169 hombres contra la maquinaria de Trujillo
Cincuenta y cinco (55) años han transcurrido desde que
desembarcaron por Maimón y Estero Hondo 169 héroes continentales, que vinieron
a sacrificarse al enfrentar la poderosa maquinaria de guerra del dictador
Trujillo, el cual ya estaba advertido de la llegada de ellos como saga del
grupo que una semana antes había tomado tierra en Constanza, transportados por
un avión C-46, el cual retornó a Cuba minutos después del aterrizaje al caer la
tarde del 14 de junio.
La lancha Carmen Elsa vino con una sobrecarga de 121
guerrilleros, que apretujados pasaron muchos inconvenientes para desembarcar en
la playa de Maimón, previamente, a unos 26 invasores hubo que reembarcarlos en
una de las fragatas cubanas de guerra que escoltaban en alta mar a las lanchas
expedicionarias; en poco tiempo se vieron sometidas al fuego intenso de la
aviación militar y de una de las naves de la marina que llenaron de metralla la
playa y destruyeron la lancha.
La Timina tocó tierra en Estero Hondo y sus 48 héroes
fueron sometidos a un intenso fuego, que aun cuando no destruyeron por completo
la embarcación de desembarco, los obligó a refugiarse y desplazarse hacia el
terreno alto, ya que esa zona era bastante llana y los blindados de Trujillo
pudieron maniobrar y abonaron la tierra con metralla hasta que lograron
exterminar a los héroes que ingresaron a la inmortalidad ante una epopeya
desigual.
Los expedicionarios heridos eran rematados en el mismo
lugar que eran hallados por los soldados de Trujillo, y los ilesos se
transportaron hasta la base militar y aérea de San Isidro en donde se les
sometió a horrendas torturas para luego fusilarlos en presencia de los cadetes
de la academia militar, y de la oficialidad de la base, para que sirvieran de
escarmiento y a nadie se le ocurriera sublevarse en armas en contra del
dictador.
La gloria de las hazañas de junio eterno se han
concentrado en los héroes de Constanza y sus nombres son más conocidos. Hubo
siete sobrevivientes que quedaron como testigos de una epopeya, condenada al
fracaso desde el mismo instante que pisaron tierra dominicana, donde las
condiciones sociales no estaban listas para respaldar una acción heroica de
jóvenes idealistas, que por testimonios recogidos en diarios y por boca de los
sobrevivientes, sabían que venían a inmolarse, pero el objetivo se logró al
sembrar las semillas del patriotismo y la libertad.
Esa semilla sembrada en las montañas de Constanza, y en
las playas de Maimón y Estero Hondo, germinaría meses más tarde con la oleada
de jóvenes, que sin medios para combatir la tiranía, se fueron uniendo para
formar el núcleo de la conciencia dominicana y centenares de jóvenes se
involucraron militantemente para combatir a la dictadura, aun cuando muchos
fueron a parar a las cárceles de tortura de la 40 y del 9, donde fueron sometidos
a feroces agresiones a su integridad física.
Los malogrados héroes de Constanza, Maimón y Estero Hondo
forman parte de una raza inmortal, que todavía los dominicanos no la merecemos
por la forma de cómo hemos mancillado su memoria, con una clase política
formada en el despojo de los recursos públicos con la comisión de los actos de
corrupción más escandalosos, en donde esa clase ha formado un valladar para que
sus miembros nunca puedan ser tocados, y si algún día alguno de ellos cayera en
las manos de una justicia seria y responsable, le buscan la forma de evadirla.
Los héroes del junio inmortal de 1959 permanecen
postergados en los sentimientos del ciudadano, atropellado hoy en día por todos
los males de una sociedad ahogada por la violencia, la inmunidad de los
antisociales y la vergüenza ante un enriquecimiento ilícito y están acosados de
tal manera que sobrevivir es la máxima aspiración, dejando de lado aquellos
sentimientos que por última vez fueron sacudidos con el levantamiento socio
político de abril de 1965.
Y esta fecha aniversario del desembarco de Maimón y Estero
Hondo coincidió con la celebración más emblemática de la Iglesia Católica, que
reconoce la presencia del cuerpo de Cristo en la eucaristía, adoptándose desde
el siglo XIII (1268) como dogma de fe, proclamado por el papa Urbano IV. Fue la
primera fiesta de la Iglesia establecida por un dogma papal.