Antonio Fernández Spencer

Cuando un escritor va a dirigirse a un avezado intelectual en el arte escritural como lo fue Antonio Fernández Spencer, lo debido sería subir a la constelación donde el iluminado de la literatura ha ido a residir y solicitar solemnemente permiso al escritor que se ha marchado del mundo terrenal para ir a dormir apaciblemente bajo una lápida envuelto en el humo sagrado del incienso.
Como expresara el escritor argentino Silvio Mattóni, autor de la obra El bizantino, que en la galaxia de los poetas no hay muchas constelaciones, solo algunas, que como Fernández Spencer llegan a ser signos del zodiaco o fenómenos celestes de la literatura cuyo destello rigió en algún momento de su luminosidad las actividades temporales de la humanidad culta dominicana.
La obra literaria de Fernández Spencer trascendió su propio espacio cosmográfico con La nueva poesía dominicana, publicada en Madrid en 1953. En varios de mis viajes a la República Dominicana desde los Estados Unidos el poeta y gran amigo nuestro Candido Gerón me presentó una de esas tardes amena a Fernández Spencer y a don Mariano Lebrón Savinón en el parque Independencia. De ahí comencé a leer y a interesarme por las creaciones poéticas de estas dos columnas de oro de las letras dominicana y universal.
La producción poética de Fernández Spencer se agigantó, cual si fuese el poderío seductor del árbol llamado secuoya, el más inmenso del mundo, con el vuelo mágico y azulino de su poema Rosa transitoria. En este poema el poeta parece cabalgar sobre el lomo del caballo alado de la fantasía tras la caza apasionada de aquella Ramona que duerme a su ser en la delicia circundada por el sueño. Llueven los aplausos sofocantes como si fuesen aleteos de las aves encantadas y él mismo se ve en su tonada como el pájaro olvidado en alta rama.
Es que Fernández Spencer se nos presenta en este poema como un ser envuelto en los lienzos de Cupido, producto del amor intenso y lujurioso de Venus, la diosa del amor y la fertilidad, y de Marte, el dios de la guerra, descrito por Cicerón en el dialogo filosófico Sobre la naturaleza de los dioses, como violento y caprichoso así como suave y deleitoso.
Para poder percibir la pureza del contenido de su poema Rosa transitoria habría sencillamente que leer cuando el bardo iluminado dice de manera muy precisa: “Todo en el orbe sin ficción te agota”. Fernández Spencer, quizás sin proponérselo, nos está transmitiendo y atrayéndonos a ese sueño de corte subliminal del cual los poetas hacen gala para poder llegar a la creación. Conforme a los lineamientos literarios de Jorge Luis Borges, en su obra El sueño como lenguaje en la poética, la literatura no es otra cosa que un sueño dirigido.
Me produce una sensación amarga y penosa tener que ver cómo este pueblo que una vez llegó a ser respetado no solo por el talento de sus ilustrados además por ser una nación con una sana tradición hospitalaria, lleva tres generaciones sin valores y sin el menor respeto al culto de las letras, de las artes y de toda manifestación cultural que puede elevar el nivel de desarrollo de esta empobrecida nación.
Para poder aquilatar la dimensión de lo que se ha perdido en esta sociedad desvencijada bastaría solamente con reseñar las expresiones por allá por el 1952 de un distinguido profesor español de Historia de la Literatura de la Universidad de Madrid enalteciendo las virtudes intelectuales y atributos personales de don Antonio Fernández Spencer, que vendría siendo algo como si se estuviese premiando al conjunto de esta república, que no es la de hoy en día.
El laureado poeta español Rafael Morales dijo sobre Fernández Spencer que la obra de este poeta dominicano «culminará señera» y, al mismo tiempo, que ya nuestro poeta reverdecido con nuevas conquistas expresivas se volverá a encontrar con las viejas expresiones del poeta, preocupaciones que podrían reducirse con el poema Tengo la palabra a una sola sintetizadora de todas: a un cálido canto de amor; a las muchachas frutales y hermosas; a la humanidad triste y desamparada en su Gólgota.
Quienes soñamos viviendo en unos planos elevados en la búsqueda constante y permanente para bañarnos en ese mundo mágico de las letras y la cultura, como una manera de pretender escapar de este espacio que parece ahogarnos en un fango, hacemos esfuerzos escribiendo para perfumar inútilmente el fango.
Escarbar en la obra literaria y poética de Fernández Spencer no solo debe convertirse en una obligación de esta joven generación de dominicanos que casi se nos pierde en una oferta insignificante y cenagosa, sino una ocupación firme que evite el colapso de una sociedad habitada para continuar la obra de Dios en lo moral, en lo ético, en el trabajo conjunto, como un cuerpo, en el que uno sean apóstoles, otros profetas y los más evangelistas de esta sociedad infeliz, no obstante, venturosamente generosa.
Al exponer en este medio la obra poética y literaria de Antonio Fernández Spencer, que ha sido copiosa y rica para encauzar nuestra preparación literaria, pretendo aromatizar los propósitos de nuestros benevolentes lectores y, al mismo tiempo, invitarles a seguir interesándose cada día más en ayudarme a rendirle veneración constante a estos

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