Trump el candidato “improbable” Presidente
Creo que nadie –a excepción de algún brujo despistado y fuera del alcance de los medios o, de alguna encuesta por llevar la contraria-, en ningún momento, dio por ganador al candidato republicano; más bien, casi todas las encuestas, “los analistas” que, curiosamente, en los Estados Unidos son demócratas o republicanos (al menos, a los que les daban cobertura en las cadenas noticiosas) y casi todos los medios de comunicación -¿o de manipulación?- llamaban el “improbable” resultó ser el candidato probable.
Entonces, cabe la pregunta: ¿qué paso ahí?
Y no valió, para mirar con más detenimiento el fenómeno, como el “improbable”, primero, cruzó la calle, luego, llegó a la esquina –adonde nadie dijo que llegaría-; y, de paso, se llevó de encuentro a toda una generación “joven” de políticos-líderes republicanos y demócratas y, finalmente, a una hábil y experimentada política (Hillary Clinton), cuasi jefa, con su esposo, Bill Clinton (y el Presidente Obama que se tiró duro a hacer campaña), del control absoluto de la maquinaria-plataforma del partido demócrata.
Y ahora, contrario a lo que se creía, es, justamente, en el partido demócrata donde se están pidiendo cabezas y una vuelta del partido “al pueblo” y no solo a los centros urbanos o ciudades de clase media.
Sin embargo, en el partido republicano, la cosa es más sencilla y real (como sucede casi siempre cuando se gana): Donald Trump aunque a regañadientes, a rechazos, y hasta a amenazas de arrebatarle la Convención –cuando la tenía ganada-, es el nuevo líder-héroe –a su manera- de un partido que él puso en el centro del corazón y de los anhelos de miles de ciudadanos estadounidenses que hace tiempo ni se asomaban a las urnas, quizás, en parte, por el descrédito de la clase política; o quizás, por el mapa olvidado de la pobreza en un país que se autodenomina “la primera potencia mundial”, y lo que se avizora, en ese partido, es una recomposición entre aliados-coalición con Trump y sus propuestas –que muy seguro sufrirán sutiles cambios y trastrueques- y los que se alinearán con los posible o potables candidatos de cara al 2020: Paul Ryan, Chiris Christie, y el mismo Donald Trump.
Lógicamente, en mi caso –y varios artículos lo atestiguan- nunca creí ni hice caso a la grosera manipulación mediática-electoral de las cadenas noticiosas, de supuestos analistas “independientes” y medios escritos y digitales, entre ellos, una cadena hispana que, incluso, el mismo día –en la noche- de las elecciones y ya Hillary Clintonderrotada –en el mapa electoral que tenían en sus propias narices- jugaban a hacer ganar a la que se proyectaba como la “improbable. Aquello, el juguito ridículo de esa cadena, daba pena y vergüenza ajena, como se dice.
En consecuencia, la mejor reparación a la campaña de manipulación mediática-electoral que llevaron a cabo esas cadenas (bilingües: básicamente español-inglés) y medios escritos, es ayudar a despejar de la mente de muchos ciudadanos, mayoría latinos, el miedo y el temor que, por un lado, sembró Trump con su discurso anti-migrante y de otra índole; pero, por el otro lado, el hecho cierto –desde esas cadenas y medios- de haber usado y atizado ese mismo miedo-temor con la intención, mediática-electoral (disfrazada de opinión pública o de cobertura noticiosa), de favorecer a su candidata:Hillary Clinton.
Y ya en lo que será el análisis frio del fenómeno Donald Trump, creo que los sociólogos, politólogos e historiadores deberán de adentrarse -con sosegado juicio- a desentrañarlo, pues, me temo que el mismo encontrará mejor explicación en la superestructura política-ideológica-cultural (pero no reduciéndolo al insinuado y maniqueo lugar común del populismo-fascismo –aunque haya algo de eso- que ya se manejó para tipificar-encasillar al “improbable”) más que en la base económica (desempleo, crisis económica, etc.). Pues es –y fue- más que eso que no quieren hacer creer: el hecho de que un candidato le dijera a una mayoría –en este caso electoral- lo que quería escuchar y punto. Eso, como explicación científica, sería burda charlatanería y, por supuesto, nadie se lo va a tragar.
Se trata –y se trató, en honor a la verdad- de algo más sintomático e universal y que tiene que ver con la manera, la forma o los fines últimos del manejo de los poderes públicos por los políticos (o más bien, por la clase política) y actores fácticos a nivel global, y de manera particular, de cómo se ejerce y se maneja desde los países desarrollados –que también tienen pobreza- y desde los países subdesarrollados y en vía de desarrollo. Ello así, porque el fenómeno Trump y la vigencia –o impostura, en algún momento- de líderes como Berlusconi, Putin –que no es tan populista, si no, de equilibrio geopolítico y de arma a tomar-, Ortega y Evo (por poner algunos ejemplos) no surge, en mi opinión, fortuito, sino como respuesta a ese quiebre del paradigma histórico de gobernar o del ejercicio del poder en donde se dan roles contrapuestos (ya –y a diferencia de otros tiempos- inferido por la población): políticos que se convierten en empresarios –por acumulación rápida o espontánea de capital-riqueza- y empresarios “políticos” que ya no quieren seguir financiando a políticos que tampoco ya lo necesitan para subvencionar sus campañas (si no y solo para hacer creer). O líderes populistas –seudos izquierdistas- que, a diferencia de de Gorbachov, Mandela y Mujica, se entretienen mucho con el poder y se creen infinitos e insustituibles.
No obstante, el problema o fenómeno es universal –y como hemos citado otras veces- encuentra su mejor tanteo-explicación en dos libros claves y otro más general: Niall Ferguson (Civilización Occidente y el resto), Moisés Naím (El fin del poder) y el historiador británico Tony Judt (Algo va mal).
Sin embargo, para los latinos o hispanos, no todo está perdido, pues, y según el Pew Research Centers, el 29% de los latinos votó por el “improbable”. Ése porcentaje (que los hispanos deben reclamárselo ya –organizadamente- a Trump y al liderazgo republicano en el Congreso), tal y cual nos vendieron al “improbable”, no encuentra explicación mediática, aunque si en el refranero popular que dice: “Nadie es tan malo como aparenta, ni tan bueno como se comenta”.
jpm
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