La institucionalidad que Guido Gómez reclama

Los que llegamos al último tramo de la vida en pleno ejercicio de nuestras facultades mentales, siempre empleamos el recurso individual de pasar balance a los hechos y acontecimientos que protagonizamos o que simplemente atestiguamos. Es algo así como volver a vivir, pero fugazmente. Es de ahí que me pregunt ¿valió la pena aquella enemistad con Danilo P. desde 1959; qué tanto quise a Agustina J.; tuvo sentido la guerra de abril; de qué me sirvió la relación con el PACOREDO; hasta qué punto fue tiempo perdido el que milité en el PRD? Estas son interrogantes personales, a las que sólo puedo responder en primera persona. Pero hay sucesos de carácter colectivo que deben ser evaluados por otros, y sobre los cuales -y por un asunto de respeto a la vida y actuaciones de los demás- por lo general no llego ni siquiera a plantearlos como cuestión pública. Hay muchas determinaciones y acontecimientos que nunca podré alcanzar a entender plenamente, a menos que los protagonistas -ya idos en gran parte- lo pudieren aclarar. Y eso. parece que no siempre puede ser posible, porque los muertos no hablan. Aunque pudiera ser que hayan algunos testimonios y testamentos que yo desconozca que al develarlos, aclaren sobre la verdad de hechos ya pasados. Siempre he querido saber ¿en qué pensaba don Juan cuando proclamó que “un golpe de estado a su Gobierno duraría menos que una cucaracha en un gallinero”? Me ha intrigado toda la vida la justificación interna del doctor Peña Gómez al aceptar o proponer -como quiera que haya sido- el tristemente célebre reparto del “dos y dos” de ciertas diputaciones en las elecciones de 1994. Y me embargan otras grandes dudas, no sólo políticas sino también, del ámbito personal de los dirigentes que me permití considerar en algún momento como líderes y de otros que fueron simplemente contemporáneos y amigos míos. Ahora que estoy a tiempo y que todavía respiro -aunque con dificultad- pero que si podemos hablar y escuchar, leer y escribir, los unos y los otros; me gustaría replantear la cuestión que sirve de título a esta entrega: ¿Qué clase de institucionalidad es la que demanda Guido Gómez Mazara de Miguel Vargas Maldonado, presidente del PRD, cuando decide participar en la convención del partido que él en persona ha desacreditado una y otra vez? La pregunta, aunque clara y precisa, creo que tiene respuestas que pudieran resultar ambiguas. Porque ¿acaso se referirá Guido a la institucionalidad que él manifestó cuando hizo “guardia de honor” al cadáver de Balaguer? Recuerdo que para esa fecha, el Consultor Jurídico del Poder Ejecutivo argumentó que él cumplía con deberes de su investidura de funcionario alto del Estado, y aunque sabemos que él pudo evitarlo si lo hubiese querido, estuvimos de acuerdo en que jugara el roll que él quería jugar. A fin de cuentas, Hamlet planteó el dilema de la vida hace unos 500 años: “to be or not to be” (ser o no ser) Guido Gómez no tenía que estar rindiéndole tributo a Joaquín Balaguer y mucho menos a su cadáver; pero el Consultor Jurídico de un gobierno encabezado por Hipólito Mejía, tenía que estar presente en ese agasajo final al dictador ilustrado. Hasta este punto, todo luce lógico y aceptable. El asunto se complica cuando ese mismo Consultor Jurídico olvida ese protocolo y asiste de manera personal a la viuda de su amigo -según confiesa el mismo Guido- Martín Abreu Pimentel, conocido narcotraficante, que fue abatido en lo que se interpretó como un ajuste de cuentas, en el parqueo del conocido club nocturno Trío Café, en mayo de 2002. En este caso, Guido Gómez Mazara tenía y aun tiene, derecho a escoger sus amigos personales, y mostrarles la solidaridad debida a su viuda y sus familiares; Guido podía inclusive cargar en hombros su ataúd y hasta llorar a desconsuelo en el rincón de los dolientes; a fin de cuentas, eran amigos y eso se respeta. Lo que resulta inadmisible es que el Consultor Jurídico del Poder Ejecutivo -llámese como se llame- se solidarice con la viuda de un narcotraficante, haciendo de ayudante cual agente intermediario, oficina por oficina, agilizando los trámites legales para la sepultura de su amigo del alma -tal y como el mismo Consultor Jurídico confesó a la prensa en su momento- el fenecido Martín Abreu Pimentel. Al Consultor Jurídico del Gobierno no le está permitido solidaridad pública alguna con un narcotraficante como el susodicho y no es por aquello de que la mujer del César debe no sólo parecer sino ser seria; es por razones de ética en las funciones públicas y de respeto a la institucionalidad. Pero además, el meta mensaje que se desprendió de esa práctica, humana e inoportuna, fue aun peor para la imagen del Gobierno y de su alto funcionario legal. Hay en este acontecimiento otra arista que en su momento, o sea, cuando Hipólito gobernaba, causó gran preocupación entre los miembros del PRD y del Gobierno, debido básicamente a lo que implicaba. La hipótesis que se barajaba entre perredeístas cercanos al Consultor era la siguiente: Si Guido, tal y como él mismo afirma, es fiel y agradecido con sus amigos, en las buenas y en las malas: ¿qué le regalaría Martín a su amigo Guido y como le habrá reciprocado Guido el favor a su amigo Martín?, porque todos sabemos que la amistad es un camino de doble vía. En esos momentos se decía en los corrillos perredeístas, que el regalo de Martín a Guido, había sido una jeepeta Lexus negra que el novel abogado usaba antes de llegar al cargo. Aunque esto nunca se confirmó, era un secreto a voces, que se escuchaba por doquier. El desconcierto se presentaba cuando surgía la pregunta obligada: ¿Y cómo le pagaría Guido el favor a Martín? Porque un nombramiento de “Ayudante del Presidente Mejía”, como que no luce suficiente, digo, aparentemente. Si es a este tipo de institucionalidad que se refiere Guido en su pedido a Miguel Vargas; y es esta clase de institucionalidad la que promete el experimentado abogado de llegar a la presidencia del PRD, creo que los perredeístas hacen bien en ni oírlo siquiera. Hay otro acontecimiento de carácter “institucional” en el pasado del doctor Gómez Mazara, que todos recordamos con exactitud, porque no se conoció por los rumores intra partido e intergubernamentales. Este caso, igualmente famosísimo, lo vimos en la televisión pública, una y otra vez. Se recuerda al honorable diputado Alfredo Pacheco, siendo elegido por sus compañeros como Presidente de la Cámara de Diputados de nueva vez; bajo los disparos y en medio de un apagón que fue provocado por una “horda institucional” que se presentó en el Congreso, y que procuraba cambiar el resultado de las votaciones de los diputados. En ese tiempo se entendió lógicamente que era una “asignación” del presidente Mejía, donde el Consultor Jurídico era como de costumbre, el brazo ejecutor. Este hecho, como muchos de esa época, se quedó en la chercha acostumbrada; en acuerdos y compensaciones a los agraviados algunas veces, cómplices por el silencio de los culpables por la comisión de los hechos delictivos. Pero que cosas tiene la vida, doce años después de estos actos vandálicos, el mismo personaje resulta ser el abanderado y demandante de que en el partido reine la institucionalidad. De nuevo, ¿es esa la clase de institucionalidad que propone el candidato Guido Gómez Mazara al PRD? ¡Qué Dios proteja a los perredeístas! ¡Vivimos, seguiremos disparando! rolrobles@hotmail.com

Compártelo en tus redes:
ALMOMENTO.NET publica los artículos de opinión sin hacerles correcciones de redacción. Se reserva el derecho de rechazar los que estén mal redactados, con errores de sintaxis o faltas ortográficas.
0 0 votos
Article Rating
Suscribir
Notificar a
guest
0 Comments
Comentarios en linea
Ver todos los comentarios