Danilo Medina: discurso y obra

Cuando Danilo Medina inició su trayectoria hacia la presidencia, una de las debilidades que más sobresalía en el análisis de su perfil político, era su oratoria. Sus comparecencias públicas para exponer sus ideas y planes carecían del brillo al que nos habían   acostumbrado los más destacados líderes de nuestra clase   política.

Medina no tenía el carisma ni las habilidades comunicativas de esos consagrados maestros de la exposición oral, aspecto que lo colocaba en desventaja cuando se hacían las inevitables comparaciones, derivadas de su entrada a la carrera hacia la primera magistratura de la nación.

Si el propósito del discurso de cualquier presidente es edificar, y finalmente persuadir a la mayor parte de sus gobernados de la calidad y perspectiva de su gestión, las más recientes comparecencias del presidente Medina están cumpliendo cabalmente con este cometido. Su estilo propio, sobre la base de un enfoque preciso, bien organizado y pertinente, lo han convertido en orador de indiscutible impacto y le están abriendo un espacio en la galería de nuestros oradores políticos más sobresalientes.

Este proceso de superación en el hombre político no se ha dado por casualidad. Es el resultado de un significativo involucramiento entre el hacer y el decir, de la   fusión vital entre el discurso y la acción. Danilo está profundamente involucrado en los discursos que pronuncia, con él están las gentes que personalmente contacta, está su equipo de gobierno, está su compromiso y visión latiendo en cada palabra y en cada gesto.

Su obra de gobierno responde a la construcción de un ideal que, como artífice diestro, él va construyendo sin desconocer los obstáculos y las diversas barreras que va encontrando a su paso. El artificio banal y politiquero no tiene espacio en ese desahogo oficial que le da la oportunidad de expresar las realizaciones soñadas y los planes proyectados, colocando su gestión en la ruta de los logros colectivos que nos empujan a un mejor futuro. 

Suelto, espontaneo, confiado y con una gesticulación natural y simple, sus palabras discurren impulsadas por una pasión que envuelve toda su voluntad y sus sentimientos. La clave de su expresión es lo directo, concreto y pertinente de su mensaje. Se ahorra los circunloquios ornamentales y subraya cada palabra con una pasión conmovedora que hace notar la sinceridad de sus propósitos.

Su discurro no es una cátedra sobre teorías políticas ni un experticio sobre las últimas tendencias económicas y culturales que prevalen en el plano internacional. Su propósito no es explicar teorías, es enfocar la realidad del país con sus problemas y las soluciones encaminadas para resolverlos. Su enfoque consiste en palpar dificultades sensibles y exponer soluciones pensadas y prácticas para darle respuesta.

El discurso de Medina, testimonial y revelador, porta un mensaje compacto y convincente que muestra que su gestión gubernamental tiene un norte. Se distancia de la comunicación política tradicional. Evita responder desde su solemne solio a chismes, denostaciones o diatribas. No se aprovecha del escenario para criticar adversarios. No se escuda en su partido. No es dado a elogios graciosos, ni a las proverbiales comparaciones que buscan justificar desaciertos.

Lo que pudiera perder en técnicas retóricas, lo recupera en el sentimiento apasionado de quien está haciendo cosas con el corazón. Su lenguaje sencillo y comprensible, brotado de una inquebrantable voluntad, le han ganado la confianza y el respecto de todos.

Danilo no luce afectado, arrogante, ni soberbio.  Tiene la fortuna de que la oposición, lejos de minimizar el impacto de sus alocuciones, las dimensiona y las hace más relevantes.  Las consabidas expresiones de: “no llenó las expectativas, más de lo mismo”, entre otras frases vacuas e insulsas revelan el desfase político de la oposición. 

El discurso de Danilo se parece a su trabajo, es organizado y refleja su dedicación y empeño por hacer lo mejor. Rara vez lo sorprenden distraído o envuelto en actividades protocolares intrascendentes. Desprovisto del personalismo altanero que ha caracterizado a nuestros gobernantes, Medina busca, con el empoderamiento y la integración, el punto más cercano con el hombre común.

Reflexivo y sereno, organizado, tenaz y afanoso, Medina no requiere de mucho esfuerzo para hacer que sus palabras conecten con veracidad y   fluidez con los hechos que presenta. Desde la tribuna logra despertar esperanza y saca ventaja de su bien ganada imagen de presidente trabajador, de hombre laborioso y capaz, que se ocupa de las necesidades de la gente.  Así sus logros y realizaciones  le dan mayor calidad y poder de persuasión a sus palabras.

JPM

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