La industria de la diversión
Entre los milagros de la era cibernética debía destacarse aquel que nos ha convertido en piezas de museo. Los días de diversión fluyen en la mentalidad de nuestros mercaderes como si fueran burbujas de jabón que brotaran de las manos de un mago. El día de la secretaria no se escapa, el del planeta Tierra mal celebrad sembramos cien retoños a cambio de destronar a una selva. El día de pensar no se celebra, el negocio de la frivolidad perdería adeptos, fracasaría mañana. El día de los recogedores de basura no se celebra, ni el de los abuelos, la sobriedad no produce ni papas. No celebramos el día de la vaca que hasta su estiércol nuestros árboles desarrolla. Los alpinistas nos ilustran en el asunto, escalan una cuesta un fin de año, se regocijan ante la montaña, el aluvión de secretos, el enigmático estatismo. A los navegantes que se refugian en los elementos no les cobran impuestos, les retribuyen con el regalo del pez volador que cae en cubierta, el lenguaje del oleaje, la presencia de la oceánica levedad. La naturaleza no reclama impuestos, la farsa de la alegría que se cobra. No habría de qué extrañarse, nuestros mercaderes nos proponen nuestros funerales en papel de colores, féretros de alabastro. La industria de la diversión vende lo que se propone: boletos de viajes en paquetes de reglas a seguir, guías, declamadores del paisaje. No les agrada a nuestros dueños que abramos las ventanas del hogar, admiremos la gota de agua que fabrica círculos, el brillo de la hoja que pinta la lluvia, el gato que vuela sin alas. Tal mirada contemplativa no genera dividendos. Las arcas de los mercaderes se nutren del tesoro de la prédica pública, de ahí que proliferen los días de la alegría programada. El día de nuestros funerales, el más encarecido, el de clonarnos el cerebro imposible festejarlo, celebraríamos los 365 días del año. La industria de la diversión no se compadece de nuestros bolsillos tristes, nuestra precaria economía socavada. Calladitos, a donde nos envíen a divertirnos, parecemos filas de estudiantes que han desaprobado la asignatura del sentido común y la cordura, o rebaños de ovejas trasquiladas. La fábrica de la alegría sigue su curso, hasta tanto, los mercaderes se sienten a la mesa, en espera de que esté listo el pastel de la inocencia ciudadana. diosdado0811@hotmail.com

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