Doctrinas e instituciones políticas de antaño
En toda sociedad humana que ha alcanzado cierto grado de cultura, se distinguen dos órdenes de fuerzas que aseguran la cohesión: unas intelectuales o morales, otras materiales. En las primeras se manifiesta el hecho que existe una identidad o una semejanza en un número de ideas principales y de sentimientos profesados por los individuos que forman parte del mismo grupo político. Así, por ejemplo, la comunidad de religión, la conciencia de pertenecer a un pueblo distinto de los otros, la fidelidad tradicional a una dinastía, etc. En cuanto al segundo grupo, eso es, las fuerzas materiales, ellas actúan por el medio de la administración y de la jerarquía que, disponiendo de los arneses de coerción necesarios, saben y pueden guiar la acción de masas hacia los fines deseados a veces por esta masa misma, pero en cualquier caso de acuerdo con los puntos de vista de las clases dominantes. El conjunto de las jerarquías que, desde el punto de vista material, dirigen una sociedad forma lo que hoy, al menos en Italia, se designa tradicionalmente bajo el nombre de “clases dirigentes políticas”. En cuanto al conjunto de doctrinas y de creencias que da un fundamento moral al poder de los dirigentes, constituye lo que otros llaman hoy también, “formula política”. Es evidente que la fórmula política debe, en cada caso, corresponder al grado de madurez intelectual, a los sentimientos y a las creencias que prevalecen en una época dada y en un pueblo determinado. Ella debe igualmente estar en armonía con la manera de reclutamiento y de organización de la clase dirigente en el mismo momento y al mismo pueblo. Una clase dirigente política que justifica el poder que ella ejerce razonándolo como una emanación de la voluntad divina debe ser necesariamente formada y organizada según las vistas que serán diferentes de las que adoptara una clases dirigente que funda su poder sobre el consentimiento presumido o real de la voluntad popular. Es por eso que, cuando se modifican la formación y la organización de la clase dirigente política, la fórmula política debe también cambiar, e inversamente, la modificación de la fórmula política dará como resultado la de la clase dirigente. Resulta de esta acción reciproca del pensamiento sobre los hechos políticos, y de aquellos sobre el pensamiento que es imposible de estudiar la historia de las doctrinas sin estudiar al mismo tiempo, la de las instituciones políticas. No podemos en efecto conocer una doctrina sin tener cuenta el tipo de organización política al cual ella se refiere sea para defenderla, sea para combatirla; en otros términos, es bastante difícil adquirir una noción exacta de las doctrinas que han sido elaboradas en cierto momento y en una cierta sociedad, sin tener una noción exacta de la organización política que existía en ese medio en la misma época. Es posible para nosotros conocer bien el pensamiento que las instituciones de las épocas más o menos lejanas, estudiando el pasado de esos los pueblos que han poseído o que poseen lo que se llama en general una civilización, y que por lo tanto han adquirido un lugar en la historia de la humanidad. La creencia es aun bastante extensa que la historia no puede proporcionarnos sino datos poco convincentes y enseñanzas inciertas; en efecto, tanto que la historia simplemente nos dice acerca de la actuación de los individuos que tenían la dirección de los pueblos en el punto de vista político y militar, no se puede sostener sino que esta critica haya estado vacía de fundamento. Es bastante difícil, parecido entre sus propios contemporáneos, evaluar con cierta precisión cuál ha sido la acción de los hombres representativos de una época, cuales son las razones verdaderas que los han animado, y cuál es la importancia real de los obstáculos que ellos han superado. Dada también la variedad infinita y la complejidad de los eventos históricos, es raro que se puedan discernir dos situaciones perfectamente idénticas al punto de que la que es la más antigua pueda iluminar la mas reciente y dar el medio de resolverla. Pero, en contra, existe toda una parte de la historia que suministra los datos casi seguros, y es esta parte que justamente nos interesa desde el punto de vista del estudio de las ciencias políticas. Porque podemos, gracias a los documentos que nos ha legado cada civilización, gracias a los libros, a los códigos, a las inscripciones, a los monumentos de las civilizaciones pretéritas, llegar a reconstituir casi con una exactitud absoluta el pensamiento de los hombres que han vivido dos o tres mil años antes que nosotros. Podemos también de la misma manera conocer el funcionamiento de las instituciones que los regían. Y, por igual, gracias al conocimiento de las mentalidades, de las leyes y de las costumbres, de los pueblos que han creado las civilizaciones anteriores a la nuestra, podemos encontrar las causas por las cuales esas naciones y esas instituciones políticas, que fueron en un momento dado florecientes, conocieron la decadencia, se transformaron y desaparecieron.

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