Vladimir Lenin, revolucionario hasta el fin

 

 

Vladimir Lenin (1870-1824), político, pensador y escritor ruso. Fue llamado “el más humano de la humanidad”. Lenin, el hombre que dividió el planeta en dos mitades (Capitalismo Vs. Comunismo),  y que casi un siglo después de muerto aun no ha terminado su funeral. Nadie debe dudar, que como genio político, es el más extraordinario de la historia universal.

 

El cadáver de Vladimir Lenin es la momia que recibe el mayor número de visitas en el mundo (ocho mil por semana). “¡Está vivo, solo duerme!”, dicen algunos turistas. Al desplomarse la Unión Soviética, pese a la desaparición de sus estatuas y fotografías en los ambientes oficiales, Lenin todavía es un personaje influyente. Y aunque lo quieran sacar del mausoleo en que está desde el año 1924, parece que ya será imposible borrar para siempre la epopeya de Lenin.

 

Lenin se convirtió por sus épicas hazañas en el dios de los que creían y de los que no creían en Dios. Para los obreros y campesinos rusos que salieron de la extrema miseria después de la revolución bolchevique de 1917, el líder socialista era “el más humano de la humanidad”. Pero para otros, “era un Lucifer”. Por ejemplo, los dueños de fábricas que fueron despojados de sus bienes veían en Lenin, “la encarnación del Diablo”.

 

Uno de sus biógrafos,  el historiador francés Gérard Walter,  destacó, que “el extraordinario político ruso, pensador y teórico del comunismo ha sido el jefe de la más grande de las revoluciones que jamás haya conocido el mundo: la Gran Revolución Socialista de Octubre, el acontecimiento que cambió el destino no solo de millones de rusos, sino también de los habitantes de muchos otros países del mundo.

 

UN NIÑO MUY INTELIGENTE

 

El 22 de abril de 1870 nació un robusto bebé que recibió el nombre de Vladímir Ilich Uliánov Blank (apodado Lenin desde 1903).  Es el tercer hijo del matrimonio de Ilya Nikolaevich Uliánov (1831-1885) y María Alexandrovna Blank (1835-1916), quienes procrearon siete hijos, cuatro varones y tres hembras: Anna (1864-1935), Alejandro (1866-1887), Vladimir (1870-1924), Olga (1871-1891), Nicolás (murió poco después de nacer en 1873), Dmitri (1874-1943) y María (1878-1937).

 

Según un diccionario sobre el significado de los nombres, “Vladímir”  es de origen eslavo, significa potencia, grandeza, el que domina el mundo. Mientras “Ilich” implica cambiante, hiperactivo, emprendedor, dinámico y excitable. Da la impresión de estar siempre apurado y la paciencia no es su principal virtud. Siempre rebosa de proyectos que arde en deseos de realizar.  Simpático a primera vista, busca la compañía de los demás, a quienes arrastra tras de sí (se afirma fácilmente como líder). Rápido y dotado de una gran inteligencia.

 

Los autores de este diccionario no se equivocaron porque el pequeño Lenin se ajustaba a estas cualidades. Fue un niño feliz que disfrutaba de los juegos infantiles, aunque odiaba hacer el personaje de “bandido”, prefería el de “comisario” para enviar a la cárcel a quienes engañaban a los trabajadores robándoles sus mercancías. Vladimir era un estudiante brillante, el número uno en todos los cursos. Su padre le hacía preguntas de matemáticas y “Volodia” (apodo familiar), respondía correctamente. ¡Qué muchachito!, expresaba su papá lleno de satisfacción.

 

MIRANDO A LENIN EN SU ESPEJO

 

Si el teatro es un espejo de la vida, tú puedes ver tu vida, -sin teatro- en el espejo. Tu  cuerpo entero, como una fotografía, lo miras en ese visor. En el silencio del cristal azogado (pintado por detrás) se proyecta tu fisionomía en detalles y puntos reservados.

 

Mirando a Lenin, más allá de su espejo, veo sus barbas diminutas cual arrozal en crecimiento. Descubro en algunos de sus vellos faciales en forma de candado, personajes del futuro. No miento si entre sus bigotes y la barbilla se esconden Fidel y el Che. Y al sonreír en el resplandor de sus dientes está la imagen de Mandela en libertad. Con mucha claridad en el centro de su frente parece colgar el retrato de Patricio Lumumba. Es una acrisolada verdad que en el iris de su ojo izquierdo hay una foto de Salvador Allende y en el derecho, la estampa de Caamaño.

 

Sus cejas en eterna insurrección dejan caer los rostros de Mao Tse – Tung y  Ho Chí Minh . Por el perfil casi femenino de su nariz se desliza con fusil en mano, Tania la guerrillera. Y por cada uno de sus poros se escuchan las voces de todos los caídos en la lucha revolucionaria universal. Lenin es dentro y fuera de su espejo, la imagen y la palabra de la eterna rebeldía de los oprimidos de la humanidad. De todos aquellos que los malos gobiernos sumergen en la pobreza extrema o en la miseria imperdonable.

 

LA MUERTE DE ALEJANDRO

 

La muerte de un conspirador puede ser un hecho sin grades consecuencias en un régimen como el antiguo Imperio Ruso de los Zares (1721-1917), en el cual decenas de opositores eran ejecutados cada semana. Para las autoridades de la dictadura, esos eran hechos de rutina, simples  limpiezas del sembrado, porque en definitiva, la “hierba mala” hay que “cortarla temprano y de raíz”.

 

Alejandro, el hermano de Lenin de 21 años de edad, fue ahorcado el 8 de marzo de 1887, por pretender ajusticiar al Zar. “Uno más”, diría el mismo emperador con sonrisa en su rostro y expresión de sarcasmo. Pero la historia enseñaría con el correr de los años que Alejandro, el hermano de Lenin, no sería “uno más”. Aquel brillante estudiante universitario ejecutado pese a los ruegos y plegarias de su madre, se convertiría en el motivo inicial de una chispa encendida en el ánimo de su hermano Lenin. Esa chispa terminaría inflamando la más poderosa “voluntad de lo imposible”.

 

Digo voluntad de lo imposible, porque no tengo otras palabras para expresarlo. “Lo tumbaré, lo derrocaré. Sepultaré este gobierno opresor. Se arrepentirán de matar a mi hermano”. Estas frases, expresadas por Lenin cuando apenas tenía 17 años, era algo verdaderamente imposible de ser llevado a cabo. Insólito. No obstante, entre las pertenencias recogidas por los familiares del asesinado joven Alejandro, había in libro que su madre no le prestó mayor importancia, porque el título sugería que podía ser un simple texto de economía, “El capital”, su autor Karl Marx.

 

En otro contexto, cuando Lenin llega a la universidad a estudiar derecho ya su espíritu estaba radicalizado y de inmediato se unió a los círculos revolucionarios. Era un excelente estudiante pero fue expulsado en el primer semestre por “agitador”. Su madre logró después de  dos años de gestión con las autoridades universitarias, que le permitieren examinarse. Lo aceptaron bajo una condición: solo le otorgaban un plazo de cinco meses para examinar todas las materias de la carrera de derecho. Es decir, que los cuatro años que duraba el pensum se le redujeron a los referidos cinco meses.

 

La idea era clara: que no pudiera pasar por la carga del material de estudio. Sin embargo, Lenin dejaría con la boca abierta a quienes pretendieron ponerlo en ridículo. El estudiante libre, sacó las mejores calificaciones entre 134 que se examinaron, incluyendo a quienes asistían diariamente a la universidad. El ya graduado “doctor Lenin” había ganado la primera batalla.

 

Como abogado, la causa que Lenin deseaba defender no era particular sino colectiva. Pese a que su familia no sufría pobreza su país era una especie de isla de la miseria, porque estaba rodeado de injusticia social por todas partes. Mientras en otros lugares de Europa brillaba el bienestar económico, en Rusia se vivía en la Edad Media, millones de campesinos eran explotados en la labranza de la tierra por un grupo de terratenientes y en las áreas urbanas los obreros recibían míseros salarios que no les alcanzaban para vivir. En contraste, los altos funcionarios y burócratas del Estado imperial de los zares disfrutaban en la opulencia y el lujo.

 

El abogado Lenin estaba dispuesto a colgar la toga para entonces asumir la defensa de la gran causa a favor de los desposeídos y marginados. Su Biblia de combate pareció ser el libro subrayado y lleno de notas dejado por su difunto hermano Alejandro. “El capital”, sería para Lenin la lectura “capital” que terminó transformando ideológicamente su existencia. Luego, con otros libros del filósofo alemán Carlos Marx, terminó siendo un profundo marxista, convencido de que en su Rusia podía crearse un Estado Socialista. Esta meta guió sus pasos desde entonces.

 

Lenin entendió que solo un partido disciplinado como si sus militantes fuesen soldados podía llevar a cabo una tarea tan difícil. Durante muchos años sin descanso trabajó en esa dirección. Expulsado de su Rusia recorrió casi todos los países de Europa creando un movimiento global de orientación comunista. Haciendo un breve paréntesis, estando bajo vigilancia en  Siberia en cumplimiento de una condena por su oposición al régimen, recibió a la también condenada por la misma causa Nadia Krupskaia (1869-1939), quien se convirtió en su esposa y compañera de toda su vida, aunque no tuvieron hijos. Nadia por una parte, la madre de Lenin por otra, y sus hermanas Ana y María, fueron cuatro mujeres esenciales para el triunfo de sus causas. Sin olvidar, a millares de luchadoras revolucionarias que dignificaron su género en los combates.

 

En Rusia sucedieron varios acontecimientos políticos de carácter revolucionarios, pero fracasaron. Esas experiencias fueron asimiladas por Lenin hasta que en el año de 1917 estalló un movimiento o insurrección popular de grandes dimensiones. Desde el exilio, en el vagón de un tren, regresa a su patria.

 

La pluma brillante de Stefan Zweig, en su conocida obra “Momentos estelares de la humanidad”, narra lo sucedido:

 

“Millones de aniquiladores proyectiles se dispararon durante la guerra mundial, ideados por ingenieros para que tuvieran el máximo alcance y la máxima potencia. Pero ninguno de ellos tuvo mayor alcance, más decisiva intervención en el destino de la Historia, que ese tren que, transportando a los revolucionarios más peligrosos y más resueltos del siglo.

 

…esperan la llegada de ese extraordinario proyectil… aquel transporte de explosivos humanos. Lenin, hasta hace poco vivía en Suiza en casa de un zapatero remendón, es aplaudido por una ingente multitud y llevado en hombros hasta un automóvil blindado.

 

Los reflectores instalados en las fachadas de las casas y en el castillo se concentran sobre él, y desde aquel coche blindado dirige su primer discurso al pueblo. Bulle animadamente el gentío por las calles. Ha comenzado el «ciclo de diez días que lo trastorna todo». El proyectil ha dado en el blanco, ha destruido un imperio y cambiado la faz del mundo.”

 

El 25 de octubre de 1917, un militante comunista de su partido, León Trotski,  anunció la caída de administración que fungía como provisional y la instauración del gobierno de los soviets o comandos populares de obreros, campesinos y militares revolucionarios. De inmediato Lenin se dirige a la tribuna. Camina sereno, con pasos cortos pero de gigante. Brilla su calva. La multitud le tributa una ovación de más de diez minutos. La historia abre una página a la eternidad.

 

Vladimir Lenin pronunció un discurso anunciando al mundo la trascendencia histórica de ese acontecimiento. Antes de hablar, pasó por su mente la imagen de su madre, fallecida hacía ocho meses, y la de su hermano Alejandro, ahorcado cobardemente. Aun retumbaban en su memoria las palabras de lo imposible: “Lo tumbaré, lo derrocaré. Sepultaré este gobierno opresor. Se arrepentirán de matar a mi hermano”. Lenin no solo cumplió lo imposible, sino que fue más allá. Instaló el primer Estado socialista de la historia universal.

 

EL APÓSTOL DE LA REVOLUCIÓN

 

Los enviados por Jesús a predicar “Los Evangelios” fueron doce,  ninguno de ellos se llamó Lenin. Sin embargo, este hizo de las doctrinas filosóficas y económicas de Carlos Marx, algo de tanta trascendencia que la Sagrada Palabra. Por eso, él creyó ser El Apóstol de esta nueva forma de Evangelio político que era el marxismo y sus postulados de crear un sistema estatal socialista en el que los medios de producción, sin explotación, sean propiedad de los trabajadores y las tierras patrimonio común de los campesinos. Lenin no temió nunca a ser crucificado por sus ideas revolucionarias y por la liberación de Rusia del capitalismo pareció estar dispuesto a todos los calvarios.

 

Tantos resultaron ser aquellos suplicios por edificar en su país un régimen comunista y derrotar a la dictadura de los zares, que el esfuerzo durante cerca de tres décadas es en verdad un vía crusis incomparable: prisiones, deportaciones, muertes de compañeros, privaciones sin límites y represión, fueron parte de aquellos lacerantes latigazos.

 

EL GENIO DE LA POLÍTICA

 

En su personalidad de incansable luchador se apreciaba un gigante, un hombre calvo con ideas que les iluminaban como un faro su amplia frente. Lenin, fue el nombre que más se escribió de forma clandestina en las paredes de todos los países. Lenin, resultó palabra odiada por la mayoría de los militares del planeta. Lenin, ha sido el apodo más proclamado por los estudiantes universitarios. Lenin, es y será el símbolo del comunismo.

 

Ningún otro político en la historia mundial había fortalecido sus convicciones filosóficas con tanta fortaleza, al punto de que nadie volverá a tener la solidez ideológica de Lenin. Él fue una piedra filosofal hecha político. Porque Lenin es el genio de la política por su energía, expresada en su alta capacidad y potente dinamismo en el trabajo partidista. Existen en él pocas vacilaciones al momento de ejecutar una acción,  sabe decidir al instante, sin dejar que el viento de la duda disipe la resolución esperada.

 

En otras aristas de su personalidad, fulgura en su ánimo la bravura, a veces uniformada de coraje hasta los límites de la temeridad o el heroísmo. No hay sombra ni negatividad en su espíritu. Se le puede definir como un hombre de supremo optimismo y de persistencia inquebrantable. Si la disciplina se expresara en la caída prematura del cabello, Lenin es calvo por la extrema organización del tiempo y de las tareas a desarrollar.

 

Se piensa que un político carente de solidez en su formación ideológica es una veleta que los vientos de los intereses mueven a su antojo y a su conveniencia. Lenin, por el contrario, es un soldado defensor sin trinchera de las ideas básicas del partido. Un líder natural. Un estoico capaz de soportar todos los sufrimientos. Se crece ante el dolor. Hace del fracaso una victoria. En la cárcel y en el exilio resultaba mucho mayor peligroso. De hecho, sus libros, documentos fundamentales y planes revolucionarios, nacieron estando en cautiverio y fuera de Rusia.

 

De su puño salieron millares de páginas, su obra completa es inmensa. Además de decenas de centenares de artículos periodísticos y documentos políticos. Entre sus textos más conocidos figuran: El imperialismo, fase superior del capitalismo. El Estado y la revolución. Socialismo y anarquismo. ¿Qué hacer? El desarrollo del capitalismo en Rusia. La revolución rusa. Un paso adelante y dos pasos atrás., entre otros.

 

Visto como militante político, Vladimir Lenin era un polvorín en cualquier posición que se le colocara. Ciertamente sus explosivos verbales causaban tanto daño al enemigo como el arsenal bélico. Nadie podía estar de tú a tú mejor dotado para el combate en cualquier terreno que Lenin. Un polemista al que se le tenía temor. Un estratega sin comparación.

 

Un hombre astuto que sacaba provecho hasta de las adversidades del clima. Su capacidad táctica era sorprendente, pero nada le sorprendía porque veía los hechos mucho antes de suceder. Una vez en el poder demostró la inmensidad de su genio político. El escritor norteamericano Edmund Wilson pensaba que Lenin fue uno de los grandes estadistas de todos los tiempos, comparable con Lincoln y Bismarck.

 

Un político genial tiene vista de telescopio, ve a distancias estelares. Su pensamiento suele volar a la velocidad de la luz y sus ideas son de rayos x, traspasan la materia y esclarecen los más oscuros rincones de la realidad social. Otros no pueden mirar más allá de la pared de su cotidianidad. Y fuera de dar consejos, cualquier hombre que tenga como meta llegar al poder, está obligado a sumergirse en Lenin. No importa lo que él profesaba como comunista, hablo en sentido de métodos y estrategias que hacen posible el triunfo. En ese aspecto, Lenin es un grandioso lago de sabiduría, hay que nadar en esas aguas para superar las pruebas de la navegación hacia un destino de poder.

 

El genio de la política se mueve sin fronteras recorriendo los espacios como quien orbita sobre los problemas con una nave espacial. A veces el genio de la política parece un verdadero astronauta, porque en situaciones de suprema dificultad, se le ve dando saltos certeros como si la ley de la gravedad no existiera.

 

Al estallar la Primera Guerra Mundial la confusión llenó de pánico a quienes ignoraban la ciencia de la política, Lenin conocía los síntomas de esa “enfermedad del capitalismo” y diagnosticó las consecuencias. En vez de pérdida le sacó el mejor provecho político y la Revolución Rusa de 1917 es hija de esa alta visión y extraordinaria estrategia, diseñada por el propio Lenin, con la maestría de un ingeniero civil que calcula en detalle todos los componentes y materiales en la construcción de una gran obra.

 

CONJETURA DE FICCIÓN PARA EL CIERRE

 

Lenin gobernó menos de siete años. La muerte le sorprendió a los 53 años de edad el 21 de enero de 1924. Sus continuadores fueron con pocas excepciones personas mediocres, muy lejos de su genialidad y de su talento  -incluyendo a José Stalin-. Al pensar en la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS 1922-1991), como aquél poderoso Estado federal marxista leninista cuyo territorio abarcaba más de 22 millones de kilómetros cuadrados, además de los países comunistas europeos que influían  sobre ellos; sin olvidar a la China comunista con más de mil millones de personas. Como tampoco se debe pasar por alto la efervescencia comunista en todos los continentes del planeta. Cabe la pregunta: ¿Y si Vladimir Lenin hubiese vivido y gobernado treinta años más, que hubiese pasado en el mundo?

 

Yo prefiero no contestar porque se desencadenarían decenas de otras interrogantes y la política se nutre de realidad y no de una conjetura de ficción. Pero algo debe quedar claro: no existe otro genio político que esté por encima de Lenin en la grandeza de su hazaña, independiente de su pensamiento comunista. Por lo tanto, la momia que descansa desde 1924 en el mausoleo de Moscú, no solo le pertenece a los rusos, es sin discusión: un patrimonio de la humanidad.

jpm

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