Vacunas más allá de los 14 años
No hace mucho, un mes quizás, oí a un grupo de amigos que comentaban el caso de un conocido. A su vecino, un joven de 37 años le habían diagnosticado sarampión. ¿Nosotros estamos vacunados?, reflexionaba uno de los jóvenes. ¿Deberíamos vacunarnos ahora?, comentaba otro. La realidad es que la mayoría de adultos ignoran o no recuerdan si están correctamente vacunados, qué vacunas recibieron, y mucho menos si les recomendaron alguna vacuna para cuando fueran adultos. Cierto es que todos disponemos de un carnet de vacunación infantil donde se registraron las vacunas recibidas y de donde podemos rescatar la información que nos puede ayudar en determinadas ocasiones. Sin embargo, en no pocos casos el carnet se ha extraviado y ha caído en el olvido. Si no disponemos del carnet de vacunación, existen dos factores que nos pueden ayudar a determinar las vacunas que requerimos los adultos: el año de nacimiento y la zona geográfica donde hemos nacido y crecido. Fue en el año 1965 cuando se inició en nuestro país la vacunación infantil de forma sistemática y se institucionalizó mediante los conocidos calendarios de vacunación, en los que se plasma las vacunas que deberían recibir todos los niños. Estos calendarios no son rígidos, sino que han ido variando a lo largo de los años con la introducción de nuevas vacunas, la modificación de pautas o el cambio de unas por otras. Además, pueden existir pequeñas diferencias entre comunidades ya sea en la inclusión o no inclusión de determinadas vacunas o en la administración temporal de las mismas. De ahí que el año y la comunidad de nacimiento y residencia sean factores. En base a todo ello, podemos afirmar que los mayores de 50 años nunca fueron vacunados de forma reglada y por tanto podríamos preguntarnos: ¿Son todos ellos candidatos a las mismas vacunas que los niños? ¿Son susceptibles a todas las enfermedades infecciosas? ¿Deberíamos vacunarlos de todo? En los años anteriores a 1965, la incidencia de enfermedades infecciosas infantiles como sarampión, rubéola, parotiditis y varicela, entre otras, era muy alta y la mayoría de niños las padecía, por lo que adquirían inmunidad para toda la vida. Por este motivo, este grupo de adultos, tienen una gran probabilidad de estar protegidos frente a estas enfermedades de forma natural. No ocurre así con otras enfermedades como el tétanos o la difteria, por lo que aunque las hayamos padecido deberemos pensar en la vacunación periódica que nos permita mantener la inmunidad a lo largo de la vida. Tras la primovacunación con tres dosis a los 0, 1 y 6 meses, se recomienda una dosis a los 45 años y otra a los 60-65. Es a partir de esta edad cuando conviene recordar la necesidad de vacunarse frente a la gripe cada año. Y también frente al neumococo, siguiendo las pautas que nos indicará nuestro médico. Otro grupo de edad en el que se observa una particularidad vacunal serían todos aquellos nacidos entre 1966 y 1977, debido a su relación con la vacuna triple vírica. Esta vacuna, que contiene antígenos frente al sarampión, la rubéola y la parotiditis, no se incluyó en calendario vacunal hasta el año 1981, cuando se inmunizó a los niños de 12 meses. Eso significa que los adultos que actualmente tienen entre 35 y 50 años pueden ser susceptibles al sarampión, a la rubéola y a la parotiditis y sería recomendable administrarles la vacuna triple vírica. Además, cabe recordar que a los 45 años nos corresponde una dosis de recuerdo de la vacuna antitetánica. ¿Y qué pasa con los menores de 35 años? Este grupo de población fue correctamente vacunado y recibió la última dosis de vacuna a los 14 años. Debería pensar en vacunas en caso de viaje o actividad profesional. En cualquier caso, será nuestro médico quien nos dirá cuáles son las vacunas indicadas. En definitiva, la edad nos va ayudar a revisar nuestra situación vacunal, pero lo que nos dará una información segura y fidedigna será nuestro carnet de vacunación. Por lo que hace falta darle la importancia que tiene y no considerarlo como una simple anécdota de nuestra historia personal. (La autora es Médico consultor del Servicio de Medicina Preventiva y Epidemiología del Hospital Clínic de Barcelona e investigadora del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal)