En torno a la justicia
En sentido general, cada sociedad traza sus normas de conducta en procura del bien común y con esto constituye la moral. Así pues, la justicia es la concepción que cada época y civilización tiene acerca del sentido de sus normas jurídicas. Es un valor determinado como bien común por la sociedad. Nació de la necesidad de mantener la armonía entre sus integrantes. Es el conjunto de reglas y normas que establecen un marco adecuado para las relaciones entre personas e instituciones, autorizando, prohibiendo y permitiendo acciones específicas en la interacción de individuos e instituciones. En consecuencia, la justicia es la vivencia de ese orden; consiste en disponer rectamente las cosas a su finalidad; es la verdad en acción: la verdad se conoce, la justicia se practica. Y su práctica se realiza de manera concreta, dinámica y firme, a fin de dirigir permanentemente la conducta humana. Hay quienes critican duramente nuestro sistema judicial y no creen en el mismo. Afirman que en nuestro medio, la balanza se inclina del lado del platillo en que se depositan más monedas. Sin embargo, es innegable que ha habido grandes avances en nuestro sistema judicial y cada día hay un mayor número de jueces de carrera, capacitados y probos. En la medida en que estos jueces ocupen la totalidad de las posiciones del tren judicial, desplazando las influencias políticas, nuestra justicia se robustecerá de tal manera, que no tendrá nada que envidiar a la de países con larga tradición jurídica. El hecho de que hasta el momento no sea así, no justifica que alguien caiga en los extremos de buscar la justicia con las propias manos o se resigne a la justicia divina. Nunca he olvidado la frase inscrita en la cinta de una de las coronas de flores enviadas durante el velatorio de Trujillo. Decía: “Querido Jefe, duerme tranquilo, esperando la justicia divina o la justicia de nuestras balas”. A la justicia se le ha personificado con una mujer equilibrando una balanza típicamente suspendida de su mano derecha, en la que se mide la fuerza de apoyo de un caso y la oposición (algunos la ubican sentada, otros de pie). Es la balanza de la verdad. Ella también es a menudo vista llevando una espada de dos filos en su mano izquierda, simboliza el poder de la razón y la justicia, que puede ser ejercido a favor o en contra de cualquiera de las partes. Las primeras monedas romanas representan a Iustitia con la espada en una mano y la balanza en la otra, pero con los ojos descubiertos. Es desde el siglo XV, que la Dama de la Justicia es representada con los ojos vendados. La venda en los ojos representa la objetividad. La justicia es, o debería ser, impuesta objetivamente, sin miedo ni favoritismos, independientemente de la identidad, el dinero, la posición política, el poder o debilidad del juzgado y del acusador. En pocas palabras, la justicia no debe hacer distingos, se concibe ciega e imparcial. Sin embargo, en la actualidad, muchas esculturas representativas de la justicia, no sé si en un gesto de realismo, simplemente, dejan a un lado la venda de los ojos por completo. Por ejemplo, en la cima de la corte de Old Bailey de Londres, una estatua de la Dama de la Justicia está, sin los ojos vendados, los folletos del tribunal explican que esto se debe a que la Dama de la Justicia no estaba originalmente con los ojos vendados, y debido a su «forma de doncella» se supone que garantiza su imparcialidad, haciendo de la venda algo redundante. Otra variante consiste en representar a la Dama de la Justicia con los ojos vendados a escala humana, pesando las demandas opuestas en cada mano. Un ejemplo de esto puede verse en la Corte del Condado de Shelby, en Memphis, Tennessee. Lo ideal es que la justicia impere de tal modo que “nadie deba esperar del favor ni temer de la arbitrariedad”. La realidad es que aunque ley hace justicia, los que la aplican suelen cometer injusticias. Pero independientemente de nuestras imperfecciones en la aplicación de la justicia, algo en lo que muy pocas veces se piensa y casi nunca se está en disposición de practicar es el hecho de que uno de los actos más nobles de la justicia es perdonar. Habitualmente, cuando alguien nos ha hecho algo malo, cuando sentimos que nos ha herido, ya sea en nuestra persona o en nuestros intereses, no concebimos el perdón como la forma más adecuada de restaurar la armonía. Perdonar no significa que el agresor no cumpla con el castigo que le imponga la justicia. Las acciones negativas siempre promoverán medidas restrictivas que desestimulen su repetición. Pero una cosa es eso y otra muy diferente mantener el corazón lleno de odio hacia el ofensor. Ciertamente, la justicia dispone respetar los derechos de cada uno y la violación de esos derechos amerita un castigo, cuya severidad estará en relación con la gravedad del delito cometido. Pero el amor que lleva a perdonar al ofensor, sin liberarlo de su castigo, no debilita la justicia, sino que la perfecciona. Además, como ciudadanos no debemos limitarnos a aprender claramente lo que es la justicia, sino que debemos poner en práctica la misma. La iustitia es una voluntad que implica estimular el desarrollo de los más nobles sentimientos humanos y anular los más perversos. Si la motivación de la búsqueda de justicia es el odio y la sed de venganza, esto significa que se atesoran los mismos sentimientos que llevaron a cometer el delito con que se nos agravió. La mayor diferencia estribará en que uno ya tuvo ocasión de violar la ley y el otro está pendiente de hacerlo.