El gabinete de los apóstoles (3 de 3)
José Gabriel García
Siendo muy joven José Gabriel García cultivó ideas liberales. Se inclinó durante un tiempo por Báez, por oposición al bárbaro Santana. Participó en los ajetreos políticos y militares, en las primeras décadas posteriores a la Independencia Nacional.
El presidente Ulises Francisco Espaillat lo designó ministro de Instrucción Pública, con la esperanza de impulsar la educación nacional. Muy poco pudo hacer en cinco meses de gestión y, además, había un ambiente de asfixia moral en la sociedad dominicana, que pronto llegó a su culmen con el derrocamiento del mandatario.
Cuando abandonó su puesto ministerial advirtió que a la sed de justicia la devoraba “la sed del oro”. Su principal vocación fue el estudio de hechos y personajes que adquirieron categoría de historia, antes y después de la magna obra del 27 de febrero de 1844, que hizo tremolar la bandera tricolor.
Se le identifica como el padre de la historiografía nacional, por la variedad de sus hallazgos y los análisis que hizo sobre acontecimientos de nuestro pasado. Fue un preclaro admirador del patricio Juan Pablo Duarte, tal y como se comprueba al estudiar el gran legajo que contiene la parábola vital de ese insigne patriota dominicano.
Mariano A. Cestero
El presidente Espaillat lo nombró ministro de Hacienda y Comercio. Una de sus primeras medidas fue desaprobar el pago de unos vales cuyos montos consideró dudosos, sobre gastos hechos en la guerra de Restauración. Ya habían sido aceptados de manera imprudente por el Congreso, sin tomar en cuenta el rezago que tenía la economía nacional.
También alertó al presidente para que actuara contra aquellos que estaban conspirando contra su gobierno. Como Espaillat no se decidió a enfrentar a tiempo a los confabulados renunció. Originalmente fue de los jóvenes capitaleños que apoyaron a Buenaventura Báez. Lo hizo porque los hechos de Santana le repugnaban.
Antes de ser ministro lo habían expulsado del país, encontrándose en esa condición cuando se produjo la anexión de la República Dominicana a España en 1861.Para entonces ya Cestero había roto cobija con Báez, personaje este último que desde el exilio se declaró anexionista, pero paradójicamente disfrutó las mieles del triunfo ajeno.
Siempre se mantuvo “de pies en medio del turbión de las pasiones”, como lo definió un investigador de nuestro pasado. Uno de sus escritos más impactantes lo publicó en junio de 1868. Lo tituló “¡Dios salve la Patria!”, en el cual señaló que al sentarse Báez por cuarta ocasión en el sillón presidencial: “Vuelve otra vez más en nuestra Patria a encenderse la guerra civil. Las causas son bien claras”. Y así fue.
Cestero, que combatió sin sosiego el llamado régimen de los seis años de Báez, fue de nuevo proscrito. De vuelta en su tierra participó en el alzamiento militar de Casimiro N. de Moya, cuando este fue objeto de un fraude por Ulises Heureaux. Al fracasar esa acción armada transitó por tercera vez el áspero camino del exilio.
Juan Bautista Zafra
Juan Bautista Zafra tuvo una destacada participación pública en las primeras décadas que siguieron a la Independencia Nacional. Repudió en sus escritos el servilismo de contemporáneos suyos, aunque en medio de pensamientos confusos aceptó desempeñar puestos administrativos durante la anexión a España.
Pronto descubrió que ese nefasto hecho era una desgracia para la nación dominicana, motivo por el cual se convirtió en un activo militante cultural y militar de la lucha restauradora.
Formó parte, en consecuencia, de una junta revolucionaria creada en la ciudad de Santo Domingo. También confrontó a Báez cuando este negociaba la venta de la soberanía dominicana a los EE.UU. Eso le costó que lo expulsaran del país.
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