Duarte: ¿Glasnost o Perestroika ?

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EL AUTOR es escritor. Reside en Nueva York.

El momento histórico que vive la nación dominicana me retorna a dos vocablos  del  ex líder soviético Miguel Gorvachev: Glasnost (apertura) y Perestroika (reconstrucción); irónicamente, los dominicanos necesitamos una cosa y la  otra.  La defensa de  la soberanía no puede ser una componenda de mezquinos asuntos políticos; decir, necesitamos de una apertura democrática y una contundente reconstrucción del Estado dominicano.    El territorio del pueblo dominicano abarca  lo más  razonables principios de la lógica humana para reconfirmar su derecho como un estado libre de toda ingerencia extranjera.   De permitir la continua salida del nacional dominicano; de permitir la continua violación a nuestras leyes migratorias   con anuencia del Caballo de Troya de las ONG y  ONU, con la intromisión flagrante de los Estados Unidos,  Canadá, y  la Comunidad Europea, es preferible que se hunda definitivamente la isla. ¡Y si los impostores insisten vamos hundirla! Los dominicanos ya  no podemos esperar de brazos cruzados  el  acelerado proceso de desnacionalización, auspiciado  por el más vulgar desprecio de las potencias extranjeras. En España, por ejemplo, a los suramericanos se les llaman “Sudacas”; y en EU. UU,  definen a los de ascendencia latina como “Hispanic”, sin observar  de que  país de América Latina provenga el emigrado. O sea que tanto para  los españoles y los norteamericanos, no existe  un concepto  racional y lógico de las diferentes culturas latinas que conversen en estos respectivos países. Pues, para fortuna  los dominicanos ya no tenemos que escudriñar las recetas de Carlos Marx para darnos cuenta de que contamos con una obra visionaria y comprometida: “El ocaso de la nación dominicana”, que sin rodeos  sienta en el banquillo de la historia a esos intelectuales  mercenarios que  se enlistan  en las nominas de las empresas públicas; se escudan bajo la férula del político corrupto que se apodera del erario publico; o un sequito  de las entidades  más letales de la nación dominicana: los jesuitas y la retahíla de ONG haitianas que operan en toda la geografía nacional en comandita con tecnócratas,  anidados en  la polilla palaciega. Y no seria exagerado referirlos en dos grupos: ese ejército de timoratas que militan en los tres  partidos mayoritarios y el grupúsculo de pseudos izquierdistas que pertenecían a las desaparecidas parcelas ideológicas.
Nuestros presidentes sino exhiben un comportamiento díscolo, se expresan en un lenguaje de plaza publica que  se les distingue por  un alud de argumentos pueriles.  El  primer ejecutivo, además de agradarse en palabrerías,    se aferra  a esos falsos salones académicos con que intenta deslumbrar a las masas empobrecidas de la nación.  Olvida que si de algo podemos sentirnos satisfechos los dominicanos, es habernos  tocado vivir en la simplicidad de un modesto y asediado territorio. El pueblo dominicano debe exigirle al gobierno militarizar completamente la frontera; de lo contrario seremos nuevamente invadido por la miseria y las enfermedades endémicas del vecino. El Presidente es  un albacea que con juicios anodinos, primero impresiona y luego confunde,  y decepciona. Nuestro presiente, no representa el verdadero compromiso que requiere la Patria; se siente acorralado por los chantajes del Caballo Troya. ¡Yo diría cómplice!  Esos rasgos hospitalarios natural de nuestro pueblo ya son exequias del espejismo que desde el Norte y desde Europa, son insertados   en la geografía nacional. Esto  explica la  separación de la nación en dos comunidades en exterior: una rechazada por el desprecio de la actual administración  en complicad con la oligarquía y otra que al galope, se funde con ¡la despavorida marejada de haitianos!

Este doloroso preámbulo me hace reflexionar  que en nuestra nación, aquella parábola cristiana seria una bachata repetida: ¡ya todos tenemos las manos llenas del peculado! La corrupción, como se le ocurrió a otro corrupto mandatario, ya no  se detiene en la puerta del despacho presidencial. Admitir la culpabilidad es un relajo;  relegar responsabilidad es algo cotidiano; vivir apegado a lo fácil es  norma. Y que el primer mandatario bendiga a los funcionarios forrados con los dineros del pueblo, es un bello espectáculo de mediodía. A nadie sorprende que se escape un  narco con la mirada cómplice del agente de turno; ya es  rutina del Juez de turno. Ya el pueblo está acostumbrado a oír   que ese mismo Juez, con pasmosa complicidad otorga “Habeas Corpus” en sonados casos delictivos.

Y al final, el indocumentado haitiano asume que es   parte de las jugarretas de un Estado en pleno colapso; de un gobierno con los pies en las fétidas aguas del río Haina. La nación observa que su Presidente ha perdido su personalidad jurídica para sacar sin contemplación a esa marejada de invasores que merman el espíritu de una nación pacíficamente receptiva. Y la nación  impávida remueve los huesos de Duarte; y despavoridos nuestros vecinos  deambulan  por las calles en franco oficio de buhoneros y otros atosigados en los cañaverales, resisten retornar a su propio infierno; otra gran mayoría insalubre es explotada por las mafias de la construcción: unos y otros,   se afanan en las plegarias  de su héroe, etnocentrista y racista: Jean Price Mars, artífice  de la negritud como ideología.  Me atrevo decir que en el espíritu retorcido de aquellos que no cruzan la frontera por tener ciertos privilegios raciales, claman a sus luases a que el presidente Jean Pierre Boyer, se levante de su tumba. Pero, Duarte regresó desde de las selvas de Venezuela e hizo una parada a tiempo prudente y justo: Duarte ha decidido pasar un temporada en  Nueva York y desde allí inicia su nueva tribulación para sacar esa marejada de invasores que corroe el espíritu de la nación.

Duarte nos independizó  con la finalidad de que la nación dominicana sea patrimonio exclusivo de todos los dominicanos:  de los que han emigrado por la rampante corrupción  de todos sus gobiernos  y de los  marginados de la riqueza nacional que tienen como norte el horizonte sombrío de una frágil embarcación.   No existe  fuerza moral para que esa marejada de indocumentados haitiano, pretenda imponer la dictadura del más débil. Y lo que es peor: el  gobierno de turno carece de carácter  para cerrar definitivamente la frontera a esos invasores  que destruyen el patrimonio del pueblo dominicano.  Nuestra historia   ha escrito con sangre y sacrificios su  determinismo histórico. Y el vecino del otro lado de la frontera ve su propia desgracia como un resultado de nuestro progreso.

No tengo otras palabras para afirmar con fuerza duartiana: el resentimiento se ha apoderado de nuestro vecino.  No podemos permitir que un grupoides de insensatos dominicanos que sustentan a esos miles de indocumentados, infiltrados por esa porosa frontera, nos entorpezcan  nuestros derechos a la bandera de Maria Trinidad Sánchez; vuelvan a entorpecer  las históricas notas que como legado heroico nos dejó  José Reyes, nuestro Himno Nacional.   Derramaré hasta el último aliento; la última mirada; la última gota de sangre tiene que ser para seguir el legado de Duarte ya que unos malvados dominicanos se han vendido por un plato de lentejas. Pero existimos una generación que jamás permitirá que nos priven del digno derecho de ser Dominicanos Libres.

Nunca nos rendiremos a la presión de esos débiles que destrozaron su nación y ahora quieren volver disfrazado del aquel Sátrapa que nos privó del idioma de Cervantes; cerró la Universidad Primada de América; y por 22 largos años violaron a nuestras mujeres; masacraron a niños y niñas. Un invasor resentido; un impostor que forzó la salida de un gran por porción de dominicanos al exilio; privó a los dominicanos de todos sus derechos civiles.  Y hoy ese mismo invasor diezmado y  aferrado a  la lastimosa dictadura del más débil ha ido imponiendo un deplorable patrón de conducta: ha  violentado a la calidad de vida que el dominicano había ganado a fuerza de coraje; a fuerza de haber soportado a dos invasiones en un mismo siglo de la primera potencia militar y económica del mundo.

Hoy, la izquierda (si es que algo queda de la resaca) se ha postrado a los arreglos de una oligarquía que  sirve  su  bandeja oportunista; una bandeja servida a una minoría que siempre se ha apoderado de los recursos de Estado. Hoy, no se si hablo de los residuos de  la izquierda o de unos mercenarios a la caza de las boronas del gobierno de turno. Y cuando las cosas no salen para su macuto acuden al marxismo; se escudan bajo  la sombrilla del Timonel Chino; y al final, se dicen que así pensaría Lenin; o que Ho Chi Min nos puede enviar una aspirina del bambú vietnamés. Una izquierda que siempre ha puesto en un costado ideológico el inmerso sacrificio de Duarte; las gestas heroicas de los Trinitarios; y la valentía del Centinela de la Frontera: Antonio Duvergé;  y el intento honorable del coronel Caamaño y el coraje de Los Palmeros…

Jamás restaría meritos a la obra del Libertador Simón Bolívar; sin embargo, Duarte tuvo la grandeza de hacernos libres mediante una lucha frontal  contra un invasor implacable que pretendía enajenar los cimientos de nuestra cultura. ¡Un invasor que puso en la conciencia de su nación un crónico sentido de culpabilidad; un alud de prejuicios raciales; un escamoteo latente a nuestra soberanía!  Y ese mismo invasor, hoy  lo tenemos incrustado en el estomago de la nación. Pero, jamás ha podido quebrar nuestra alma de pueblo libre; no ha podido lacerar nuestro espíritu de pueblo apegado a la lengua de Cervantes; a los cimientos de la fe cristiana; al razonamiento lógico de la propiedad privada; a la hospitalidad; y a algo intrínsico  del pueblo dominicano: ¡un alto grado de tolerancia!

Jamás hemos sido un pueblo sanguíneo; un pueblo apegado a la ciega venganza contra nuestros enemigos; pero, si poseído  de valentía ya probada en el campo de batalla:   Es decir, Duarte,  prácticamente creó un Estado libre que bien encaja en la fantástica prosa de Homero.

Nuestra lucha no es sólo contra el invasor; nuestra lucha es contra una  oligarquía evasora de sus compromisos con el fisco; una oligarquía  que utiliza un arsenal de marrullería para debilitar las funciones sociales y jurídicas del Estado. Una oligarquía  que se aprovecha de una fuerza laboral indocumentada; una fuerza laboral afectada por lamentables problemas de salud; una fuerza laboral que emigra para acotejarse a  esos países que evitan a todo costo la presencia  de nacionales haitianos  en su propio territorio. ¡La desprecian por su bajo índice de salubridad;  rechazan su bajísimo índice  educativo; no la aceptan  porque carece de las mínimas destrezas de tecnología laboral! Y en esta desgracia participa un gobierno desmoralizado, atrapado en el lastre de una galopante corrupción; un gobierno que rinde culto a los delincuentes que  introducen toneladas de drogas por una frontera que sirve para cuatro desgraciados propósitos: el tráfico de indocumentados;  droga; armas ilegales; y contrabando.

 Las  mafias de ambos lados de la frontera,  realizan contrabando de alimentos a precios tan elevados que nos les queda otra alternativa a los niños del vecino que la goefafia (prospección a comer tierra). Esos indocumentados alimentados de tierra son empleados por las mafias de la construcción; y luego defendido por el Caballo de Troya y los Jesuitas.  Las mafias de las constructoras deberían darle seguro medico; pagar un salario decente y cubrir los gastos de retorno hacia su país. Sin embargo, esos emporios les cargan esa enorme masa de indocumentados al presupuesto de un gobierno corrupto que, en vez, darle un mejor sistema a sus nacionales tiene que por presión interna y foránea que  compartir  los escasos recursos del Estado entre una desamparada clase nacional y unos invasores defendidos por el  Caballo de Troya, ferozmente defendido por esa legión de intelectuales y escritores timoratas y chapuceros.

Dominicanos: mirar hacia atrás nos espera una estatua de sal; marchar  firme hacia la frontera y exigirle a nuestro gobierno que haga cumplir la Constitución; y aplique sin remilgos  la función legitima del Estado. Nuestra lucha es una  defensa legítima del territorio nacional. He aquí la indecencia  de un invasor  que cruzó la frontera y se afianza en toda la geografía nacional sin tirar un sólo tiro; un invasor que acelera nuestra desnacionalizaron, apoyada en la chapucería  de una red de mercenarios  que legalizan el derrumbe del Estado dominicano. Y, no hay que ir muy lejos para nombrarlos  por nombres y apellidos: Ramon Veras, Lil Despradel, Pablo Marinez, Baez Evertsv; sin que esta desgracia falte el más traidor de todos:  Carlos Dore y Cabral, adscrito a las patas del Caballo de Troya cuya más revelante jinete era Salange Pierre, ex  directora de MUHDE, reina del chantaje  de todas las ONG, auspiciadas en los afanes de las dadivas, tanto nacionales como internacionales.

El gobierno tiene la obligación de acelerar un  proceso para eliminar la nacionalidad dominicana al sequito de infiltrados que aun actúan en comandita bajo la sombra pecaminosa de Solange Pierre.  No puede faltarnos la  cínica  presencia del Centro Puente, dirigida por Pierre Ruquoy que insiste en cargarle al Estado dominicano esa marejada de indocumentados, sin darse cuenta que bien debería ser expulsado de nuestro territorio para busque el horizonte oscuro de su propia desgracia. Desagraciadamente,  nuestro  gobierno carece de principios para echar a esos parásitos del territorio dominicano. Ah! si estos agentes larvarios tienen como aliado al perverso Carlos Dore, un personaje que tiene la sagacidad de las polillas para devorar las astronómicas dadivas y remesas que recibe el Caballo de Troya de potencias extranjeras.    Ruquoy y Pierre, por ahí maniobrando y otra en infierno,  los alguaciles  del vodu que representan los otrotas propósitos del presidente Boyer: hacer de la nación  dominicana una provincia del poder dictatorial haitiano.

Ruquoy y Pierre no desisten en su plan de anexar al pueblo dominicana a su propia nación; una nación sepultada por las manos tenebrosas de su  propio fatalismo histórico.  Y al fin, la nación dominicana jamás podrá ser una finca proselitista de partidos políticos que no pueden  denunciar esa delincuencia incrustada en los mecanismos del Estado. Un Estado en tales circunstancias necesita una lucha frontal en dos niveles: combatir las fuerzas oportunistas que desvían las luchas  del pueblo; y sin reticencia  expulsar del territorio dominicano   a esos miles indocumentados apadrinados por agentes larvarios de las ONG y un sequito de pseudos intelectuales insisten  en falsifican la verdad histórica de la guerra dominicano-haitiana.  Las 145 ONG registradas en toda la geografía nación no escatiman esfuerzos para el derecho internacional suprima la sóbrenia   nacional; reciben e invierten grandes recursos para pulverizaran definitivamente  los derechos nacionales, proponiendo una política de frontera abierta que haría imposible la repatriación de los nacionales haitianos del territorio dominicano.

He aquí el desdeñable proyecto de Rubén Silié, director de la ONG, FLASCo en contubernio con Carlos Dore, ambos antiguos miembros del Partido Comunista Dominicano cuyo Secretario General Narciso Isa Conde  apoya rotundamente  que esa marejada de indocumentado formaría causa común en la quimérica revolución proletaria que durante décadas trataron  de importar desde la desparecida Unión Soviética.

No tenemos capacidad; no tenemos presupuesto; no tenemos territorio para absorber esa enorme marejada de indocumentados que definitivamente  ahogaría  al Estado dominicano. Haití  siempre se ha esforzado en establecer en toda la isla  un Estado negro centrista.  Prima en el negro haitiano una falsa  supremacía étnica basada en un aluvión de taras y prejuicios raciales demostrados a lo largo de todos sus fracasos como un Estado  creado en una nación en una fallida.  Sencillamente, los haitianos destrozaron su nación y provocaron un acelerado desmantelamiento de su Estado. Y ahora se nos quiere facturar las ruinas de la nación haitiana como una forma de acusarnos de esclavistas  ante los ojos de la opinión publica mundial.   Ningún dominicano puede asumir el más leve sentido de culpabilidad por la tragedia de Haití. Aun si debemos tener un elevado sentido de humanidad. Ellos en su territorio y los dominicanos en el suyo. ¡La isla es una pero dividida! Pero jamás debemos cargar con  el pesado fardo de la desgracia ajena. Se necesita una política de braseros que  respete a la dignidad humana. Evitar a la explotación indiscriminada de trabajadores. Evitar  los abusos de los dueños de plantaciones: el gobierno tiene que aplicar  mano dura con  las mafias  constructoras.  Pero en esta ensalada resalta  el aderezo cómplice de ciertos funcionarios  de un gobierno representado por  una chancillería anacrónica.

De ahí se ha expandido la falsa creencia de  vaguedad y negligencia del dominicano; un razonamiento levantado por la prensa en manos de la oligarquía. Y bautizado por la ranciedad  de los prejuicios etnocentristas del intelectual dominicano. Y de paso, la izquierda se esfuerza en juicios fracasados para definir a los buhoneros; en llamar lúmpen  proletario al dominicano de las barriadas. El intelectual prefiere recitar los postulados de Lenin en vez de entender porque el campesino dominicano vende su parcela para comprar un viaje al extranjero. La razón es única: los créditos van a las arcas públicas y de allí a las manos del político corrupto. Los izquierdistas no pueden explicar que los dominicanos quiérase o no, hemos adquirido otro nivel de vida. Aplican las teorías de Marx a  todas las lucubraciones de su mentalidad de típico aldeano atrapado en la insularidad.  ¿Y por qué tenemos que trabajar en la insalubridad de un ingenio? ¿Por qué tenemos que trabajar sin seguro medico y por centavos?  Nuestra oligarquía nunca ha  tenido en sus hombros la presión de un gobierno que represente los intereses de la mayoría;  una gran mayoría totalmente marginada de nuestra riqueza. Y peor aun: una mayoría a la que se le aplica en todo su rigor el animoso peso de un aparato judicial totalmente corrupto. ¿Por qué el dominicano ha creado riqueza y respeto en otras naciones? ¿Por qué nuestro gobierno apoya el desprecio de sus nacionales en el exterior?  Nuestra oligarquía tiene sobrada razón para despreciar al nacional que ha salido para buscar un cambio de vida. Los emigrados dominicanos somos victimas también  del atropello de una oligarquía que siempre se ha burlado de  la Constitución; una oligarquía que nunca he tenido fe en la nación. Nuestros empresarios corporativos siempre han sido una jauría de marrulleros. ¡Salvo una escasa minoría  de empresarios  que sí invierten en el progreso de la nación!

No hay que ir muy lejos para saber que los emigrados  sentimos el desden de la clase pudiente; y del aparto burocrático que administra al Estado. Y lo peor de todo: con la anuencia del gobierno se nos margina en su totalidad del Estado: ¡No participamos de tres poderes establecido en la Constitución! Y los partidos mayoritarios, ya conocidos por el saqueo a la comunidad en el exterior, no tienen moral para exigirnos, mucho menos para representarnos.  En este alud de infamias se ganan la vida esos indocumentados del otro lado de la frontera. Y para mitigar sus lamentos descargan su frustración visceral contra el dominicano que ha sido empujado a compartir esos mismos infortunios, precisamente, en esas esos países que si pueden tienen estrictas políticas migratorias. Pero, esos mismos países tienen que tienen una inmensa capacidad para absorber en sus respetivos  territorios una notable cantidad de emigrados. Por supuesto que este no es el caso dominicano.

En la actualidad, el  dominicano busca superar sus obstáculos en una rustica embarcación y luego  se inserta en  una nueva nación dispuesta a absorber su fuerza laboral; pero, ese mismo dominicano muy a menudo no tiene obstáculos cuestionados sobre su salubridad. Lamento que esa misma suerte no protege al vecino del otro lado; rechazado por las principales potencias que bien deberían aceptarlo en sus respectivos territorios. Y como algo  despectivo, los EE. U.U., y Canadá, con anuencia absoluta de la Comunidad Europea, pretenden tratar a los dominicanos como una manada de gente inculta y fundirnos en la galopante miseria del  vecino. Si  tanta es la preocupación de Francia  en salvar su prestigio militar, destrozado por  su antigua colonia, bien puede cederle su territorio  a una nación ya desarticulada cuyo principal apologista Price Mars, pregona que nuestra diferencia es por asuntos de raza;  y confundidamente, nos insulta y nos dice  somos  “bovarystas”. Mars acusa a los dominicanos de creernos demasiados cuando no somos nada. Y nos reclama nuestro pasado  africano  como fantasma de aposento.

Pero, ya los dominicanos conocemos  esos fantasmas que  Manuel Núñez describe con exquisita madurez. ¡Mir diría, con valentía! Ni el ritual endemoniado del vodú ha podido convencernos que una parábola cristiana podría perder su magia en el alma desconsolada.  ¡Oh, alma de Américo Lugo! Mars se gastó cientos páginas para repetirnos a todo pulmón sus dos vocablos recurrentes:  “Racistas y prejuiciados”.  Que lastima que Mars no se diese una vuelta por Washington Heigths y viese la fuerza viva de los dominicanos; viese el espíritu con que su vecino soporta el ruido del tren urbano para enviarle a los suyos la espina dorsal de nuestra economía: ¡Cientos de miles dólares en remesas!    ¡No somos invasores; nunca hemos invadido a ningún país sobre la tierra; la invasión no está arraigada en la conciencia del dominicano: el ideal de Duarte fue pura y simple enseñarnos a ser libres! Por eso, no hemos emigrado para recostarnos en una tabla de salvación.

La vaguedad no se registra en nuestra conciencia colectiva. No hemos emigrado para ser náufragos en una laguna de lamentos.  ¿Si nos hemos enfrentado a tantas adversidades por qué no pedemos rescatar nuestra nación?  ¿Por qué no podemos sacar a los indocumentados del territorio nacional? ¿En qué madriguera se esconde esa intelligensia rancia que siempre ha cazado sus postulados marxistas en la medianoche?  Dichos intelectuales han padecido de un mal común: ¡falta de lealtad a la idea de nación!  Parece que Américo Lugo  previno a Duarte que esos agentes larvarios   serían luego amamantados por el erario público y por las dadivas de esos organismos internaciones que se prestan a  destrozar  la soberanía del Estado dominicano.

Como tenemos un presidente comprometido con la soberanía dominicana y unas Fuerzas Armadas siguen alejadas del espíritu de  la nación, los dominicanos debemos ya estar preparados la lucha armada contra el invasor haitiano.

Y, finalmente, desde Washington Heights, el general Juan Pablo Duarte  anuncia, exige y ordena  su Glasnost y Perestroica: ¡Dominicana para los dominicanos!

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