Una profunda revolución en todos los sentidos

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EL AUTOR es investigador y empresario agroindustrial. Reside en Santo Domingo.

Por CESAR AYBAR

En República Dominicana hay que hacer una profunda revolución en todos los sentidos. Cuando se habla de revolución la gente tiende a rechazar el término porque, en una época, fue sinónimo de violencia.

Pero aquí se trata de una revolución integral que debe empezar precisamente con acciones que tengan por objetivo eliminar todo tipo de violencia en nuestra sociedad.

La violencia es consecuencia de la acumulación de injusticias premiadas a los ojos de los componentes de la sociedad, de engaños y mentiras repetidas durante años disfrazadas cada vez por ilusiones de soluciones basadas en esperanzas falsas.

El proceso de deterioro de los valores fundamentales que sostienen una sociedad y que permiten que esta pueda desenvolverse en un ambiente de paz, está peligrosamente avanzado. Hoy en día se han perdido los referentes de conductas que conlleven a la convivencia armónica y pacífica.

El centro de atención de cada ciudadano lo constituye el cómo resolver su problema, lo demás queda relegado a una lejana posición.

En la actualidad nuestra sociedad se rige por la ley del más degradado moralmente, es decir, la ley de conseguir todo lo material que se pueda por la vía más fácil, sin importar el cómo ni las consecuencias.

El bien común es cosa del pasado. Y esos son los referentes que les estamos dejando a las generaciones que vienen subiendo. ¡Urge una revolución profunda en todos los sentidos!

Pero ¿cómo iniciamos esta urgente revolución? ¿Qué hacer si casi todo está corrompido en la sociedad? ¿Cómo y con quién nos organizamos para iniciar está importante tarea? ¿Sobre qué base podremos llevar a cabo tan urgente e importante acometida?

Son preguntas para reflexionar que quiero dejar en las mentes y los corazones de quienes lean este artículo. Lo que sí es cierto es que la sociedad está enferma, y algo tenemos que hacer para sanarla, antes de que sea demasiado tarde.

De mi parte he decidido empezar por cambiar yo, y reconocer yo mis faltas, vaciar mi corazón de todo aquello sentimientos y actitudes  que incitan al mal: envidias, rencores, deseos de venganza, lujurias, deseos de poder, apegos, codicias, individualismos, egoísmos, etc., para, con la ayuda de Dios, lograr tener un corazón limpio. Tal vez ese sea un inicio precioso y efectivo para provocar esa revolución, quizás esa decisión podría generar una reacción en cadena que traiga como consecuencia el cambio que deseamos.

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