¿Quién lo iba a creer?
Tuve una hermosa fantasía. Soñé que paseaba por los Jardines Colgantes de Babilonia, una de las siete maravillas del mundo antiguo, a orilla del río Eufrates. Mientras caminaba me encontré con el escritor colombiano residente en México, Fernando Vallejo, autor de una magnifica obra que tiene como titulo: La puta de Babilonia, la cual trata sobre la fe dogmática cristiana en la época actual.
En medio de nuestra animada conversación entre escritores y de apreciar todo lo que de hermoso y de historia tiene esta maravilla construida durante el reinado de Nabucodonosor II, el destacado académico colombiano me aborda de la manera siguiente: Como tú eres escritor estadounidense y ha viajado a Cuba últimamente, ¿Me permite hacerte una pregunta? ¡Claro!.—le respondo con entusiasmo.
¿Tú crees que podría alguna vez haber relaciones diplomáticas y comerciales entre Estados Unidos y la Cuba Revolucionaria?
Frente a una pregunta que estaba tan lejos en el tiempo (1975) quedé fascinado y a la vez sin una respuesta que lógicamente pudiera ofrecerme el deleite de poder vaticinar con certeza tan agradable y deseable acontecimiento político. Ante ese dilema me refugié en una frase de Fidel Castro pronunciada en 1973 cuando éste regresaba de una visita a Vietnam: «Estados Unidos vendrá a dialogar con nosotros cuando tenga un presidente negro y haya en el mundo un Papa latinoamericano».
Al darle esta repuesta precisamente en Babilonia, noté que no hubo en mi interlocutor ninguna mueca de ironía ni gestos de incredulidad como sucedió con los periodistas que recibieron esta categórica sentencia de Fidel en 1973. Hoy, cuarenta y dos años después de esa premonición, el mundo ya no mira con mordacidad ni con escepticismo nada de lo que haya dicho antes o pueda decir en lo adelante el líder de la Revolución cubana. Para creer o no en los oráculos solamente debemos visitar una expresión de Ralph Waldo Emerson, quien dijo lo siguiente: «Todo hombre es un héroe y un oráculo».
Aquello que estaba lejos de Babilonia, diría ahora el afamado escritor colombiano, al convertirse en una realidad aquella profecía de Fidel, a partir de este momento tan luminoso en la historia de las renovaciones de relaciones entre viejos vecinos, los escépticos comenzaran a rebuscar entre los papeles del líder de la Revolución cubana para ver si encuentran otras revelaciones que haga cambiar un mundo de guerras y de tensiones por uno de distensión y de paz duradera.
Ambos pueblos, norteamericano y cubano, han vuelto a revivir la esperanza de unas relaciones lo más armoniosa y comprensiva que se pueda, guardando los límites de sus soberanías respectivas.
Los cubanos y estadounidenses celebraron jubilosos al ver sus banderas flotar alegres y orgullosas en sus correspondientes capitales y, sobretodo, más alegría se sintió al observar que los mismos que la arriaron en Cuba estuvieron presentes en estos nuevos vientos como una muestra de nobleza y de afecto, gestos que dignifican al Gobierno de los Estados Unidos en la persona del presidente Barack Obama y en la inteligencia de un secretario de Estado de la categoría de John Kerry.
No cabe duda, que el Gobierno Revolucionario reciproca con similar expresión de confianza, este gesto porque Cuba es un pueblo que nunca ha dudado para nada desde los primogénitos del ser.
Cuando el presidente Obama recibió el Premio Nóbel de la Paz por dar esperanzas en un futuro mejor, no fueron pocas las críticas que llenaron las páginas de los periódicos mundiales por este sorpresivo galardón. Sin embargo, hoy esos mismos medios deleitan a sus lectores al ver confirmado entre Estados Unidos y Cuba ese sueño de paz que para muchos era algo imposible que se materializara en pleno siglo XX1.
Recuerdo vivamente a la agencia de prensa Reuters cuando escribió que el Comité Noruego del Nóbel alabó a Obama por “sus extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos”. Algunos órganos de prensa internacional llegaron a calificar el galardón de «prematuro». Hoy al ver al prestigioso secretario de Estado de los Estados Unidos caminar por las calles de La Habana Vieja despojado de su chaqueta y corbata, como el que ansiaba darse un baño de pueblo junto con el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal Spengler, ha dejado grabada una impronta política y social que no tiene parangón en América Latina ni en el mundo.
El presidente Barack Obama ha reafirmado sus propias palabras con la reapertura de relaciones diplomáticas con Cuba, al expresar: «Cuando los americanos saben que tienen el poder para cambiar las cosas es muy difícil detenerles». El presidente no debe oír voces agoreras en este significativo e histórico paso diplomático, sino obrar como George Washington, quien dijo: «No hay que mirar hacia atrás a menos que sea para obtener lecciones útiles de los errores del pasado, y con el propósito de aprovecharse de la experiencia que tan cara ha costado».
Quienes durante unos largos cincuenta años o más de estrés político entre las dos naciones equivocadamente pensaron, tanto en los Estados Unidos como en Cuba, que iban a persistir incitando y apostando a un incremento de las tirantez entre estos dos países para vivir holgadamente del conflicto, nunca entendieron que llegaría el momento en que ambos pueblos, distantes escasamente noventas millas náuticas el uno del otro, reconstruirían de nuevo el viejo puente de relaciones diplomáticas y comerciales. Todos estos incrédulos y azuzadores de conflictos terminaron ardiendo en su propio fuego, como aquella frase aparecida en la fantástica novela El dia que Nietzsche lloró, escrita por Irvin D.Yalom y publicada en 1992.
Ese paseo por Los Jardines Colgantes de Babilonia, mi encuentro con el escritor colombiano y todo lo que vimos con la actitud de los cubanos del exilio en Miami contra la reaperturas de relaciones entre los Estados Unidos y Cuba, y luego el efecto emocionante que tuvo al producirse en Cuba y en Washington el izamiento de las banderas de ambos países, me lleva suavemente a parafrasear a ese inmenso filosofo alemán, Nietzsche, cuando expresó algo sobre lo que todos debemos reflexionar después de esas hermosísimas ceremonias y es lo siguiente: «El amor y el odio no son ciegos, sino que están cegados por el fuego que llevan dentro».