Yo le escribo a Frida Kahlo, no al Chapo Guzmán
«Nadie de los que todavía vivimos está en gracia de Dios. Nadie podrá alzar sus ojos al cielo sin sentirlos sucios de vergüenza». (Pedro Páramo). Juan Rulfo.
El universo de la literatura o la poesía, como le llamaron los griegos, es un mundo fascinante y cautivador. Entrar en él es como si penetráramos complacidos en un bosque rebosante de una fragancia incomparable con ninguna otra experiencia. En palabras del novelista y dramaturgo argentino, Raúl Héctor castagnino, la literatura «adquiere a veces el valor de nombre colectivo cuando denomina el conjunto de producción de una nación».
Y, como si quisiéramos entrar por una rendija al mundo del imperio austriaco de donde proviene Sigmund Freud a través del novelista y filósofo alemán Max Frisch, éste nos informa que: «la literatura puede ser una buena terapia personal, una especie de psicoanálisis, por el que no se paga al psicoanalista». En una ocasión, encontrándome de visita en la ciudad de México, fui invitado por los poetas, Eduardo Lizalde y Juan Domingo Arguelles, al afamado restaurante Pujol, donde hablaríamos sobre la obra del segundo titulada, Antología de la poesía mejicana.
Siempre significó una aspiración mía realizar el vuelo Nueva York-Paris-Paris-México, porque como intelectual estadounidense me pareció un viaje maravilloso, desde lo cultural hasta lo histórico. Yo había estado antes en Paris; eso fue a raíz de haber escrito y puesto en circulación el ensayo La Casa Sexta de Julio Cortazar. Pero, bueno, ya estoy en México.
En la víspera de mi visita a México habían detenido un afamado narco mejicano. Ni a Eduardo, a Juan Domingo ni a mi se nos ocurrió escribirle loas al Chapo Guzmán para hundir en el fango cloacal más de lo que está sumergido en la política mejicana el expresidente Carlos Salinas de Gortari y en días obscuros, Peña Nieto, el caso de los normalistas es un ejemplo. Yo le escribo a Frida Kahlo (no tengo tiempo para el Chapo).
Yo no puedo juzgar a nadie. Me viene a la mente aquel pasaje emblemático de Cristo y Barrabás. Aquellos hechos demuestran que los hombres y las mujeres nos equivocamos en diferentes estadios históricos. Es muy difícil cumplir con aquella expresión que dice: «Sé justo lo primero…«
Fue el distinguido aedo Lizalde quien después de saborear una copa de vino chateau d’Yquen, quien evocó al glorioso muralista, también mejicano, Diego Rivera y habló en grande del legado de Frida Kahlo, una gran artista de la plástica y la poesía en el país azteca.
Por ese resquicio tierno de Diego Rivera fue por donde penetró el nombre de Frida Kahlo en aquel hermoso restaurante convertido desde ese momento en una envidiable y grata sala literaria. Arguelles se turbó por unos instantes al oír el nombre de aquella figura colosal de la pintura mejicana y universal.
Aproveché aquella sensación de suprema placidez que se hacia manifiesta en los rostros de mis contertulios para ingresar al mundo de esta mujer cuyo cuerpo físico se vio sometido a grandes sufrimientos dolorosos ocasionados por la furia inesperada, casi fatal, de un accidente automovilístico y por otras calamidades que la mantuvieron afligida por largo tiempo en una cama.
La Kahlo fue por algún tiempo amante secreta de León Trotsky, uno de los grandes organizadores de la Revolución bolchevique del 25 de octubre de 1917 y quien vivió exiliado y fue asesinado en Méjico. Debo decir, que al Frida haberse enamorado del muralista Diego Rivera su pintura tomó un giro a lo popular.
Nos refiere el poeta Lizalde, que entre las obras de brillantez de Frida Kahlo están su autorretrato al óleo con traje de terciopelo, dibujado en 1926 y, por supuesto, el retrato de Cristina su hermana (1928). Quizás la razón de pintar este último retrato haya sido para que no se olvidara aquella maldita relación amorosa de Diego Rivera con su hermana quien modeló para el pintor y cuya belleza fue la inspiración de dos desnudos, ambos retratos—según los reportajes de la época–terminaron en la Secretaria de Salubridad de Méjico.
En otra de sus grandes obras titulada El tiempo vuela (1929), esta excelente pintora mejicana, con grandes raíces indígenas y judeohungaras, nos quiere llevar en sus poderosas e inmensas alas con un aleteo sublime a otros universos en los que su arte pictórico adquiere una dimensión astral, como si navegara entre las grandes constelaciones.
Y en la obra pictórica al óleo Diego en mi pensamiento, la supremacía de esta pintora genial se transforma y va a parar a una burbuja de amor y de pasiones de la cual ella no quiere salir porque al parecer la pintura y los colores la envolvieron en una especie de frenesí encendido.
Donde Frida Kahlo se torna divina es en su magnifica creación icnográfica titulada Árbol de la esperanza mantente firme (1946). En esta obra debemos hacer una reflexión en la cual vemos su figura postrada en una cama y un ángel de luz que desciende y se introduce por la ventana de su habitación y le dices: «Tú eres un fruto preciado de Dios y, por tanto, un árbol de vida eterna».
En otra de su obra «El abrazo de amor de El universo, la Tierra (México), Yo, Diego y el Señor Xoloti», en este trabajo Frida construye su autorretrato y se convierte así misma en la figura del dios Xotoli, personificación del fuego, de la luz, de la muerte y la divinidad.
No debiéramos hacernos inocentes, el tequila no judío a México, al contrario contribuye con los impuestos y el sector turismo, pero cómo no decir que la cocaína, el crack, la morfina y otras drogas infernales verdaderamente jodieron a México.
En ocasión de la fuga del Chapo Guzmán, recuerdo aquel encuentro con los poetas Eduardo Lizalde y Juan Domingo Arguelles en el restaurante Pujol, el mundo conoció la huida del Chapo Guzmán de una cárcel de máxima seguridad después que las autoridades habían dicho que no había riesgo de un escape. A pesar de la genialidad teatral de la huida, yo le escribo a Frida Kahlo, no al Chapo Guzmán.