El país como un ventorrillo

El Prof. Juan Bosch fue el creador y artífice de una nueva pedagogía política (1961) que, aunque antes mundo literario en su cuentística psicosocial excepcional, irrumpió en la praxis y el discurso de los actores políticos y, de paso, dejó un nuevo vocabulario-diccionario de palabras y estereotipos que aun perduran y definen.
Por ejemplo, quién no sabe que nuestro sistema de partidos políticos es un inmenso “ventorrillo” y que los hijos de “machepa” que dirigen esos “aparatos” –derecha-“izquierda”: con contadísimas excepciones- ya no son tales, sino “tutumpotes”.
Esa cartografía política de Bosch, es el más exhaustivo levantamiento histórico-bibliográfico de una clase política que en nuestro país ha invertido el orden de los valores cívicos-éticos, y se ha inspirado más que en Francisco Moscoso Puello (y su Cartas a Evelina), Juan Boschy Américo Lugo –si tomamos el siglo XX como referencia-, en Montesinos y en aquel político criollo –de la escuela de Balaguer- que cúbico e inauguró una obra que nunca existió. Luego, alguien, con razón o sin ella, dijo, ante el acto de magia y ratería: “corrupto patológico”.
 
Sin embargo, y a pesar de todo el éxito de una parte -¡significativa! – de nuestra clase política en materia de corrupción pública y “acumulación” espontánea de riqueza, hay una summa –con categoría de raigambre- si se quiere mercadológica de la que como mancha indeleble le persigue y mata: eso que se llama “percepción pública” y que en mucho de los actores políticos es definición certera: ¡ladrón!
 
Revertir esa “percepción pública” nunca será colectiva, y por ello (por ser creencia vox pópuli, equivocada o no),    cada actor político   tendrá que construir su propia imagen pública, eso sí, con apego a la ética que implica fiscalización y rendición de cuentas (¡pero nunca la que hagan ellos mismos!).
 
Pero el caldo de cultivo de todo el universo político en nuestro país, y seguramente en toda Latinoamérica, tiene una doble matriz socio-económica: el subdesarrollo material; y el peor, el mental. Porque está mas que demostrado que nuestra clase política no lee siquiera tira cómica. En mayoría, son analfabetos infuncionales que se aprenden de memoria sus técnicas para mentir, embaucar e irse siempre por la tangente. Lógicamente, hay excepciones pero solo eso: ¡excepciones!
 
Solo hay que observarlo en su hábitat natural: los partidos políticos -por añadidura y en la mentalidad de sus jerarquías: rebaño de borregos-, el Estado (sinónimo de botín) y en el organigrama estatal –incluido el autónomo y semi-autónomo-: un inmenso y laberíntico feudo.
 
Precisamente, fue contra ese inmenso basurero socio-político-burocrático que el prototipo de hombre público al estilo de Moscoso Puello, Bosch y Américo Lugo, se sublevó toda su vida consciente de que el ejercicio de la política debía procurar el bien colectivo en democracia y propiciar los avances institucionales de las sociedades.
 
Tampoco vayan a creer que los que fingen ser la vía contraria o antípoda al chiquero antes descrito, serán nuestros salvadores. ¡No!, que va. Esos –con escasísimas excepciones-: la “izquierda burra”, la “sociedad civil” en mayoría y las Ongs (¡casi todas!) también se nutren y se mueren por el “situado” que les llega del presupuesto nacional y de agencias extranjeras.
 
Y así, está construido, casi en toda Latinoamérica, un orden político-jurídico universal –de doble vía- en donde ése analfabeto infuncional (en la cotidianidad y aunque tenga título académico-profesional) ejerce el poder, legisla y cobra impuesto para saciar y perpetuar su vulgar y retorcida concepción de la moral, la política –no entendida como Ciencia y arte para impactar, favorablemente, la vida de los ciudadanos y su entorno, sino como medio de enriquecimiento ilícito- y la ética (por ejemplo, ¡el barrilito es uno –junto al nepotismo- de esos eructos!).
Lógicamente, en países como el nuestro, ese analfabeto infuncional opera al margen de las leyes, de las costumbres y despojado de cualquier pudor público.
 
¡Maldita sea!
 
      
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