Conferencias de Seccionales y el PLD que queremos
A raíz de todo el accidentado proceso –antidemocrático y al dedazo- que se dio, antes de las elecciones nacionales y de ultramar, en casi todos los partidos políticos, creemos que se impone –desde esas organizaciones- hacer un ejercicio-levantamiento evaluativo y de redefinición sobre el papel de los partidos políticos y el rol de sus cúpulas. Tal ecuación-desafío, sin duda alguna, nos pondrá en la disyuntiva-pertinencia de examinar y auscultar sobre qué es lo que está en crisis: ¿El sistema político-jurídico actual? ¿Los partidos políticos? ¿O, simplemente, sus jerarquías?
Muy probablemente, haya mucho de las tres variables, pero, esta vez –o como siempre-, prefiero cargar el dado a la partidocracia y, específicamente, a sus jerarquías (llámense Comité Político, Comisión Ejecutiva o, Directorio Ejecutivo, etc.), pues no hay discusión de que ellas, por delegación implícita o estatuaria, a demás de realizar el día a día de los partidos políticos, también son responsables de marcar el derrotero y, en cierta forma, de darle contenido político-ideológico al accionar de un determinado partido político.
De modo pues, que, en la práctica, un partido será lo que su ejecutivo o jerarquía, de Congreso en Congreso, decida y haga. Y tal prerrogativa, si no es asumida y entendida a la luz de la línea política previamente acordada –siempre en consulta- y en acatamiento orgánico-institucional a sus estatutos y garantía de democracia interna, se traduce en el ejercicio -político-ejecutivo- de un monopolio jerárquico antidemocrático y en franca negación de lo que debería ser un partido político, que viene a ser, habidas cuentas, la única explicación válida a la falta de ejercicio de primarias o convenciones internas y la perpetuidad -casi inamovible-vitalicia- de unas jerarquías que, con subterfugios baladíes –en los partidos políticos-, se niegan a refrendarse en elecciones libérrimas internas.
Por esa suplantación, pero más que ello, por conveniencia política-electoral-coyuntural, no ha habido voluntad política –en los partidos políticos y sus líderes decisorios- para evacuar la Ley de Partidos Políticos ni la reforma a la Ley Electoral vigente, sencillamente, porque cada vez que un determinado partido político –y todos, sin excepción, han incurrido en lo mismo- tiene mayoría parlamentaria la engaveta o la hace naufragar en el guiño o voluntad de un líder, o no pocas veces, en lo intrascendente de que las primaria o convenciones deberían realizarse en fechas simultaneas o diferidas, o que si se llevan a cabo con padrones abiertos o cerrados…
Pero además, en nuestra partidocracia desapareció aquel prototipo de dirigente político que era capaz de elevarse, sin renunciar a los principios doctrinarios-ideológicos (¿habrán?) de su partido o, a su adhesión a una determinada tendencia o grupo, para abogar por una ley, por una reforma, o tan simple, por un llamado al debido respeto a la democracia interna mil veces vulnerada a través de tratativas de grupos, de bolsones de crisis provocadas, o de ambiciones políticas desmedidas. No, cuando eso sucede (que un dirigente se pronuncie sobre tal o cual asunto) hoy día, es, simplemente, como una pose o como una forma de insultar la inteligencia de la gente, pues, generalmente, quien lo hace es, curiosamente, el actor político -o uno de ellos- responsable o corresponsable de que tal o cual iniciativa –en pro del avance institucional del país- no se haya materializado.
En definitiva, en nuestro país, hoy más que nunca, hace falta fomentar e impulsar una genuina cultura democrática que empiece desde las escuelas, los partidos políticos, los poderes públicos, las instituciones privadas y las asociaciones de todas índoles, para desterrar y mandar al zafacón de la historia el monopolio partidario de las jerarquías en los partidos políticos, el nepotismo, el no hacer pertenencia de los puestos públicos y de las instituciones; y sobre todo, fomentar una cultura de retiro digno y por ley, para garantizar el relevo y el paso –ordenado y por méritos calificados- a las nuevas generaciones.
Pero, ¿cuál es el PLD que queremos –digo, si queremos gobernar, democráticamente, hasta el 2044-?
En mi caso, aspiro a un PLD democrático y propositivo. Que lleve la delantera en materia de decisión y voluntad política, para llevar a cabo la aprobación de la Ley de Partidos Políticos y la reforma a la Ley Electoral. Pero además, las iniciativas –pendientes- en materia de reformas constitucionales y reformas al ordenamiento judicial y electoral, y la creación de dos figuras de impostergable necesidad nacional: a) un zar independiente anti-corrupción; y b) un Procurador General independiente.
Ello así, y en lo que concierne a los partidos políticos, porque sin Ley de Partidos Políticos y sin reforma a la Ley Electoral, cada vez se hará más difícil y desigual aspirar en esos “aparatos”, pues sin estos parámetros y contenciones jurídicas y de ley, esas organizaciones seguirán siendo presas-monopolios de sus jerarquías, de las filtraciones –que ya existen-, en sus filas, de vulgares delincuentes, o de la voluntad omnímoda –mas allá de lo prudente y aceptable-, de algún “líder” o de algún “caudillo ilustrado” porque no olvidemos que Joaquín Balaguer fue declarado Padre de la Democracia.
De modo que, en el PLD que visualizo y al que aspiro, está claro que: 1) Hay que abogar y empujar, primero, por la aprobación de la Ley de Partidos Políticos y la reforma a la Ley Electoral; 2) Luego, demandar y exigir la realización de un debate -plural y participativo- en el plano nacional y de las seccionales sobre el partido que queremos (a propósito, le damos la bienvenida, también, a la propuesta de un pleno de dirigentes que han adelantado algunos compañeros, en New York); y 3) la convocatoria a un Congreso Extraordinario –para el año 2017 o 2018- a los fines de resolutar sobre democracia interna, primarias y la necesaria reingeniería del partido, eso sí, a partir de un liderazgo renovado, dinámico, democrático y sumamente apegado a lo institucional-estatutario.
Lo planteo porque, en mi opinión, dejar todo para el año 2020 –tal y como el acuerdo de los 15 puntos lo acordó- sería jugar a una ruleta rusa, o peor aún, pretender perpetuar una inmovilidad dirigencial partidaria que, más que bien, nos hará entrar en crisis irreversible con el agravante, incluso, de rupturas irreconciliables, pues aunque se niegue –y de cara al 2020- la lucha y correlación de fuerzas, en el PLD, ya empezó.
Y eso, es un mal augurio…, digo, si es que no estoy equivocado. ¿O me equivoco, compañeros: Franklin, Peralta o Fadul? Por solo por mencionar a tres…
jpm
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