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Efecto de los apagones
Una ciudad sin energía eléctrica es como un cementerio sin árboles. La capital de un país en penumbra resulta una catástrofe.
Un apagón equivale a un cortocircuito en el cerebro de los pobladores. Tal avería del ánimo en el XXI, no existe razonamiento que la justifique, ni excusa que la repare.
Que sea la norma, que se repita, que sea un hecho consumado, quién no lo desaprueba.
Que las memorias del tiempo de la caverna se actualicen, que las ciudades nuestras se conviertan en reflejo del caos, los alimentos perecederos se descompongan, los ciudadanos sean víctimas de los ladrones, los ordenadores se apaguen, el agua potable se agote a falta del funcionamiento de las cisternas, los elevadores se detengan, se conviertan en trampas de atrapar a humanos.
En pleno siglo XXl que ocurra, no como defecto de un comportamiento errático de la naturaleza, sino como negligencia de los que administran los bienes y recursos de los pueblos.
Países desarrollados o tercermundistas, o emergentes, son términos de protocolo y de abusado empleo.
Deberíamos decir: países que viajan hacia el futuro y se asoman al pasado como turistas y países que sufren de las tinieblas, los apagones constantes, la frustración y el fastidio.
Países que preparan el éxodo hacia las estrellas más remotas en una especie de Arca de Noé cibernética y países que viven en la época de la caverna.
Países que viajan hacia el futuro y países que agonizan de pena, a causa del egoísmo, la sin razón y el daño que más provoca la ira de la especie: la exclusión y la indolencia de los que administran, aquellos que se vanaglorian de sus privilegios y se burlan de la flaqueza humana de sus súbditos, mediante la manipulación y el engaño.
JPM
