Esclavos en Cuba, muy lejos de Dios y cerca del infierno en la tierra

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Por Marta Denis Valle

La Habana, (PL) Señores esclavistas en la Cuba colonial, oficialmente devotos de la fe cristiana, entraron en contradicciones con la Iglesia católica en el cumplimiento de obligaciones religiosas de sus esclavos si estos debían faltar al trabajo.

Esto se agravó en la medida en que aumentaba la emigración forzada de africanos a este país, destinados a labores agrícolas -principalmente la rama azucarera- y a casi todo tipo de actividad doméstica o económica en general.

Los amos raramente emplearon los brazos en el fomento de sus economías y está comprobada la presencia de esclavos desde las primeras décadas de la colonia, en número de 700 a mil, indican fuentes de la época.

Nunca llegará a conocerse la cifra exacta, que según estimados, podría pasar del millón los esclavos africanos traídos a Cuba desde el siglo XVI hasta el último cargamento clandestino en el año 1873.

Alrededor de 64 mil fueron introducidos de 1510 a 1762, los primeros procedentes de la isla La Española, vecina de Cuba, y de la propia España.

Más de medio millón (568 mil 273, el 61,38 por ciento), correspondió a los 51 años de la expansión cañera cuando ocurrió el despegue y auge de la plantación esclavista (1790-1840).

DEVOCIûN CRISTIANA Y EXPLOTACIûN ESCLAVISTA

El poder hispano y la religión católica fueron traídos por el navegante Cristóbal Colón al llamado Nuevo Mundo (América); en Cuba, el conquistador y primer gobernador Diego Velázquez estableció en las primeras villas, junto a los ayuntamientos, parroquias con los rústicos materiales a mano.

Desde los primeros tiempos la Iglesia fue el centro de la vida social y cultural de las villas; los vecinos acudían a las misas dominicales y fiestas religiosas que con el tiempo se convirtieron en los festejos más importantes.

Era el momento del uso de trajes y prendas por los más sobresalientes pobladores, en aquel estrecho mundo de la colonia.

Se dice, casi siempre, que la participación de los negros con sus danzas y música, en verdaderos carnavales, contribuyeron a la integración de tradiciones culturales españolas y de origen africano.

Pero, sin dejar de ser cierto lo anterior en alguna medida, el rigor de la esclavitud puso límites a la presencia de esclavos en las conmemoraciones religiosas.

Bajo pena de pecado mortal, los feligreses debían descansar y acudir a misa los domingos y numerosos días festivos en todos los meses del año, de acuerdo con el calendario religioso.

Además, en otros sin jornada determinada como la Pascua de Resurrección, la Ascensión del Señor, la Pascua de Pentecostés y las fiestas del Corpus Cristi.

Al crecer el número de esclavos esto resultó insoportable a los amos que estaban obligados a no mandarlos al trabajo los domingos y días festivos para llevarlos a misa en parroquias, ermitas o capillas.

Se quejaron del peligro de llevar mil 500 o dos mil negros esclavos a una misma parroquia, en determinados días, y del agotamiento que sufrían al trasladarse a pie a la iglesia, a veces distante.

Era también obligatorio predicar la doctrina cristiana a la dotación cada mañana antes de ir al trabajo; y el bautizo dentro de los seis meses de haber sido comprados, con pena de excomunión mayor y diez ducados, de no cumplirse.

El amo debía contratar los servicios de un sacerdote para la misión evangelizadora, algo prácticamente imposible en una emigración esclavizada que conservó durante siglos sus dioses, ritos y rasgos de la cultura de sus ancestros.

Nada molestó tanto a los esclavistas como el ayuno y la abstinencia a someter a los esclavos (una sola comida al día y sin carnes), en tantas y diversas fechas religiosas, por lo cual resultó incumplido muchas veces.

De tasajo (carne seca o salada), fácil de obtener en el país, se nutría principalmente el esclavo, y su falta además de debilitar sus fuerzas por los ayunos, podría incrementar las pérdidas económicas de los esclavistas.

La Iglesia recomendaba el consumo de bacalao, cuyo abastecimiento era insuficiente según los amos, que alegaban la imposibilidad de mantenerlos 40 días en trabajos rudos con solo viandas.

A las reiteradas demandas de los criollos, una bula del Papa Pio VI del 23 de septiembre de 1788, respondió a una solicitud del Ayuntamiento habanero.

El permiso, publicado en esta capital el 29 de abril de 1791, permitió comer carne todos los sábados, salvo los de Cuaresma, témporas y vigilias.

Con los años y la persistencia de los criollos, el Papa Pio VII dispuso el 7 de agosto de 1801 una nueva flexibilidad respecto a los ayunos.

Así, en su edicto del 15 de septiembre de 1803, el Obispo de Cuba Espada anunció la facultad concedida de dispensar a todos los fieles comer carnes saludables en los días de Cuaresma y demás vigilias y abstinencias del año.

Quedaron vigentes las prohibiciones el miércoles de Ceniza, los viernes de cada semana de Cuaresma; el miércoles, jueves, viernes y sábado de la Semana Santa, así como en otras festividades.

Solo en 1867 el Papa decretó la reducción de los días festivos en los reinos españoles, lo cual no fue aplicado en Cuba hasta un Decreto Real del 13 de agosto de 1877.

Historiadora, periodista y colaboradora de Prensa Latina

rc/mdv

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