La emigración: cabal expresión de la tragedia dominicana
Muchos en la clase media piensan en irse del país (o al menos fantasean con esa idea) entre ellos hay pequeños y medianos empresarios, profesionales, comerciantes, artistas, científicos y emprendedores.
También hay un fenómeno acaso novedoso: Padres que consideran que ya es tarde para ellos, pero impulsan a sus hijos a emigrar.
Aunque es difícil cuantificarlo, está claro que no son casos aislados. Representan, además, un espíritu de época, dominado por el escepticismo y la desazón.
Son hijos de un país hastiado; de un país que ha caído en una suerte de default moral y que provoca fatiga, angustia y desmotivación.
Con nuevo gobierno, muchos sin empleos y los que entran, llegan desesperados para saber dónde hay otros ingresos, como hacían los comesolos.
Lo que está claro de dónde se quieren ir. Es inevitable, sin embargo, preguntarse a dónde llegarán.
El mundo está hoy dominado por la incertidumbre. Aun antes de la pandemia, los países más estables y sólidos de Occidente ya lidiaban con graves problemas de empleo y de desigualdad.
Esas fragilidades se han acentuado con la irrupción del «cisne negro» que representó el coronavirus.
Es un mundo, además, en el que se han avivado los nacionalismos y las resistencias a la inmigración, en el que la robotización ha destrozado fuentes de trabajo y el estado de bienestar se ha replegado.
Ese cóctel de frustración y desánimo ha incubado fenómenos políticos extravagantes, como los de Trump y Maduro.
Tal vez debamos encarar un debate ciudadano sobre este fenómeno. Sin minimizarlo, sería útil ponerlo sobre la mesa e instalarlo en nuestra conversación pública. Es posible que así podamos reconocer que hay razones para irse, pero también para quedarse.
Cada familia que opta por el desarraigo podrá encontrar, o no, las oportunidades que busca en otra tierra. El mundo siempre es, al fin y al cabo, una aventura estimulante y seductora; una geografía de oportunidades infinitas que vale la pena explorar y conquistar.
Pero cuando es tu propio país el que te empuja a irte, cuando la decisión surge más del desencanto que del deseo, son inevitables la amargura y el dolor.
¿Podremos reconstruir la esperanza y el optimismo que ha extraviado nuestra clase media?
Esa debería ser nuestra gran apuesta ciudadana.
Hablar de lo que nos pasa, con franqueza y con honestidad intelectual, puede ser un primer paso.
Pero es, a la vez, un conglomerado de sociedades menos homogéneas y más fragmentadas.
Encontrar un lugar en ese mundo no es sencillo.
Seguramente es más difícil de lo que era hace veinte, treinta o cuarenta años.
Más difícil, incluso, de lo que era el año pasado.
Empezar de cero en países como España, Francia o Italia, en Estados Unidos o en Canadá, en Gran Bretaña o Alemania implica recorrer un camino empinado, lleno de obstáculos y dificultades. Además, inmigrar sin papeles puede implicar un salto a la marginalidad.
Todos me dicen, se renuncia al pasado por la esperanza de un futuro. Muchas parejas imaginan el éxodo como un sacrificio por sus hijos. No ignoran que les tocará enfrentar un proceso complejo y difícil, pero creen que valdrá la pena para que los chicos se arraiguen en un país que les ofrezca perspectivas más alentadoras.
Plantean, además, objetivos módicos. Las alienta la ilusión de vivir en lugares más estables, más seguros, más previsibles. Saben que todo les va a costar, pero creen que el esfuerzo tendrá sentido.
Y en esa convicción tal vez resida la razón de fondo: Buscan un lugar donde el esfuerzo todavía valga la pena.
¿El poder está escuchando este mensaje? La diáspora de la clase media, que incluye la fuga de cerebros y de energía creadora, suele negarse desde las cúpulas gubernamentales con cierta indiferencia.
Se tiende a verla como «casos aislados», no como un fenómeno social. Se los ve como proyectos de salvación individual, no como síntoma doloroso de un país que no ofrece confianza ni futuro.
Es, sin embargo, una cabal expresión de la tragedia dominicana.
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Muy buen articulo. Justo, veraz y que mueve a pensar por el camino que transitamos.
Espaciado mas claro. Gracias dice mi papi