Una práctica muy arraigada en RD
No es percepción ni nada que se parezca. Es una realidad en este país que parientes cercanos se pasan hasta años sin visitarse. Lo lamentable de ello es que los hay que viven en la misma ciudad, o a una distancia considerable que se puede superar en cuestión de minutos o en pocas horas.
Se dan casos en que dos hermanos (pueda que sean hermanas, o varón y hembra, y viceversa) coinciden en la calle, en un establecimiento comercial, ya sea un supermercado, una consulta médica o en cualquier otro lugar después de mucho tiempo sin verse las caras.
Desde mis tiempos de infancia he conocido casos de hermanos/as, y de primos/as que ni siquiera tienen contacto mediante llamadas vía teléfono. En ello influye el que sean hermanos/as de padre que, en un sinnúmero de casos, sus progenitores han sido más que irresponsables en cuanto a dedicación y entrega con su larga prole.
Y no es necesariamente que entre esos parientes tan cercanos se haya producido algún disgusto, y mucho menos rencilla. Casos los hay en que en ello influyen las simpatías políticas, el status económico y hasta la condición religiosa.
Duele decirlo, a mucha gente se le hace cuesta arriba tomar un aparato de teléfono residencial o su celular para llamar a un familiar cercano, y ni qué decir de un allegado.
Ahora las redes sociales son una excusa para mantener contactos, en ocasiones muy esporádicos. Pero en la práctica eso se da mayormente entre jóvenes, y no todos tienen las herramientas necesarias para ello.
¿Cómo puede ser que el hermano no dedique tiempo a visitar a su otro hermano, o viceversa? Es una actitud criticable en su justa dimensión. Entre tíos/as y sobrinos/as, o entre primos/as es más frecuente esa situación.
Ahora que se acercan las festividades navideñas, tradicional tiempo de reencuentros y de reuniones familiares, y de mostrar el más sano afecto entre amigos, es prudente y aconsejable abogar porque las familias en esa situación se reencuentren. Sin duda, los encuentros entre familiares y allegados son los mejores momentos para compartir, alegrarse, contar anécdotas, en fin, botar el estrés.
La práctica nos indica que una alta proporción de los dominicanos suele visitar a algún pariente o allegado cuando muere uno de la familia. En esa situación, todos los caminos conducen al velatorio o a los últimos rezos o novenario, o última misa, o como se le quiera llamar.
Pero, cuando suele invitarse para un encuentro o pasadía, con ambiente festivo, aún cuando se muestre el deseado interés, no siempre habrá garantía de que todos los convocados acudan a la cita. Eso pasa con mucha frecuencia.
Compartir en familia es garantía de seguridad, de confianza en sí mismo y en quienes nos rodean. Y el tiempo nos da la razón.
jpm