Los hijos del caos
Hay un aspecto más perverso y menos debatido del desorden vial y social que vivimos: la muchachada de hoy se está convirtiendo en adulta y como no ha conocido otra cosa, incorpora a su conducta la falta de valores y el irrespeto que hoy nos caracteriza. Cuando los adolecentes de hoy presencian una transgresión, no la condenan; la copian y la incorporan a su conducta como normal. Esta muchachada que hoy circula por las calles viendo los conductores en via contraria o violando impertérritos una luz roja lo hace parte de su conducta futura. No tiene porque molestarse ni escandalizarse ante las transgresiones que suceden en esta nueva normalidad. Si hoy, tantos jóvenes andan por ahí sin decir buenos días ni dar las gracias no podemos verlo como un problema de conducta personal sino como uno de los primeros resultados de una pérdida de costumbres generalizada en una sociedad donde de manera igualmente generalizada los hogares fueron deshechos por “la prosperidad”. Con las madres fuera de la casa, en zona franca o en el extranjero, con los padres abandonando los hogares y creando incesantemente otros nuevos, toda una generación de muchachos creció no en medio de un hogar sin costumbres, sino que no tienen costumbres porque nunca tuvieron hogar, que no es lo mismo. Cuando alguien estaciona un vehículo en plena calle interrumpiendo el tránsito de todos los demás, como ocurre miles de veces cada día, una parte del cuerpo social se resigna, otra lo incorpora y los jóvenes, sencillamente lo asumen como la manera de ser de los dominicanos, como su normalidad. Algunos lloran de ira, otros se ríen del chiste. Cuando alguien, en la playa, el barrio o la esquina enciende un equipo de música escandaloso, no está para nada preocupado por el impacto de su conducta en los demás y con frecuencia – lo digo por propia experiencia- se sorprenden de buena fe cuando se les pide que bajen la música. No pensar en los demás, no pedir permiso y conducirse como si no hubiera nadie mas en el mundo no son solamente expresiones de conducta individualista sino parte de esa nueva normalidad. Si hoy en día, la falta de voluntad del Estado ya ha situado el desorden mas allá de sus posibilidades de control. Hay miles de policías y militares en las calles pero muy pocos hacen algo y todavía menos son los que entienden que deberían hacer ¿qué puede esperarse del futuro a cinco o diez años? ¿qué sucederá, quien manejará esto, como hará nadie para impartir educación y orden a una sociedad que nació y se crió en el desorden asumiéndolo como normal? Los de ahora no son los hijos de Sánches, sino los hijos del caos.

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