Leonel Fernández: ¿caudillo o “mesías imprescindible”?

“…la verdad es que la mentira cuesta nada al político ni la verdad al intelectual” Ortega y Gasset.- Max Weber (filósofo-sociólogo alemán, 1864-1920) escribió en los albores del siglo XX una suerte de clásic “El político y el científico” en donde esboza una temprana radiografía de la condición y la naturaleza del político profesional y, de paso, hace una categorización-reflexión sobre el trabajo del hombre de ciencia en contraposición al comportamiento (campo-ejercicio) del político. Contrario y en cosmovisión-génesis, Nicolás Maquiavelo (filósofo-escritor italiano, 1469-1527) auscultó, más temprano aún, en los medios y los fines para alcanzar y mantener el poder deplorando la miserable condición humana que sólo es fiel, según Maquiavelo, a su propio interés mezquino-particular. Uno y otro (el alemán y el italiano) hicieron la disección forense socio-histórica -alma y madera- del actor sociopolítico hegemónico que conocemos en toda sociedad antes y después de la aparición del Estado, ayer patriarca, profeta, hechicero, señor feudal, rey o príncipe; luego, caudillo tosco u ilustrado, dictador o tirano; hoy, caudillo carismático, líder demagogo, líder carismático o líder efectivo. Así, el ex presidente Leonel Fernández deviene ahora –y a causa de una aspiración ajena- en “mesías imprescindibles”; pero, al mismo tiempo, se obvia olímpicamente que gracias a la “voluntad” –diríamos que “mesiánica”- de ese “mesías imprescindible” hubo caudillos ministeriales (lo que les costó capital político al “mesías imprescindible”, porque nunca quiso cesarlos) sin chistar ni alegar cansancio alguno, o mejor, que hicieron “bateo y corrido” como si nada, mientras que, el “mesías imprescindible”, curiosamente (que digo, constitucionalmente), se quedó sin empleo. Tal fenómeno recrea el famoso complejo de avestruz, pero de una sola vía: la de no querer vernos nosotros mismos en ningún espejo. Vaya narcisismo-masoquismo. Claro, tal miopía no escapa a lo que es cultura general: nuestro país está poblado de políticos, de funcionarios y de figuras publicas (en el ámbito público y privado) que no conocen el vocablo jubilarse porque han hecho pertenencia de los puestos públicos, de las instituciones públicas, de las jerarquías de los partidos políticos; y, por supuesto, esa cultura-bazar, también se extrapola a la llamada “sociedad civil”: ONGs (con sus contadas excepciones) y libelos periodísticos (que reciben el “situado”). La nuestra, en fin, es una sociedad donde nada perimina y, en consecuencia, nadie quiere jubilarse. Para qué –¡dicen todos al unísono!-: ¿para cuidar nietos? ¡Noooo! Ya sé que hace rato (y por estos garabatos míos), siendo danilista atípico y ecléctico (porque defiendo “independencia de criterio”), me he ganado la afiliación gratuita de leonelista (pero, ¿qué peledeísta no lo es?). Lo acepto, y algo más: cargo con las consecuencias: la de peledeísta, o como Balaguer nos llamó: “come solo” (aunque el término-mote honestamente ya ha sido conjurado -con creces- y en desventaja para los peledeístas ortodoxos). Pero prefiero eso, a sufrir amnesia, o a querer subir hundiendo a otro. Bien hacen pues Reinaldo y Francisco Javier (a pesar de la ocurrencia aquella: “globo de ensayo”), que andan por ahí predicando su evangelio ceñidos a la enseñanza bíblica “No mires la paja en el ojo ajeno, si no la viga en el tuyo”. Por ello“!Alabados sean!”, pues. Porque los adversarios están afuera, ¿no? Y hablando de Leonel Fernández –el “mesías imprescindible”- quisiera saber ¿cuál es el impedimento político-cívico-constitucional que le prohíbe aspirar y volver –si él quisiera y la mayoría ciudadana lo decidiese- a ser presidente de la República? Probablemente –y haciendo un ejercicio imaginario de oposición política-, tal vez, el famoso “hoyo fiscal” que el PRD, en su momento, cuantificó en 85 mil millones, pero que luego, y si no me equivoco, el Ministro, enmendó (quizá en un arrebato del científico weberiano) diciendo que eran 120 mil millones. ¿Harakiri o qué? O quizás, quien sabe, hubo consenso en ejecutar “…una declaración pública en que, en una polémica estratégica, se coincide con el adversario con el propósito de sentir el sortilegio embrujante de la objetividad” (Leonte Brea: “El político. Radiografía íntima”, Pág. 362). Nadie lo sabrá, pero como van las cosas, la ejecución de marras, más bien era un eslogan. Sí, un eslogan embrionario. Claro, todos estamos en el derecho de opinar, de especular y hasta de aspirar. ¿Quién dijo que no?

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