Cuidado con la lengua

La niña estaba renuente a participar en la competencia, porque su madre sin proponérselo le transmitió sus temores cuando le preguntó al entrenador  si creía que en realidad estaba lista y la pequeña la escuchó.

La modelo que aparece en las revistas de moda más famosas y es catalogada como una de las más bellas de la pasarela, confesó que su novio la hacía sentir fea e insegura.

La señora se acercó a la profesora para informarle que ese sería su último día de asistencia a la escuela para adultos, porque estaba cansada de que su familia le dijera que era muy vieja y bruta para estudiar.

¿Punto común de estos tres casos? El poder  que tenemos para influir de forma negativa en otros, para imponer nuestro criterio  sin detenernos  a pensar el daño terrible que hacemos.

No sopesamos a la hora de emitir juicios que nuestros comentarios pueden salvar  o  hundir una vida. 

Que  si lo hacemos por costumbre, porque es ya un asunto cultural y nos educaron con insultos y vejaciones es hora de voltear la doctrina y empezar a criar en positivo.

Es sano, justo romper los patrones que nos llevan a confundir corrección con bochorno, que nos hacen creer que para formar  hay que exponer las culpas ajenas en una palestra, “para que el  ‘imputado’ se avergüence y no lo vuelva a hacer”.

En cambio, si esa actitud la asumimos con el fijo propósito de molestar, de menoscabar, entonces la situación es peor y amerita que nos miremos por dentro, que saquemos esa pus que nos corroe y con la que infectamos a otros.

La herida del puñal sana, la de la palabra nunca, dice un proverbio árabe cargado de verdad profunda, que debe mover a revisar conductas.

Una sociedad en la que sus entes son moldeados con equilibrio, con delicadeza da como resultado un espacio más sano, más habitable y menos proclive a la violencia, a la decadencia y por ende, más orientado a la preservación de valores.

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