Todos reímos con la muela de atrás
Hay un viejísimo refrán que afirma enfáticamente: es imposible tapar el sol con un dedo. Ciertas realidades: políticas, sociales, económicas, son tan patentes, que saltan a la vista. Por más esfuerzos que hagan gobiernos y grupos particulares para ocultarlas, o disimularlas, la gente “se hace cargo” de su ingrata presencia. La delincuencia en los barrios, la interrupción del servicio de energía eléctrica, el incremento de la inmigración haitiana, son tres asuntos de tanto volumen que no es posible escamotearlos, sustraerlos de la atención pública. Lo mismo ocurre con los partidos políticos. Las debilidades y aberraciones de sus dirigentes, no pueden taparse con un dedo, ni con varios. El público, después de cincuenta años de democracia mañosa, “sabe dónde duerme el diablo”. Ha visto cómo unos políticos pobres, en el curso de pocos años se vuelven “potentados”. Adquieren apartamentos costosísimos en urbanizaciones “exclusivistas”; visten trajes de marcas prestigiosas, usan automóviles de lujo. Practican la llamada “alta parejería”; se les oye decir: este fin de semana lo pasaré en mi finca del Cibao. La retórica revolucionaria que empleaban al comienzo de su “actividad partidaria”, es suplantada por un lenguaje formalístico, propio de nuevos ricos empeñados en “ejercer” la ostentación. Los hombres comunes y corrientes escuchan; “se ríen con la muela de atrás”. Los sociólogos insisten en que los partidos son “órganos sociales de acción política”; sin ellos la democracia no podría operar, pues a través de ellos “se expresa la voluntad popular”. Y es así mientras la población sigue a unos líderes -de izquierda o de derecha- en cuya idoneidad confía. La credibilidad es esencial para que funcione la interacción entre minorías y masas. Pero los partidos políticos ya no representan opciones ideológicas; ni siquiera “modos de operar” diferenciados. Así como las constituciones son textos que establecen el ordenamiento político del Estado. Orden – jurídico y social- que debería ser preservado por los partidos políticos. Sin embargo, en los hechos, los partidos son “poderes desordenadores” del régimen establecido. Aquí, y en todas partes, muchos dirigentes se sienten por encima de las leyes. La falta de respeto del pueblo por ciertos líderes es “medible”. Las democracias sobreviven erosionadas por el desencanto. Todos reímos con la muela de atrás.

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