Crítica de cine: «Inherent Vice»
Después de ver «Inherent Vice» ahora sé lo que se siente estar drogado, pero de la incoherencia. Porque es esencialmente lo que Paul Thomas Anderson propala con esta adaptación de la novela de Thomas Pynchon: desorientar con su incoherencia.
Puesto que en un principio comienza el batiburrillo con una estética neo-noir que simula el cine de detective de los años 70′ y películas como «The Long Goodbye», «Farewell, My Lady» y «Chinatown», pero luego al final me preguntaba si era una película del hombre que dirigió «Boogie Nights», «Magnolia», «There Will Be Blood» y «The Master», ya que tanta psicodelia dentro de su aparato argumental desordena todo lo que expone.
O sea, esta película es como bajarse la bragueta y dar una buena meada en la cara de alguien que está durmiendo, solo para despertar y darse cuenta de que uno es ambas personas. ¿Ves? Un sinsentido.
Ésa es la incoherencia. Y es la incoherencia de Larry «Doc» Sportello (Joaquin Phoenix) en la ciudad ficticia de Los Ángeles. Resulta que Doc es un hippie drogadicto e investigador privado contactado por su ex-novia, Shasta Fay Hepworth (Katherine Waterston), para investigar a un magnate y prevenir que la esposa de ese y su amante lo envíen a un asilo mental para controlar su fortuna.
La cosa es que en el transcurso Doc es contratado para varios casos y se va, se va, se va, se va. Vuelve. Se va de nuevo. Regresa. Va de aquí para allá, y sin saber el porqué, lo que incoa como una simple indagación se convierte en un viaje de vesanias con unos personajes tan revoltosos y yonquis como él.
Esto es así. Pero, como la trama no profundiza el desarrollo de los personajes, en ocasiones estos llegan a ser desternillantes debido a que las actuaciones metodizan y flexibilizan su presencia escénica. En especial el éxtasis de la actuación de Phoenix como Doc Sportello y de Josh Brolin como el detective Christian «Big Foot» Bjornsen.

Aparte de esas actuaciones y la banda sonora, el entorno azulado y rojizo fotografiado por Robert Elswit cautiva los ojos y suma protagonismo al estilismo visual.
Sin embargo, la complicación de la película es la metaficción. Es decir, el guion estructura las subtramas de todos los personajes con una narrativa de naturaleza deforme ocultada detrás del argumento y operada dentro de la historia, mientras la narración en voice-over complementa el resto sin dejar rastros expositivos.
De esa forma Anderson usa enlaces distorsionados y la sobreimpresión entre encuadres para fragmentar el sentido de transición de las escenas, y por momentos las deja inconclusas. Y en otra coyuntura, va soltando las pistas y los detalles a medida que la enrevesada crónica se va explayando en la investigación de Sportello, pero en ningún lance justifica las acciones de lo que en realidad le sucede para que el espectador las descifre.
Y bueno, quizás esto parezca una comedia oscura con dosis humor negro que a veces da mucha risa, pero a decir verdad es una alegoría al cine negro, a la confabulación de los cultos, la cultura hippie y las teorías conspirativas. Temas que parece que no encajan con el mundo de Anderson. Temas que, parecen más una alucinación que una película.
Ficha técnica:
Duración: 2 hr. 29 min.
País: Estados Unidos
Director: Paul Thomas Anderson
Guion: Paul Thomas Anderson (Novela de Thomas Pynchon)
Música: Jonny Greenwood
Fotografía: Robert Elswit

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