Los perros herejes
En la Isla de las Herejías se ha descubierto una jauría de perros vagabundos que tienen aterrados a sus pobladores con sus saqueos y sus ansias desmesuradas. Un buen día Octavio Villavicencio, que vive a la entrada del pueblo, me visitó alarmado con el problema de los perros y sus codicias irascibles. Me pregunta el angustiado vecino de qué manera podría la Isla solucionar el pandemónium que ocasionan estos perros tan depredadores y, al parecer, con tan infernales propósitos.
El comportamiento de los perros herejes puede ser comparado con los perros negros fantasmas ingleses o emisarios del diablo que aparecieron sorpresivamente en la Iglesia de Santa Maria atacando con sus garras un 4 de agosto de 1577 a un gran número de personas que se encontraban en dicha iglesia.
«Octavio, antes de usted haber venido otros moradores ya lo habían hecho con la misma preocupación» —le respondí—. «Sin embargo, para nosotros usted es el único que podría darnos esperanza de que algún día podremos quitarnos este problema de los perros que reaparecen en la Isla cada cierto tiempo y cada vez son más insoportables sus escándalos y sus codicias» —contesta Octavio con rostro de pesar—.
En ese instante se acerca a la conversación Leticia Maldivia con la misma queja. Y pregunta: ¿No son esos los mismos perros que estaban en la puerta del inframundo? «No…no…no, espere un momento Leticia, usted habla de los perros del infierno que estaban encargados de recoger las almas de la gente que han hecho un pacto y les ha llegado su hora» —le aclaró su confusión—.
Octavio, que ha leído algo sobre los perros del infierno, agrega, ante la confusión de Leticia: «Yo no sé si existe diferencia entre estos perros que escandalizan la Isla de las Herejías y los del infierno. La verdad es que estos últimos son bestias sobrenaturales que le sirven a los demonios» —responde ostentando su sabiduría—.
«Algunas gentes del lugar dicen que estos perros tuvieron muy buen dueño y que éste se vio en la imperiosa necesidad de soltarlos porque hasta a él mismo querían comérselo vivo y murió con ese dolor» —recordó Leticia—.
«Bueno, bueno… el problema que platean ustedes ahora es el de otra clases de perros. Leticia tiene razón en lo que acaba de decir» —les advertí—. Y luego les aclaro: «Ahora bien, lo que pasa con los perros de la Isla de las Herejías es que Dios los cría y el diablo los junta. No se olviden de este proverbio, ya que en cualquier situación nos aborda» —le hice la observación—.
Después intervino nuevamente Leticia Maldivia y dice: «Ayer estuve por la Hondonada de los Buitres visitando a Esteban Pedraza y la mujer de éste me informó que ella conoce una señora que puede ayudar a espantar perros».
«¿Qué clase de mujer es esa y con qué tipos de poderes cuenta para ahuyentar estos animales?» —pregunto—. Ella me dijo: «Y mire que la mujer de Esteban Pedraza no cree en nada referentes a cuestiones de demonios, que esa señora había resuelto un problema similar en otra parte». «Sería mejor que ustedes les visitaran para consulta» —le aconsejé—. «Bueno —les dije— ahí tienen una vía para tratar de ahuyentar o impedir que estos perros vuelvan, pero eso no garantiza que esos canes retornen a sus diabluras».
Leticia Maldivia y Octavio Villavicencio salieron a un encuentro con aquella santera. En el camino se encontraron inesperadamente y de manera sorpresiva con un grupo de perros ladrándoles. Lo peor de este encuentro fue que uno de estos canes irreverentemente comenzó a orinarse sin importarle la presencia de una dama, cosa que no le molestó a Leticia.
El que parecía el líder de la manada les gritó: «¡pronto estaremos en el frente de sus casas, prepárense!» Leticia, atemorizada, seguidamente hizo la señal de la cruz y expresó: «¡Líbrame Dios! No quiero volver a toparme con esos perros en mi camino». Y dirigiendo su mirada a Octavio le increpó de manera autoritaria: «Oiga, Octavio, persígnese, ¿o es que usted es ateo?»
Al llegar a la casa de la hechicera tocan a la puerta y sale una señora de buen porte físico y bien acicalada, con un turbante blanco en la cabeza y pregunta: «¿Quiénes son ustedes? ¿Y qué los trae por aquí?» «En el pueblo de la Hondonada de los Buitres nos dijeron que usted podría ayudarnos ante el peligro que representa una manada de perros rabiosos que parece que anda peleándose por algo muy preciado» —narra Leticia con recelo—.
Mientras esperaban en silencio Octavio y Leticia meten sus ojos a una habitación iluminada con muchas velas y un altar preciosamente decorado, con todas clases de santos. Al parecer ninguno de ellos dos había visto nunca una ceremonia de santería, a pesar de que en la Isla de las Herejías los antiguos esclavos negros y sus descendientes la practicaban.
«Pueden pasar a aquella salita y siéntense que les atiendo enseguida» —dice la santera—. «¡Explíquenme con lujo de detalles su preocupación!» —solicita la santera ceremoniosamente—.
«En la Isla de las Herejías cada cierto tiempo aparece una manada de perros mortificando la zona y queremos ver en qué usted nos puede ser útil» —señaló Leticia Maldia, cuya repuesta asintió su acompañante en todos puntos—.
«La santera con un cigarro encendido, deslizándose de un extremo a otro de sus labios—, recomendó, ustedes deben de reunir a todo el pueblo de la Isla de las Herejías y cada uno en conjunto deben de ponerse en oración para buscar el apoyo de los altos poderes».
Observando fijamente un vaso de agua colocado sobre una mesita el cual ella giraba lentamente con su mano izquierda mientras habla, dice: «Miren, por tratarse de un caso tan serio y de peligro extremo, porque esos perros pueden llegar a apoderarse de la Isla y no salir nunca de ella hasta que no hayan acabado con toda la riqueza y con la poca tolerancia que todavía tienen ustedes, les voy a recomendar que durante doce días hagan la oración de los peligros. Les recomiendo, además, que antes y después de rezar la oración humeen con incienso el sitio para purificar todo el ambiente y descontaminarlo de espíritus satánicos».
La santera le hace entrega a ambos de un papel con la oración, recomendándole al mismo tiempo que deben copiar y entregárselas a los vecinos para leer la invocación los días de la reunión.
Octavio, que había permanecido callado durante la consulta, le pregunta a la santera: «¿Usted recomienda que contratemos un rezador para que nos ayude con la oración y le dé fuerza a la lectura? Porque en la Hondonada de los Buitres tenemos a Pedro el de Ñela, que ese sí que sabe rezar bien. ¿Verdad Leticia? «Sí, es así» —respondió ella—.
«Me hubiese gustado yo misma ir a presidir el primer rezo, pero tengo tantos compromisos con gente que vino de Nueva York que no puedo» —dijo la santera de muy buen agrado—.
Ayer todo era oscuro, se escuchaban las jaurías, pero hoy es la oración:
«Dios, cuya misericordia es infinita, yo te suplico humildemente por la fuerza, virtud y méritos de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, por la de todos tus santos nombres y también por el de la Santa Virgen María, te dignes lo mismo hoy que siempre y en cualquier lugar en donde me encontrare, que preserves a mi isla de la furia de perros rabiosos y de bestias dañinas.
Que el terror y el espanto abatan su coraje ante la sola idea de su fuerza. Haz Señor que queden inmóviles como si fueran piedras hasta que tu pueblo haya pasado y esté fuera de todo peligro. Amén».

Trump elige a Susie Wiles como jefa del gabinete en Casa Blanca
Abinader entrega muelles en Río San Juan y Cabrera para la pesca
Primer Ministro Haití seguirá en Puerto Rico, su futuro es incierto
Una tormenta invernal azotará NY, Nueva Jersey y Connecticut
Excarcelan 71 estaban presos en Venezuela por hacer protestas
Rotura tubería inunda casas y causa daños en zona del Cibao
COREA: Jong Un critica a Seúl por construir submarino nuclear
China acusa EEUU distorsionar su política defensiva en Asia
BRASIL: Bolsonaro reafirma a su hijo candidato a presidenciales
HONDURAS: Nasralla dice «no acepta» victoria electoral Asfura
Dominicano Edarlyn Reyes se destaca en el fútbol de Rusia
COE reporta otros 6 muertos, 30 heridos y 63 accidentes tránsito













