Violencia en las escuelas
«A la salida nos vemos».
Esa frase antiquísima era y es como una declaración de guerra entre dos estudiantes que pretenden y casi siempre lo logran, terminar a golpes lo que a insultos o a puño empezaron en el recinto escolar, de común en el patio pero en ocasiones hasta dentro del aula.
El reto era para muchos otros alumnos una invitación a presenciar la pelea y algunos incluso incitaban a los contrincantes a agredirse. Otros más hasta apostaban a su preferido.
En esa época no había dispositivos electrónicos que recogieran el pleito, a veces convertido en una cuasi batalla campal, cuando los amigos de uno y otro o de una y de otra empezaban a discutir entre sí.
Lo que sí marca la diferencia ahora es el irrespeto a los profesores. No es que no existieran casos, es difícil saberlo, porque reitero, ya quedan registrados, pero los enfrentamientos de común ocurrían fuera del salón de clases y sobre todo, lejos de la vista de los profesores.
En estos tiempos, tan modernos, tan permeados por los adelantos de todo tipo, por los avances en tantos y tantos renglones, esos mismos estudiantes que sacan provecho a ese progreso, no dudan en caerse a golpes o en agredir a sus compañeros, sin que les importe que su profesora, antes símbolo de respeto absoluto, esté presente.
Y en esa madeja de complejidades que arrastran consigo los seres humanos, de alguna manera todos somos víctimas de un sistema que olvida cosas elementales para fijar la superficialidad como objetivo básico.
Así tenemos a un joven e 18 años que golpea a una compañera de 15 y al que dictan un mes de precisión preventiva. Sin embargo, cuando vamos a su historial descubrimos una estela de desamparo, de dolor que lleva a pensar que más que cárcel necesita directrices para enderezar su camino, porque aun está a tiempo.
JPM