Virgilio Díaz Ordóñez

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Don Virgilio Díaz Ordóñez escribió incesantemente movido por el impulso cinético de su pluma y la claridad deslumbrante de su intelecto, dos fuerzas que siempre estuvieron inflamadas y prestas para desencajar pasiones y hechizar al lector amante de su obra literaria envolviéndolo en una especie de amorío frenético del cual el lector apasionado le era difícil romper porque se aferraba a su lectura con la fuerza entusiasta de la hiedra.
Me aproximo al panteón donde descansan los restos mortales del esclarecido poeta y extraordinario orador Virgilio Díaz Ordóñez en el más trascendente silencio y con una solemnidad casi sacerdotal muy merecida, a manera de implorar su consentimiento pues me he propuesto escribir sobre esta eminencia de las letras y la literatura contemporánea para que su gloria escritural no se disipe y alguno de la presente y sucesivas generaciones de dominicanos que no leen ni se interesan por los asuntos que tienen que ver con la cultura sepan a través de estas modestas páginas quién fue este petromacorisano ilustre de la literatura y el derecho.
El gravitante peso de su oratoria se desplazó vertiginoso con el brío generoso del viento por toda nuestra América hispana y americana sentando cátedras y sembrando con el ejemplo y el prestigio de su elocuencia verbal, enseñando oratoria con una maestría inigualable. Todavía en los muros sagrados de la prestigiosa Universidad de Georgetown, de Washington D.C., retumba la voz catedralicia del pedagogo inspirado ofreciendo clases de literatura española en aquel respetado recinto de elevado apostolado académico.
Díaz Ordóñez ejerció el magisterio con el acento riguroso y culto del maestro moldeado en los talleres exigentes de la historia de la cultura donde se fundieron los hombres que estaban llamados a trazar caminos y a ofrecer al alumnado con su dialéctica primorosa una formación extraordinaria, para que esa generación de estudiantes salieran armados de los instrumentos y de las capacidades necesarias e indispensables que les permitieran recorrer la indeleble huella educativa dejada estampadas por este maestro en los suelos pulidos de la educación americana.
La extensa representación y vida diplomática realizada en tierras extranjeras y en los grandes púlpitos donde a Virgilio Díaz Ordóñez le correspondió alzar su voz autorizada, llena de purificación patriótica, en ningún momento la patria quedó degradada ni la grandeza de su nombre infravalorado.
Su elocuente verbo unido a su fiera defensa de los intereses de la República encarnó la docta figura del diplomático ungido para repeler con honra propia las embestidas diplomáticas que en algún momento pretendieron herir el orgullo nacional o recelar de la virtuosa honradez de aquel pueblo dominicano.
Hoy día le hubiese sido difícil y hasta despreciable a este diplomático alzar su voz alegando la honradez como virtud de un pueblo que ha visto caer de bruces este sustantivo ante la gravedad de la corrupción y la perfidia feroz que amenaza en decolorar todo rastro de moral que pueda exhibirse a manera de que no quede la duda de que en algún instante el ejercicio de una vida pública tuvo la honradez como su más elevada virtualidad.
Su fecunda obra literaria bajo el seudónimo de Ligio Vizardi constituye un legado hermosísimo para cuya herencia hubo de escribir intensamente sobre el papel bronceado de los dioses de la poesía latinoamericana y antillana. Los estantes del país hechos de madera preciosa de la caoba, árbol nacional, relumbran no solo por el color de oro de su pluma ágil y maravillosa, además, por el valor asombroso de su talento escritural y el contenido sustancioso de sus textos.
Entre sus obras más publicadas están Los nocturnos del olvido (1925), Figuras de barro (1930), Poemario (1947), Rubaiyat de Omar Callan (1952), Jerónimo (1969), Del árbol del olvido (compilado por Julio Jaime Julia, 1973), El Siglo de Oro español (edición póstuma, 1985), entre otras.
Hay un poema que es excepcionalmente maravilloso, pues en él aparece retratada de cuerpo entero una realidad dramáticamente irremplazable. Se trata del poema Ella lo quiso, del que me propongo traer unos fragmentos que señalan el desprecio a que en ocasiones nos juega la vida y luego cuando la circunstancia cambia viene lo contrario, veamos: Una vez, por el áspero camino/ le brindé bajo frondas y entre flores/mi copa, llena del licor divino/del más noble de todos mis amores. Ella interpuso la inocente mano/diciendo sin cariño ni rencores: busca otros labios a tu copa, hermano/Otra vez, por el áspero sendero/la encontré fatigada y abatida/ Dame tu copa-dijo-buen viajero/la sed me quema la garganta ardida!
Virgilio Díaz Ordóñez fue como aquellos monumentos de la historia que se erigen como representación grandiosa de un poderío y como figura que está llamada a guiar con su talento y brillantez intelectual los senderos inmarcesibles de las letras dominicana y universal. Para este genio de la oratoria, de la diplomacia y del derecho no hay crítica ordinaria que quepa en su alforja escritural. Él fue un poeta iluminado y un ser humano de aquellos que distinguen en vez de oscurecer la nobleza de un país.
El poeta Manuel Rueda sustentó el criterio de que “Una corriente del más puro romanticismo nos trae a este poeta que parece hacer el énfasis en el buen humor y en ciertas osadías conceptuales e idiomáticas que hacían de sus estrofas verdaderas cajas de sorpresas”.
La tierra de su nacimiento, San Pedro de Macorís, es suelo fructuoso de poetas y de hombres y mujeres esculpidos para llevar a cabo deberes eminentes ligados a la Patria y a un quehacer literario esplendoroso cuya labor ha sentado cátedras de realeza en el mundo de la pedagogía y de la cultura universal.
Por esas virtudes tan soberbiamente cinceladas es que me obliga el deber como escritor dominico-estadounidense de rendirle a Virgilio Díaz Ordóñez un merecido tributo a este abogado, poeta y orador prominente que tuvo el país, cuyas excelencias no han podido ser suplidas por otro intelectual de la manera que él lo hizo. Me atrevo a opinar con responsabilidad que Díaz Ordóñez fue para la República Dominicana lo que fue don Emilio Castelar para España.

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