Special report: Trujillo ¡enamorado y haciendo esquinas!
Los arrestados en el caso de la muerte a tiros de Rafael L. Trujillo Molina fueron muchos -por horas, días y hasta meses- a partir de la misma noche del 30 de mayo de 1961.
Entre ellos estuvo el doctor Rafael Batlle Viñas, quien al momento del acontecimiento estaba casado con una pariente de Ernesto de la Maza (co-líder de la conspiración), y a la vez tenía fuertes vínculos amistosos con Salvador Estrella Sahdalá, participante directo en el complot.
Batlle Viñas fue de los que más tiempo permaneció en prisión y junto a un hijo sufrió torturas, pero logró salvar la vida, al igual que muchos otros.
Hace algunos años (ocho o nueve) lo conocí y visité en Santiago, a donde se había establecido, y sostuvimos dos conversacionesֵcomo parte de mi interés en recoger datos históricos de episodios destacados de la vida nacional.
Tan pronto comencé a hablar con él me di cuenta de que sus recuerdos eran vagos y que era poco lo que de él podía obtener. La misma situación que he confrontado con distintas personas de edad avanzada en mi ejercicio de investigación periodística.
Pero un dato me llamó la atención: una vez, por la zona capitaleña cercana al Palacio Nacional, vio a Trujillo en un carro desde el cual vigilaba la casa de una mujer a la que el dictador pretendía conseguir.
Batlle Viñas no me dijo a qué hora fue eso ni en qué lugar específico, y mucho menos quiso identificar a la mujer que Trujillo acechaba. Barajó dar detalles del caso que él, espontáneamente, sacó a relucir en medio de la conversación. Adoptó la misma actitud de varias personas de buena edad a las cuales he entrevistado y que se niegan a ofrecer pormenores de hechos ocurridos hace bastante tiempo y que en nada le perjudican ahora.
Me quedé con un ardiente interés de saber más, sobre todo porque el doctor Batlle Viñas, evidentemente un hombre honesto y serio, con buen historial en la medicina, me dio seguridades de que el hecho fue cierto.
EUCLIDES
Cuando de Euclides Gutiérrez Félix se habla, hay que “quitarse el sombrero”, como dice el viejo refrán. Puede ser que no se simpatice políticamente con él, pero hay que admitir que habla con propiedad, pormenores, datos en mano de todo tipo, etc. Sus exposiciones acerca de hechos y situaciones del pasado atraen, ilustran y colocan a uno, sin importar la edad, en el papel de alumno.
Por qué decimos todo esto de un hombre que no es santo de la devoción de alguna gente, aunque obviamente tiene muchos admiradores en el campo de los recuentos históricos de las últimas décadas ?.
Lo decimos a propósito del tema anterior relacionado con Batlle Viñas. Una vez, hace poco relativamente, Gutiérrez Félix sostuvo públicamente haber visto a Trujillo cuando pasaba insistentemente por una calle céntrica detrás de una mujer.
Gutiérrez Félix contó que sería a finales de 1955 o principios de 1956 cuando su familia se mudó a la casa número 20 de la calle Crucero Danae, propiedad de Esther Montás de Pérez (La madre de Eugenio Pérez Montás y de Hernando Pérez Montás).
En la casa número 11 de la misma vía, que está entre la calle Casimiro de Moya y la avenida Independencia, residía con sus hijos Gisela Guerrero Dujarric.
“Ese es un barrio muy distinguido de la ciudad capital, que se llama Ensanche Lugo, no Gazcue, y que viene desde la Marino Cestero, donde estaba el Teatro Independencia, frente al parque del mismo nombre, en un espacio comprendido entre la avenida Independencia y Bolívar, hasta la avenida Pasteur; a partir de ese lugar se llama Ensanche La Primavera, nombres que la ignorancia de los profesionales y periodistas que provienen de la baja pequeña burguesía han modificado, con la indiferencia de las autoridades municipales”, explicó Gutiérrez Félix.
Agregó que “Miguel Ángel Guerrero Pimentel, a quien sus nietos le decían Papapito, era el padre de Gisela, hija de María Dujarric Quezada de Guerrero, a quien sus nietos llamaban Buela”.
EMPOLVARON AL JEFE
He aquí la parte con sabor del relato del maestro, periodista, abogado y escritor Gutiérrez Félix:
“Fueron estos niños, hijos de Gisela y de Manuel Augusto Cocco Batlle, divorciados, los que una noche día de San Andrés, 30 de noviembre, le tiraron almidón y polvo en la cara a Rafael Trujillo Molina, alias El Jefe, monarca sin corona de la República Dominicana,montado en un pequeño automóvil que manejaba un oficial del Ejército, apellido Richardson, que hacía esquinas y pases a una bella dama de La Vega que vivía en la Danae y quien luego fue su amante”.
Euclides, entonces un muchacho de 20 años, afirma que presenció ese episodio “y, corriendo hacia los niños, les dijimos que se fueran a su casa, ya que los Cocco Guerrero no eran los únicos niños en la calle. Más tarde vino una perrera de la Policía y se los llevó presos a todos”.
Añadió que “nuestro amigo era Papapito, gerente del Atlas Comercial Company, y de quien era ayudante Enrique Peynado, fundador de la Delta Comercial y padre de Jacinto Peynado. Miguel Ángel, Osvaldo J. Peña Batlle, alias Cocó, y Enrique Peynado, como lo recordaban Gisela y Miguel, y como lo sabe Manuel y lo sabía su abuela, eran nuestros contertulios en el restaurant El Dragón, Independencia esquina Doctor Delgado…”.
La historia de Euclides fue corta y siempre me he quedado con el deseo de que la recree más. Pero hablar con el hombre, que tiene material de sobra para nutrir sus memorias, es muy difícil. Más fácil es sacarse el premio mayor de la Lotería Nacional.
EN SAN CRISTOBAL
En su ciudad natal, San Cristóbal, Trujillo dio también, aunque en otra forma, evidencias de estar enamorado.
El doctor Ramón Blanco Fernández, quien vivió largo tiempo en ese poblado –muy apacible en los años de la dictadura- me ha contado cómo vio al monarca pasearse prácticamente sin escolta por la acera donde está el edificio del Correos y Telégrafos en la céntrica y entonces glamorosa avenida Constitución, junto a una dama que en ese momento cortejaba.
Blanco Fernández, por aquella época lleno de ímpetu juvenil, observaba de lejos la escena junto a su amigo Judet Hasbún Espinal, quien residía en el mismo sector de la mujer, de apellído Freites, y juntos acariciaban la idea de matar al hombre fuerte.
Blanco Fernández está vivo y muy lúcido. Igual su patner Euclides. Y Hasbún Espinal reside en Miami. Así es que si quiere usted saber más, haga contacto con ellos y pregúntele.