Una noche con Leonel Fernández

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LA AUTORA es periodista. Reside en Santo Domingo.

 

 

El pasado martes 2 de junio abordaba el vuelo de Iberia Santo Domingo-Madrid, pautado para las ocho y quince minutos, aunque su  despegue vino realizándose pasadas las nueve.

Junto a la puerta de embarque empecé a ver algunos ex funcionarios miembros del PLD, no presté atención al detalle y me dediqué a esperar la llamada para abordar.

Al notar la algarabía, ya acomodada en mi asiento, miré hacia el lugar de donde procedían las voces o más bien susurros y abrazos, manos que se levantaban en señal de saludo y justo en ese instante le vi administrando su sonrisa encantadora, saludaba a unos y otras permaneciendo caballerosamente de pie.

Permítanme compartir con ustedes mi noche junto a Leonel Fernández quien viajaba también en el vuelo de Iberia.

Estaba cerquita de mí. Mentalmente conté las filas que nos separaban, eran cuatro hileras de dos asientos cada una, yo podía ver como gesticulaba, lo veía sonreír, más no escuchaba lo que decía porque conversaban en voz baja, tan queda que siendo dueña de una imaginación un tanto tenaz, creía escuchar o sospechaba su verbo calmado y amable.

Perdón, aún no he dicho que Leonel y su comitiva iban en primera clase, mientras yo husmeaba desde una constreñida clase turística, a veces escudriñaba por los lados de una cortina que subían o bajaban a conveniencia de los aprestos de las azafatas. Yo contaba con un excelente asiento, el primero de la fila junto a una salida de emergencia.

Unos pocos pasos me separaban y volví a pensar en las tantas veces que he tratado de hablar con este poderoso hombre dominicano durante sus gobiernos y también después, jamás logré que se rompiera el anillo que le rodeaba para darme paso, (mismo que le sigue) ahora casi dependía de mí hacerlo, una vez más me equivocaba.

Traté de acercarme legal e “ilegalmente”, entre curas no nos pisamos la sotana y los dominicanos tenemos suficiente astucia para darnos maña, así pues solicité la anuencia de una azafata de clase turística que a su vez, transmitió a su compañera de primera clase mi deseo de saludar a mi expresidente, me respondieron que los acompañantes del político no podían “molestarle”, y yo emulando a los españoles dije a viva voz, “tiene huevos”, los políticos se sirven de nosotros, los aupamos con nuestros votos, somos nosotros quienes les convertimos en grandes personajes y luego no podemos ni saludarles, porque les “molestamos”.

La cosa no quedó ahí, me precio de ser una mujer obstinada y lograr mis propósitos, ¡casi lo consigo! aceché un momento de calma, sin embargo pequé de tonta al olvidar que se trataba de un expresidente y que había gente allí para vigilar hasta a una hormiga que se moviera cerca, una vez más me impidieron el paso, me conformé de momento pensando, total, él se lo pierde.

Toda la noche desde mi cubil, veía desfilar bandejas, las copas iban y venían, le veía inclinar el codo y reír, mover los labios conversando, le vi hasta cuando fue al baño, le espié durante toda la noche y convencida de que no podría hablarle, pedí vino con la cena para brindar a solas y en silencio por esa única noche que pasaba junto  a Leonel Fernández.

Tan cerca y tan lejos Leonel, un consejo: baje de las nubes y pise tierra firme, verá que siendo más sencillo, le apreciarán más como ser humano.

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