Venezuela y RD: descalabro vs crecimiento
Por FABIO RAFAEL FIALLO
Nicolás Maduro, Rafael Correa, Evo Morales, es decir, la plana mayor del eje bolivariano, se dio cita en Santo Domingo el pasado 16 de agosto para la juramentación de Danilo Medina en su segundo mandato presidencial.
Su presencia en tal ocasión no tiene nada de sorprendente; pues, en la práctica, República Dominicana ha sido un aliado de dicho eje y del chavismo en particular.
Baste recordar que, el pasado mes de junio, República Dominicana fue uno de los 12 países que trataron – sin éxito – de cancelar una reunión de la OEA destinada a debatir la oportunidad de aplicar la Carta Democrática de esa organización a Venezuela por violaciones repetidas a los derechos humanos en ese país.
República Dominicana rehusó igualmente sumarse a los 15 Estados miembros de la OEA que le pidieron al Presidente Nicolás Maduro habilitar “sin demoras”, el referendo revocatorio que reclama la Asamblea Nacional de Venezuela en conformidad con la Constitución de ese país.
Esa colusión diplomática se debe principalmente a los beneficios que República Dominicana obtiene de Petrocaribe, programa a través del cual Venezuela le suministra petróleo en condiciones financieras muy favorables, recibiendo a cambio el apoyo dominicano en los foros internacionales.
Los vínculos entre los actuales gobernantes de estos dos países van sin embargo más allá de esas consideraciones coyunturales y remontan a los orígenes de los partidos en el poder.
En efecto, el Profesor Juan Bosch, fundador del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) – del que emanan tanto el actual jefe de Estado, Danilo Medina, como el presidente anterior, Leonel Fernández – puede ser considerado en muchos aspectos como el predecesor del movimiento creado por Hugo Chávez y que hoy gobierna Venezuela.
Numerosas son en efecto las similitudes entre Juan Bosch y Hugo Chávez, comenzando por el hecho de que ambos esgrimieron una aguerrida retórica, de corte populista, que culpaba a todo un grupo social – los “tutumpotes” de Bosch, la “burguesía parásita” de Chávez – del atraso económico y social de sus respectivos países.
Dicha retórica llevó al Profesor Bosch a concebir en julio de 1963, siendo ya presidente, un proyecto de ley de confiscación de bienes (al que se opusieron la asociación de abogados y los dirigentes empresariales de la época) que el golpe de Estado que lo derrocó en septiembre de ese año impidió concretizar. La misma retórica llevó a Hugo Chávez a decretar repetidas veces un “Exprópiese” que ha quedado como una de las marcas de fábrica del chavismo.
La similitud se encuentra también en las reformas emblemáticas de ambos líderes políticos.
La prohibición de latifundios, estipulada en la Constitución dominicana de 1963 patrocinada por Bosch, encuentra su paralelo en la decisión de Chávez de promover la ocupación de tierras no laboradas.
Otra de las medidas de mayor resonancia del programa económico de Bosch fue el proyecto de creación de las llamadas “tiendas del pueblo”, destinadas a ofrecer a la población productos de primera necesidad a bajos precios, y que al igual que la ley de confiscación de bienes, no se llegó a implementar a causa del golpe de Estado.
Ese mismo tipo de medida se aplicó luego en la política económica del chavismo con la creación de la red Mercado de Alimentos (Mercal) con el propósito de garantizar a los ciudadanos la venta de alimentos a precios “asequibles”.
Ambos líderes se asemejaban igualmente por su gran volubilidad con respecto a los principios básicos de la democracia.
Antes de llegar al poder en 1998, Chávez afirmaba que no era socialista y se auto ofertaba como un demócrata convencido, llegando incluso a calificar el régimen castrista de “dictadura”. Sin embargo, una vez alcanzada la presidencia de Venezuela, empezó a instaurar su “socialismo del siglo XXI”, eliminando progresiva y rápidamente la independencia de los poderes legislativo y judicial y acosando a la oposición y a la prensa independiente.
Al igual que Chávez, Bosch hizo profesión de fe democrática durante las campañas electorales de 1962 y 1966. Sin embargo, después de perder los comicios de 1966, le dio la espalda a la democracia representativa – a la que despectivamente comenzó a llamar “la mentada” – y abogó abiertamente por la instauración de una “dictadura con respaldo popular”, la cual prefiguraba en sus rasgos generales el tipo de régimen que Hugo Chávez habría de instalar en Venezuela unos años después.
El boschismo y el chavismo comparten además una actitud ambivalente cuando se trata de respetar la voluntad popular: el veredicto de las urnas debe ser acatado, siempre y cuando les sea favorable.
Así, pues, ante la apabullante victoria de la oposición en las elecciones parlamentarias realizadas el pasado 6 de diciembre en Venezuela, y sometido a una fuerte presión internacional, el régimen chavista presidido por Nicolás Maduro se vio obligado a admitir la paliza que recibió en esa ocasión.
Pero tan pronto como los observadores internacionales salieron de Venezuela, ha ido despojando de funciones y prerrogativas constitucionales a la recién electa Asamblea Nacional, lo que equivale a un golpe de Estado en contra del Poder Legislativo.
En este aspecto, Bosch se le adelantó nuevamente al chavismo. En 1978, cuando gana las elecciones Antonio Guzmán – candidato de su archirrival PRD – Bosch aconseja (sin éxito, finalmente) al entonces Presidente Balaguer no entregar el poder, arguyendo que, de gobernar el presidente recién electo, quien dirigiría la República Dominicana sería “el embajador de Estados Unidos o cualquier empleado de la embajada que represente al embajador”.
Aquí cabe plantear una cuestión: ¿acaso exhortar a Balaguer a desconocer el veredicto de las urnas no equivalía a propugnar un golpe de Estado preventivo contra el presidente Antonio Guzmán, es decir, antes incluso de que éste asumiera la función para la cual había sido elegido mayoritariamente por su pueblo? ¿No es una contradicción, por parte de Bosch, abogar en 1978 a favor de ese tipo de golpe de Estado luego de haber condenado el golpe que lo derrocó en 1963?
Ese mismo doble rasero lo practicó Hugo Chávez al considerar como un hito revolucionario su abortada tentativa de golpe de Estado en 1992 contra el gobierno constitucional de Carlos Andrés Pérez y luego condenar la intentona golpista que trató de derrocarlo en 2002.
Notoria es, pues, la similitud ideológica entre los dos líderes políticos que moldearon los partidos actualmente en el poder en estos dos países. Sin embargo, a pesar de esas semejanzas, los rumbos tomados por República Dominicana y Venezuela han sido muy diferentes.
Por un lado, Venezuela – país que cuenta con las mayores reservas de oro negro del planeta, y que se benefició del boom petrolero más largo y pronunciado de la historia – se encuentra hoy inmerso en una crisis económica, política, social y moral sin precedentes.
El producto interior bruto cayó 4% en 2014 y 5.7% en 2015 y el Fondo Monetario Internacional pronostica una disminución de 10% en el año en curso. La inflación es la más alta del mundo y el FMI la sitúa en más de 700% en 2016. Un bolívar vale mucho menos que el papel para imprimirlo, y la escasez de artículos de primera necesidad (alimentos, medicinas, etc.) supera el 80%.
República Dominicana, por el contrario, es uno de los países de América Latina que más rápido está creciendo, con una tasa anual promedio de 5.4% en el periodo 1992-2014 y de alrededor de 7% en los dos últimos años. En las antípodas del caso venezolano, la inflación interanual fue de apenas 2.34% en 2015.
¿Qué pasó? ¿Cómo explicar que uno de esos dos países se descalabre y el otro no, a pesar de las similitudes ideológicas entre los fundadores de los partidos que en dichos países hoy detentan el poder?
Simplemente, si bien el PLD sigue ofertándose como el depositario de la herencia política de Juan Bosch, y suele exhibir en sus actos públicos una foto de él, ese partido supo emanciparse programáticamente de su progenitor. Empleando un término freudiano, podría decirse que el PLD realizó de facto un parricidio ideológico, lo que hoy lamentan los nostálgicos del boschismo y los abanderados de las dictaduras izquierdistas.
En República Dominicana, el espectro de las confiscaciones o de la prohibición de “latifundios” forma parte del pasado. A los “tutumpotes” se les llama hoy “empresarios”, y son considerados “socios” en el desarrollo nacional.
El chavismo, por su parte, no termina de cortar el cordón umbilical que lo ata a la ideología de su fundador. Al contrario, el régimen chavista presidido por Nicolás Maduro se ha enfrascado obstinadamente en un proceso de “radicalización de la revolución” que está llevando a Venezuela a un caos total.
En Venezuela, la “burguesía parásita” sigue siendo demonizada y acosada. Las ocupaciones de tierras que Chávez estimuló, y las expropiaciones de empresas que ordenó, han llevado al colapso de la actividad económica de ese país. Las “tiendas del pueblo” del chavismo, es decir, los “mercales”, con los controles de precios que las acompañan, sólo han logrado incrementar el contrabando, la escasez y la carestía de los artículos de primera necesidad.
El PLD hizo una crítica convincente del posicionamiento de Bosch en 1978 (cuando, recordemos, éste instó a Balaguer a no entregarle el poder al candidato victorioso en las elecciones presidenciales de ese año).
En una especie de mea culpa, luego del fallecimiento de su fundador, el PLD afirmó: “Justo es consignar que en 1978 el PLD no reconoció la importancia que significaba la derrota de esa maquinaria de fraude y atraso que representaba el conservadurismo de las fuerzas que sustentaban el poder del doctor Balaguer. Argumentando la necesidad de evitar la intromisión extranjera en los asuntos internos del país, la posición del partido no se correspondió con las sentidas aspiraciones del país que quería salir del doctor Balaguer y que reclamó el respeto a la voluntad popular.”
Venezuela, por su parte, sufre de lleno los estragos del golpe de Estado antiparlamentario que el régimen de Nicolás Maduro ha decidido perpetrar.
En Venezuela, hoy hay decenas de prisioneros políticos, la tortura se practica en las celdas subterráneas de “La Tumba”, y proliferan los intentos de amordazar la oposición y la prensa independiente. En República Dominicana, el PLD ha engavetado la tesis del Profesor sobre la “dictadura con respaldo popular” y existe absoluta libertad de expresión, libertad de prensa y un régimen de corte democrático, sin presos políticos ni represión.
Que quede claro: la situación actual en República Dominicana deja mucho que desear. Para muestra basta un botón: alrededor del 40% de la población vive actualmente en condiciones de pobreza, lo que de encomiable no tiene nada, si bien la tendencia es a la baja según estimaciones publicadas por el Banco Mundial.
Cabe no obstante señalar que, en Venezuela, dicho índice es aun más desalentador: el mismo muestra un deterioro en los últimos años y gira entre 72 y 76% según un estudio de tres prestigiosas universidades de ese país (que contradice con fundamento las fantasiosas y desacreditadas cifras oficiales que el gobierno suministra a la prensa y los organismos internacionales); superior pues al 45% que Chávez encontró al llegar al poder.
No obstante, independientemente de las carencias evidentes del modelo dominicano, el presente análisis demuestra que el chavismo, o lo que ha de quedar de ese movimiento después de la marabunta del madurismo, tiene mucho que ganar si decide emanciparse – como lo hizo en República Dominicana el PLD – de los atavismos de su fundador.
De este análisis se desprende igualmente una lección para la diplomacia de la República Dominicana. Hela aquí: el mismo pragmatismo que las autoridades de ese país han mostrado en el terreno económico y político, y que las ha llevado a deslindarse de facto de las extravagancias ideológicas del fundador de su partido, ese mismo pragmatismo, repito, debería inducirlas a deslindarse en el campo de la diplomacia de un régimen venezolano condenado por su intransigencia e ineptitud a colapsar.
Pues el gobierno dominicano no tiene interés alguno en hipotecar su diplomacia apoyando a un régimen venezolano fracasado, desacreditado internacionalmente, inepto, quebrado y represor, que se ha quedado – como le ocurre a toda dictadura – sin respaldo popular.
jpm
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