Semana Santa
Con la llegada este domingo 29 de marzo del Domingo de Ramos se inicia la Semana Santa, tradición que celebra la iglesia con más feligreses en el mundo, como lo es la católica.
Pero la llegada cada año de este período demuestra cómo ha cambiado el mundo. La sociedad de consumo ha ido paulatinamente imponiendo patrones de conductas diametralmente diferentes a las tradiciones de los pueblos. La Semana Santa en estos tiempos es sinónimo de francachela, bacanal, alcohol y drogas, muy diferente a la época de nuestra niñez en donde la semana mayor era tiempo de recogimiento, de penitencia, de visita a los templos católicos.
Llegada la época en que se conmemora la muerte y resurrección de Jesús, los adultos de mi época recomendaban aislamiento y abstinencia total, algo parecido a un monje tibetano, pues de violar los cánones que regían esos siete días, podría desatar la ira de Dios y este convertir en animal u objeto al transgresor o transgresora.
Durante esos tiempos ni hablar alto se podía, pues ese simple hecho enojaría al Altísimo, lo que no se descartaba que del cielo le cayera a la persona un rayo que lo convirtiera en carbón.
Estos tiempos son otros; el hedonismo y el narcisismo estigmatizan la época. Hoy día las instituciones de socorro se emplean a fondo para poder ofrecer servicios de ayuda a una población que desborda todas las expectativas posibles, y se entrega al dios Baco, como si la vida se fuera a terminar en una semana.
Las empresas licoreras hacen su agosto en primavera, y el alcohol corre a raudales por playas, ríos y montañas. Las drogas son consumidas sigilosamente, y hay quienes se las ingenian para preparar bebidas caseras (como Pitrinchi, Cañañá, Triculí, etc.) que a la postre le generan grandes problemas de salud y complicaciones estomacales, incrementando la afluencia de pacientes a las clínicas y hospitales.
Las paradas de autobuses se abarrotan de público, y las empresas de transporte “guisan”, pues la Semana Santa es aprovechada por gran parte de la gente para acudir a sus pueblos a juntarse con sus familiares.
La mayoría de la gente se entrega a la juerga de la semana en que se celebra la muerte del hijo de Dios. No le para bola y se lanza al desenfreno de Semana Santa. Muy pocos van a las iglesias y las semanas santas se han convertido en una muestra fidedigna de la decadencia humana.