Baitoa, Apolinar Núñez y sus «Poemas decididamente fuñones»

(A mi hermano Basilio Caba)

«Creo en los filos del hacha y el machete
que levantan conucos
para que broten golpes de belleza
en montes y llanuras»

(Apolinar Núñez)

Parece extraño, pero hasta el miércoles 27 de febrero del presente año no conocía a Baitoa, pequeño municipio perteneciente a la provincia de Santiago y enclavado al sur del municipio cabecera de esta demarcación. Extraño, por cuanto entre Baitoa y la ciudad de Santiago de los Caballeros, donde resido, apenas median catorce kilómetros de distancia.

De Baitoa solo había leído sus perfiles sociogeográficos trazados poéticamente por uno de sus hijos distinguidos, el poeta Apolinar Núñez * (1946), en uno de sus más populares y no menos irreverentes de sus poemas: «Baitoa es casi un hoyo», publicado en su muy polémico poemario «Poemas decididamente fuñones» (1972) Según el poeta:

« A mi pueblito lo manean

Pendientes, cañadas, barrancos

y contadas planicies

dispuestas como a posta

para huertos o atajos

Baitoa es casi un hoyo»

Pero contario al decir de este baitoero apasionado, tengo que afirmar, porque así lo pude apreciar, que más que «casi un hoyo», Baitoa es un hoyo. Para llegar hasta aquí, es necesario descender, ruta abajo, por la vía que hasta allí conduce. Y una vez aquí, se percibe que todo el entorno conforma una hondura semiurbana bordeada, como bien describe el poeta, de «pendientes, cañadas» y «barrancos », y en la que, como también afirma el bardo que nos ocupa, los llanos o planicies son contados o casi brillan por su ausencia.

Conocido es por todos quienes poblamos estos entornos cibaeños, que los baitoeros, junto a los moradores de Sabana Iglesia y demás comunidades circunvecinas, se cuentan entre los primeros migrantes hacia los Estados Unidos, por allá, por la década de los sesenta. La bulla, dinamismo y alegría que estos hijos ausentes le imprimen a su pueblo al regresar de vacaciones atrapa la atención del poeta, quien, merced a esa atención, aclara que Baitoa:

« A veces se encumbra

con el regreso

de nativos ausentes                                                    

venidos por cortas temporadas

(en una caprichosa muestra de decencia)

para modelar sus angustiadas alegrías

engendradas por la prisa de New York…»

Y mientras los nativos ausentes se mueven velozmente allá, con su prisa y sus fríos, los presentes, como hombres de trabajo, permanecen aquí, rotulando las lomas y preparando los canteros y los ranchos para el procesamiento del tabaco que tanto les endurecen sus huesos y ensucian sus manos. Y a esos baitoeros presentes, entre los que no faltan los tipos pintorescos y/o populares que poblaron la otrora aldea, el poeta, como un nativo más, parece conocerlos a todos con sus luces y sus mañas. . Así se revela en la tercera de las cinco partes que conforman la estructura poética de la composición, y en la que el ímpetu de la irreverencia, como en los poetas Roque Dalton (193-1975), y el chileno Nicanor Parra (1914 – 2018) late en cada uno de sus versos:

«Te conozco baitoero con tediosa calma

detrás de los bueyes

y con las recuas

a ramalazos

cargando andullos y serones… »

Pero no solo al boyero. También conoce a Tino, cuyo fétido olor se confunde con el de los canes que lo bordean:

«Te conozco Tino,

degollador insigne,

siempre hiedes,

junto a los perros,

que aguardan despojos…»

A Confesor, el catequista de la Aldea, posiblemente el único catequista homosexual conocido:

«Te conozco Confesor, catequista

recogía limosnas

y te llamábamos maricón…»

A la gorda y canquiñera Dolorita, cuyo sobrepeso no le permitió parir:

«Te conozco Dolorita canquiñera,

gordota

la manteca

casi no te dejaba parir… »

El poeta, igualmente, conoce muy bien a Teodoro, encaramado en su burra, rumbo a la iglesia a tocar las campanas en las misas dominicales:

«Te conozco Teodoro

siempre en burra

a misa

los domingos para tocar

las campanas

y todas las noche llevas el rosario

frente a San Ramón Nonato… »

Y conoce, por último, al que me parece el más gracioso y pintoresco de los personajes que desfilan por las rutas de sus versos irreverentes: me refiero a Neno, con sus pervertidas inclinaciones zoofílicas:

«Te conozco Neno,

aprovechador de chivas,

y becerras,

hasta que un día,

una yegua te jodió…»

Se trata de versos que en su sentido profundo entrañan el mismo cinismo, el mismo sarcasmo y la misma irreverencia presentes en la obra poética de quien con justicia ha sido considerado como el Poeta Nacional de El Salvador: el ya citado Roque Dalton, de quien se afirma, lo mismo que de Apolinar Núñez apunto yo, era tan irónico y bufón, que en ocasiones se reía hasta de sí mismo. Para entender en su justa dimensión la relación existente entre las creaciones literarias de estos dos bardos hispanoamericanos, basta leer el poema de Dalton «Engorde y no joda más, doctor»:

«El poeta Gingsberg se acostó con catorce muchachos,

ese no es un poeta maricón,

ese es un tragaespadas de feria…»

No resulta extraño que en otro de sus fuñones poemas, “De lado, escriba Apolinar:

«De lado no debe tener

una relación sexual

y menos después de cada comida

o antes de comulgar

o después de un largo viaje

o antes de mear antes de explotar

o después de uno morirse

o antes de uno calcular

extensión

erección

y buena puntería»

Tampoco ha de soprender el carácter ultraincisivo de unos lacónicos, provocadores y no menos originales versos recogidos bajo el título de «Poemas brevísimos» :

 a) «Eres tan fea como si estuvieras hecha de boquetes y cicatrices»
b) «Los muslos son más suaves cuando se acarician»
c)   «No recuerdo tu cara porque para siempre me he olvidado de tus besos»

La misma provocación, la misma roncha y la misma llaga que producen versos  como los que conforman el poema «Mi secretaria» :

«Mi secretaria quiso ser actriz
hasta que entre muchas luces le exigieron toda su desnudez,
después se entusiasmó por servir en jet
hasta que los mareos la trastornaban con los vómitos,
luego se metió a modelo
hasta que le objetaron la voluminosidad carnosa de sus nalgas
entonces vino hacia mí
y todavía compartimos muchos clientes, urgencias
y la misma cama…»
 

 No sé si Tino, Confesor, Teodoro y Neno respiran todavía. No sé si ese baitoero tan magistralmente conocido por el poeta baitoero continúa «con su tediosa calma/detrás de los bueyes/ y con las recuas/cargando andullos y serones…»

No lo sé…

Lo que sí sé, o de lo que sí estoy muy seguro, después de conocer recientemente a esa Baitoa maneada por “pendientes, cañadas, barrancos/y contadas planicies, es que, muy por el contrario a lo declarado poéticamente por uno de los más preclaros de sus hijos, Baitoa no “es casi un hoyo“, vale decir, Baitoa, sencillamente, es un verdadero hoyo.

Santiago de los Caballeros

9/3/2019

( *) – APOLINAR NÚÑEZ.- Nació en Baitoa, Santiago, República Dominicana en 1946. Realizó estudios en el seminario Santo Tomás de Aquino, en la Universidad Católica Madre y Maestra, en la Universidad de Nueva York, Búfalo, y en la Universidad de Puerto Rico, donde cursó una maestría en Literatura Hispanoamericana. Laboró por varios años en el Departamento de Letras de la PUCMM y también fue director del periódico La Información, de Santiago. Como poeta y escritor ha publicado los siguientes libros: Poemas decididamente fuñones (1972), Poemas sorpresivos (1973), En tiempos de un dictador (1976), Nociones de ortografía (1976), Textos de pensadores hispanoamericanos (1977) Cuentos y poesías de Hispanoamérica (1980) y Pasión por la vida y la muerte (2005)

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