En tiempos de Orlando

Recientemente se cumplió un año más del asesinado del periodista Orlando Martínez. Algunos han expresado que no era un periodista independiente y que no simbolizaba auténticamente la libertad de expresión.
 
Si se le juzga en su justo rol y coyuntura histórica, Orlando no podía ser  independiente, porque dirigía la revista Ahora, y sobre todo era un hombre comprometido, no un ente contemplativo que rindiese tributo a la “Miseria de la Filosofía”. Además, ¿Por qué no podía ser de izquierda? ¿No hay otros que eran, y todavía son derechistas? ¿Cuál es el problema?  
 
Si extrapolamos esos tiempos  al de ahora, hay un ingrediente de capital importancia. Su autenticidad y fuste como periodista consistió en que, como otros de ese entonces-y vamos a citar un único ejemplo-, se hubiese pronunciado contundentemente ante lo inconcebible de que un ex presidente imputado de colusión con el narcotráfico, aspirara por nueva  vez.
 
Sin necesidad y en forma aviesa, se dijo que al igual que otros tantos, dejó su carrera inconclusa. Pero eso no menoscabó su intelecto y mucho menos la coherencia ideológica ausente en muchos “academicistas”, vedettes del sistema. Orlando era periodista por talento y aptitudes; en este caso, se puede decir que se pasó las aulas por donde no le daba el sol.
 
Aún con las condiciones de un hombre joven se aferró sensiblemente a las herramientas de una literatura menor basada en la  dignidad que una caterva de petulantes nunca han  exhibido.
 
Tal vez una de las diferencias- y vamos a machacar el ejemplo anterior- es, que en esos tiempos de tan sobria y respetable pluma, nuestros primigenios nodales no aceptaban, de ninguna forma, aparte de otros abusos, que la narcopolítica ascendiera al poder.
 
Es decir, que aún con lo distraída de aquella vivaz muchachada de  antaño, nuestros gozos y tendencias de izquierda, no estaban signadas por las perversidades de este hogaño.
 
En aquel entonces, que son los tiempos del apogeo periodístico de Orlando, no nos hubieran vendido  la idea de un “Nueva York Chiquito”, y mucho menos que en República Dominicana, se reeditará otra Sicilia en el Caribe. De seguro, que ello se correspondía con los principios de Orlando. Y esos principios ni se negocian ni son coyunturales.
 
En resumidas cuentas, en tiempos de Orlando, con toda y la rudeza de Joaquín Balaguer, tal vez hubimos de soportar a regañadientes la figura de la repostulación o reelección presidencial, pero nunca-todavía no la aceptamos-la incertidumbre en perspectivas de un gobierno salpicado por el narcotráfico, o un tinglado de funcionarios  mafiosos.
 
Partiendo de estas realidades, que no son posibles ni presuntas, nada tiene de malo el que Orlando y otros como él, hayan profesado  el comunismo. Mucho menos cuando lo que estaba en juego era la feria de las ideas, la libertad de expresión y otros conculcados derechos de la época balaguerista.
 
Así como no hubo razones para asesinar a Gregorio (Goyito) García Castro, muy distante con el pensamiento político del muchacho oriundo de las Matas de Farfán, tampoco había justificación para asesinarle cobardemente.
 
No se trataba de comunismo ni de ser independiente-nunca lo fue como no lo somos nosotros-nos referimos al derecho que tienen los periodistas de protestar ante los abusos que oprimen al pueblo; el cercenamiento de sus ideas, y las del entorno que los ha formado.
 
Esto último no implica dependencias, se trata de estar comprometido con lo que entendemos son, y siempre serán nuestros principios, aunque como en tiempos de Orlando, se corra la misma suerte. Más que una disciplina, el periodismo debe ser una actitud contestataria.

 

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