos decían casi al unísono en tono de admiración y de un gran sentimiento: «¡Qué bella y exquisita luce Dulce María, parece una princesa!» Y, seguidamente una vecina repara con un gran sentir de honda preocupación: «Sin embargo, la veo un tanto acongojada, quizás sea porque su novio de toda su vida se fue a estudiar medicina a España y no ha vuelto a saber de él».
Otra señora de mayor edad y con más conocimientos de las relaciones de Dulce María y de Mike, el estudiante de medicina en España, tratando de compensar aquellas versiones y comentarios, expresó, a manera de confesión: «Esa tristeza que ustedes ven en el hermoso rostro de Dulce María no se trata de un gran pesar, es su candidez manifestada, lo que ustedes no han sabido descifrar, y es, además, su ingenuidad lo que se posa».
Dulce María es una joven de clase media alta, igual que su novio Mike, quien además de estudiar psicología en la universidad católica de su pueblo, terminó una carrera musical de piano para orquesta y sus padres son comerciantes exitosos en el ramo de la farmacéutica. Su belleza, su pureza y espontaneidad son sus características más prominentes, las cuales realzan de manera brillante su personalidad.
Volviendo al arroyo de aguas transparentes, vemos que Dulce María después de tocar en el piano de su casa una de las piezas más famosas de uno de los compositores más grandes de la historia, Beethoven, titulada Sonata para piano No. 14, «Claro de luna», se dirige al riachuelo a presenciar desde sus orillas el correr apacible de sus aguas tranquilas y cuyo torrente al meditar sobre él le sirve de calmante a sus gratos recuerdos de Mike.
Mientras Dulce María reposaba su vista en el deslizamiento de aquellas aguas románticas le vino a su lujuriante memoria el rostro de su idolatrado Mike, cuya silueta se insinuó en las esencias del fondo de aquellas aguas con la diafanidad de los minerales que permiten sin proponérselo que la luz traspase su propiedad.
Frente a esa visión mística Dulce María simula una conversación con Mike a través de la cual ella le hace a su distante amado una serie de preguntas pasionales simulando que está ante su verdadera presencia. «Mi adorado Mike, estoy sentada a orilla de aquel arroyo de aguas claras, frente al árbol señorial sobre cuyo tronco dibujaste aquel corazón atravesado por una flecha y en el cual imprimiste aun con manos temblorosa aquella idílica frase que dice: «Te amo Dulce María»».
Y continúa con sus anhelos, hablándole a la figura de Mike, que se ha reflejado en las aguas del riachuelo. «Eres mi fantasía, mis ansias, mis desvelos y mis sueños. Sin tu presencia parece que languidezco lentamente, como el futuro infinito de los universos. Tu ausencia me causa una crisis sutil, me produce fuerte temblores y me saca de contexto».
Esos recuerdos tan intensos y sensibles hicieron brotar de los ojos de Dulce María dos cálidas lágrimas que se precipitaron lentamente sobre sus encendidas mejillas y fueron a rodar a lo más profundo de su extenuado corazón, fatigado de tanto evocar el nombre de su inolvidable y amado Mike.
Después de horas de contemplar absorta el ruido armónico de aquellas aguas dulces y transparentes del arroyo que cautivaba amorosamente con su sonoridad aquella conciencia turbada por la ausencia de Mike, Dulce María, que permanecía sentada a orillas del torrente, recostó su hermosa cabeza sobre una de sus rodillas y quedó rendida en un sueño profundo que la llevó impulsada por sus alas grandes al lado de su amado.
Dulce María despierta y casi soñolienta se acerca tiernamente al árbol de las ilusiones y con sus manos divinas y con trazos firmes dibuja dos corazones entrelazados y traspasados el uno al otro por la flecha que llevaba un mensaje envuelto en una canción de Gianmarco que dice: «Hace mucho no sentía lo que siento en este día. No puedo explicarme nada. Solo tengo tu mirada aquí clavada entre mis ojos. Solo tengo un raro antojo de extrañarte cada día y ser parte de tus días».
JPM

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