¡De la que me salvé…!

 
 
En aquella etapa, luego de un fuerte encontronazo había sido despedido de El Caribe y, como era lógico, de Tele-Antillas. Un veteranísimo periodista me había agenciado una plaza como redactor de la revista ALAS de la Fuerza Aérea Dominicana (FAD), a la sazón, las siglas oficiales de esa institución castrense.
En ese entonces, como ahora, me consideraba periodista cuando trabajaba en los medios. Cuando terminaba mis labores, no me vendía como tal, me convertía en el muchacho de barrio con sus virtudes y defectos. Para “mi desgracia”, también como ahora, entendía que como periodista no debía intimidar más allá de lo profesional, con ningún funcionario. Esas actitudes “antipáticas” hacían más cuesta arriba el insertarme en un trabajo.
Una mañana, en un jeep encapotado de la FAD se presentó al barrio el sargento Juan Pablo Cuevas (ya fallecido), preguntando por el periodista De León. Su presencia causó revuelo en el sector, pero informé a mis circunvecinos que estaba a la espera del militar.
Cuando llegamos a la sede de la institución armada en las inmediaciones de San Isidro, como era de rigor, primero tuve que asistir al médico. Cuando le dije que realmente mi oficio era el de periodista, se sorprendió y me dijo: ¡pero tú lo que pareces es un luchador…! Hube de admitir que, ciertamente, me inicié en la lucha olímpica, y que decidí quedarme en la práctica del físico-culturismo. Me detectó una pequeña  escoliosis a la que no le dio mayor importancia.
Realmente, en ese entonces estaba inmerso en un proceso de definición de actitudes. Me dedicaba a la música y al atletismo. Pero se me estaba acabando el tiempo y por condiciones calamitosas, para dedicarme a la música, debía tener presencia física y otros recursos. Y, sobre el atletismo, no podría resistirlo. Ya estaba siendo castigado por una espantosa hambre orgánica.
Luego de visitar al médico, me condujeron a un lugar denominado  para la época: “El mercadito”. Era un sitio a campo abierto con decenas  de individuos vestido de civil, con gorras y otros atuendos corrientes, miembros del cuerpo de inteligencia de la FAD. Cuando fui presentado en aquel lugar, de inmediato, algunos prácticamente me cercaron.  Llovieron las preguntas; que de dónde eres, dónde estudiaste, si tenía algún apodo, si alguna vez había caído preso, etc, etc…
Confesé que siendo menor, en el inicio de los gobiernos de Joaquín Balaguer había sido apresado durante una huelga del Sindicato de Arrimo de Obreros Portuarios (POASI), y fui a parar a la cárcel de La Victoria y al día siguiente, mi foto, con una herida en la cabeza, fue publicada en primera plana por el vespertino El Nacional. Había incurrido en la torpeza de entender  que porque el otrora partido opositor, el Revolucionario Dominicano (PRD), estaba en el poder, hablar de aquel apresamiento era intrascendente.
En otro paso para mi ingreso como periodista a la revista ALAS, fui conducido al departamento de Relaciones Públicas de la institución. Un oficial, de tez oscura, y bajetón, cuyo nombre obviaré, me interrogó por varios minutos. Entre otras cosas, me dijo que los militares también tenían sus simpatías políticas. No mordí el anzuelo, e hice un gran esfuerzo para no soltar ningún término que me delatara como un hombre de izquierda.
Mientras trataba de disimular mi nerviosismo en aquella entrevista, de pronto me reveló que sustituiría a un veterano periodista que, fuera del recinto, había sido sorprendido en prácticas homosexuales. El oficial, creo que con rango de teniente en ese entonces, me dijo que sería un asimilado de la FAD, devengaría 275 pesos, si mal no recuerdo cada quincena, y que tendría el privilegio de almorzar en el comedor de los oficiales.
Mi aprensión fue mayor, cuando el oficial me dijo que en lo adelante no podía reunirme con comunistas y debía ser muy discreto en mis movimientos fuera de ese recinto militar. Sé que bien me investigaron y hasta fotos me tomaron; todavía estoy esperando que me llamen. Sin embargo entiendo que me hicieron un favor. Hoy puedo exclamar: ¡De la que me salvé!
JPM
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