Hoy por tantas Ana Iris Paredes
Sentada frente a la camilla en el Hospital Infantil Robert Reid Cabral, Ana Iris Paredes no asumía que su pequeño de siete meses estaba muerto y qué horror pensar que ella misma lo mató a golpes en una crisis sicótica.
Tiene 27 años y reside en la empobrecida comunidad de Juan Tomás, en La Victoria. Hace días que no consume sus medicamentos siquiátricos porque se le acabaron y no había dinero para comprarlos.
La mujer ya ha sido condenada por las madres «buenas”, “abnegadas”, que salieron a abuchearla cuando la Policía la detuvo en el centro médico. Ellas pueden hacerlo, porque sí saben cómo criar y jamás maltratarían a sus hijos.
Qué pena una sociedad tan ligera, que en su afán de propiciar la bondad se prejuicia hasta el grado más sumo de crueldad.
Qué vergüenza un Estado tan carente de sensibilidad social, tan falto de iniciativas que mejoren la vida de sus ciudadanos.
En un país en el que los enfermos mentales deambulan sin ningún tipo de protección estatal, gente muy joven envuelta en harapos pernocta en las vías. A muchos sus pequeños les acompañan en ese cruel recorrido. A nadie parece importarle.
No se trata de fomentar un Estado paternalista, porque más no podría serlo. Es la asunción del compromiso social lo que falta. Que los gobernantes no olviden nunca que tienen la obligación de propiciar bienestar a la gente que gobiernan.
Esto significa garantizar derechos básicos como salud y educación. No es caridad. Se supone que los derechos no se mendigan, sin embargo, las gestiones gubernamentales están enfocadas en un populismo absurdo.
Es la actitud que deja que entre la conveniencia de estar bien con los que pueden favorecer intenciones y alimentar la perpetuidad del poder.
Por eso, en lugar de enseñar a pescar, los políticos dan el pescado disfrazado de funditas, de cajas, en fechas como Navidad y Año Nuevo y el resto del año vestido de botellas y prebendas que laceran la nómina estatal.
Por eso a personas como Ana iris les cuesta tanto recibir auxilio.
Es la razón por la que los empleados de las áreas sociales asumen que hacen el gran favor y antes de otorgar la ayuda, humillan, maltratan y olvidan que los que acuden a suplicar un derecho esencial pagan sus sueldos de burócratas mediocres y no tuvieron el chanche suyo de estar pegados con los que nombran.

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