A cuerpo de baile la pose de Leonel

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EL AUTOR es abogado.

¡Siempre podremos juntarnos en cosas que transcurren y  ver el sin sentido de estos días!

¿Por qué exasperarnos de la imagen mediática? El espectáculo no ha terminado en los territorios fragmentados de la aldea global.

Estos días vivimos la pose de la imagen que va de la pantalla abierta al doblar la esquina y vuelve en sí hasta rebosar su propia genealogía, comer ojos podridos de salmones al vino y vomitar como multitud  de neuronas empobrecidas la veleidad de la posmodernidad.

Aun así no hay espacio para el miedo. Al parecer no hay ningún motivo para asustarnos con la providencia de las poses heroicas. En el caso específico de Leonel Fernández éste no se burla del país. Sería muy simple creer en una supuesta burla como entiende alguna gente de la prensa. Lo cierto es que él ante la falta de discurso político y prisionero de la época asume también el descarrilamiento de la veleidad como un adolescente que juega sin sentido después de haber sido presidente de la República.

Shaquille O’Neal sabe bromear y conoce el valor del marketing lo mismo que Leonel Fernández. La diferencia sería que el boloncetista se retiró de la NBA con su propio rostro y su acentuado color sin usar crema ni pintas blancas sobre manzanas amarillas. En cambio, el expresidente quiso perder su identidad, su propio rostro, él quiere ser otro deteniéndose en los brazos del destacado atleta estadounidense.

La pose de Leonel nos recuerda la antesala del derrumbe del menemismo. Aquel político pequeño con zapatacones altos bailando la desnaturalización del tango con generales, capitanas modelos del neoliberalismo y el influyente ministro Domingo Felipe Cavallo hasta lo impensable. Aquel día del bazar de aretes de esmeralda por debajo de la mesa y el ministro citado se fue del gobierno dejando a Menem ebrio, fuertemente borracho y las garras de las finanzas negras clavadas sobre Buenos Aires y todo el contexto de la Argentina. Ya no quedarían emociones para que el presidente continuara con el deseo de cantar más tangos.

Son tantas las poses desesperadas que han sobredimensionado el artificio del espectáculo aunque el director de imágenes de la televisión del pueblo de Macondo descubra grandes méritos y otros mareados en la escalera dorada vean celebridades. Se me ocurre juntarnos  en el olvido del sector eléctrico, las tierras de los ingenios, ver los arqueros y testaferros del fraude. Se me ocurre encontrarlos en el mito de las reglas del mercado, el crecimiento económico y la magnificencia de su impertinencia, sin olvidar el descalabro de la deuda externa y la ficción (la farsa) del gobernador del Banco Central, esa voz autoritaria, jefe y señor apurador de cifras para la crisis de la deuda postergada inútilmente.

Era el año 2011 de la llamada era posindustrial. Un día cualquiera, como el título del cuento de Virgilio Díaz Grullón, vimos al exministro Cavallo pasearse por la calle El Conde y otros lugares con escoltas de influyentes funcionarios de la casa de Gobierno, Chicago boys, periodistas y embajadores vanidosos y alabarderos sin importarle el dolor del corralito argentino de 2001.

Sin rubor alguno, diez años después ahí estaban los «genios» de la economía de un pedazo de isla Santo Domingo, copiando al mago de la debacle. Indiferente a la maldad, no al placer de aquel corralito, don Hipólito Mejía no se quedó fuera de la cancha. Quiso bailar y bailó en ella hasta recibir a Cavallo en su casa, lo abrazó, le dio aquiescencia. Sólo Dios sabe si el ministro de la huida de Santa Fe a Washington había contribuido a la quiebra de Baninter.

Quisiera encontrar la voz inaudible de la conciencia en el gris degradado—es inútil—una ronda de perros despierta la tarde alucinada. Y pensar que no quiero vaticinar nada con certeza pero cómo negar las asimetrías. Cómo negar la vida desde antes de los bodegones  a Internet sin soslayar las flores plásticas de los embajadores y hasta del hombre anodino en la virtualidad de la almohada.                                                                                   

La posmodernidad empuja al hombre a la desilusión y al olvido, pertinente es recordar aquella forma banal y superficial de Menem, él olvidó la milonga de origen rioplatense, bailó danzas árabes, música folclórica inglesa y ritmos modernos estadounidenses en correspondencia con la noche light del nuevo diseño de aquellos días vividos estos mismos días. Todos aquellos días ciertos hasta los títeres con su gestualidad histriónicas y todas las caricaturas del propio don Carlos Saúl Menem.

¿Cómo dudar que el expresidente Leonel Fernández vaya por un camino diferente al de Menem? En las afueras de Broadway los brazos del afamado baloncestista podrían ser para el expresidente dominicano una hamaca, un columpio o una cuna para niños grandes. Esta nueva realidad viene a destruir aquella imagen formal del profesor universitario y posteriormente la imagen de aquel presidente del cuatrenio 1996-2000.

 En la obra  El año de la muerte de Ricardo Reis, el gran escritor José Saramago desconstruye la imagen de Lisboa para hacernos un rostro nuevo de «una Lisboa de algodón donde los hombres y mujeres se dan besos sin futuro». Lisboa es para él un gran silencio rumoroso. Nada más.

Así el maestro de la narrativa nos presenta el gran espejo del hombre posmoderno a través de una ciudad que cambia fácilmente de rostro, claro en el interior de la novela citada.

«Ricardo Reis miró hacia la Otra Banda. Se habían apagado algunas luces, otras apenas se distinguían, languidecían sobre el río empezaba a flotar una neblina leve, Dijo usted que había dejado de aparecer porque estaba enfadado, Es verdad, conmigo, con usted tal vez no tanto, lo que me fastidiaba es este ir y venir, este juego entre una memoria que arrastra hacia un lado y un olvido que empuja hacia el otro, juego inútil porque siempre acaba por ganar el olvido. Yo no lo olvido a usted, la verdad es que usted en esta balanza no pesa mucho. Entonces qué memoria es esa que sigue llamándolo, la memoria que tengo aún del mundo, creí que lo llamaba la memoria que el mundo tenga de usted. Qué idea tan absurda, querido Reis, el mundo olvida, se lo he dicho ya, el mundo olvida todo».

Después de leer estas líneas de José Saramago me enteré que Hipólito Mejía había hablado sin sombrero por un canal capitalino. Nada nuevo para el país y tuve que recordar la perra de Mamá Belica ladrando a la luna. Y miré aquella gestión fracasada.

Escuchando a Carlos Gardel salí de La Zurza el domingo a la catedral Santiago Apóstol. Al final de la liturgia cerré mis ojos y escuché que me seguían unas voces. Ya en los barrotes de hierro del parque Duarte pude identificar las voces de Bosch y Balaguer. Uno le decía al otro: «Es él Leonel. No, no es posible!»

Yo, sin inmutarme ni asustarme, pensé que lo veían en los brazos de Shaquille O’Neal. ¡Nada más!, diría Saramago. El espectáculo no ha terminado.

 

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