Síndrome de gallareta
Una estrategia de campaña electoral, aun diseñada para un candidato o partido con escasas posibilidades de ganar, debería sustentarse en la verdad, creatividad, sentido de oportunidad, conveniencia y debido respeto a los electores.
Hay aspirantes que no paran de hablar, por lo que en vez de comunicar, lo que producen es ruido político, que confunden con adhesiones a sus difusos y confusos discurso, por lo que sufren del síndrome de la gallareta.
Ese tipo de político se cree con derecho o en necesidad de abordar todos los temas, sobre los cuales dice lo primero que se le ocurra, sin previa investigación o reflexión, por lo que siempre está en riesgo de exponerse al ridículo.
Una característica resaltante en esos candidatos es su crasa indisciplina para administrar el discurso político con mesura, objetividad y conocimiento de lo que trata de comunicar, lo que hace que la gente lo considere como un “gallo loco”.
Si un candidato considera que debe referirse al tema del Presupuesto General del Estado, deberían ilustrarlo sobre algunos aspectos simples y esenciales, como la irrenunciable obligación de mantener control del déficit fiscal y saber que la presión tributaria representa apenas el 14% del PIB y el gasto, el 17.5%.
Es igual que si trata el asunto del aumento salarial a los policías, un tema que consista simpatía, pero que se daña cuando no se identifica de manera sana la fuente que sustentaría ese incremento, se promueve aviesamente declaraciones de un raso y un coronel que agregan el tema de indisciplina policial y canibalismo mediático.
Ni que decir de la infeliz incursión en el tema de las visitas sorpresas, la pretensión de vincular a los jueces de la Suprema Corte de Justicia con un oscuro plan político oficial, el manejo torpe de los problemas con Haití, así como la manifiesta complacencia con la letrinizacion del debate político.
Los ciudadanos anhelan y merecen una campaña electoral de contenido en la cual los candidatos y partidos se empleen a fondo en la discusión de asuntos esenciales, sin burdas manipulaciones ni juego sucio, pero es evidente que desde algunos litorales todavía se cree que el pueblo carece de inteligencia.
Difícil será ocultar con mentiras o medias verdades realidades tozudas como las de que la economía crece vigorosamente con estabilidad, que la educación de calidad ha despegado, que el crédito se democratiza, y que el Gobierno afronta con decisión problemas estructurales como el del sector eléctrico.