Saltando charcos y dando brochazos
Quizás porque nos estamos acostumbrando a su estilo cercano y sencillo, el gesto del presidente Luis Abinader, pintando una casa de barrio con un rolo, no llegue a ser tan emblemático e impactante como lo fue la gráfica de Danilo Medina en el aire cruzando un charco de agua en unos de nuestros campos.
Salvo algunas extravagancias y desaguisados del presidente Hipólito Mejía, por supuesto carentes de solemnidad y poder simbólico y persuasivo, tanto Danilo Medina, como el presidente actual, Luis Abinader, han matizado su popularidad en las primera parte de sus gobiernos con gestos humanos que han servido para perfilar en un determinado momento, una forma de gobernar más a tono con las aspiraciones de las clases menos favorecidas.
Se trata de acercamientos y gestos que pudieran augurar la necesaria sensibilización de la clase política y gobernante para gestionar una participación más justas y dignas en la distribución del creciente pastel económico que tan inequitativamente se ha repartido siempre en la República Dominicana.
Estos gestos que bien pudieran encarnar en su carácter simbólico y sugerente la grave problemática económica y social que se vive en la República Dominicana, suelen quedarse en la fachada, en el ensayo escénico de marketing político que pasan a devenir en poses populistas que al concluir los mandatos presidenciales no se traducen en cambios estructurales capaces de impactar de manera significativa en la vida de los sectores más deprimidos de la sociedad.
Leonel, en más de una ocasión, seleccionó una casa pobre de barrio para a compartir con sus familiares una cena de nochebuena. No sé por qué, pero siempre hubo fallas en el guion, y la intención simbólica y persuasiva no surtió efectos favorables para la imagen del presidente Fernández.
El carácter y estilo de Leonel no ha conectado con este tipo de actividad, y para nada resulta consistente con las demás cosas que hacía y proyectaba.
Los gestos de cercanía personal de Balaguer con la gente del pueblo fueron siempre de paternidad providencial y mesiánica. Es cierto que les reportaron enormes ventajas políticas, pero eran muy repetitivos y plásticos; alcanzaban resultados, pero la falta de acción y movimientos no lo hacían tan impresionantes e icónicos como son los recogidos en una gráfica en la que aparece un presidente en el aire dando un salto como si con la chaqueta abierta al viento quisiera ser una emulación de Batman o supermán; o en el caso de Abinader, el hombre solidario, enérgico y audaz que se confunde con la gente para pintar en colores de esperanza los sueños olvidados que él quiere despertar desde su gestión presidencial para el bienestar y dicha de su pueblo.
Se pudieran calificar estos gestos de demagogia barata, de allantes mediáticos o de amagos populacheros para entretener a los más pobres, pero si los presidentes aprovecharan el significado de estos acercamientos, y sensibilizados ellos mismos ante el drama humano que viven las clases desposeídas, se comprometieran con los cambios estructurales, estos contactos vivos con el pueblo tuvieran mayor sentido.
El desafío que tenemos por delante como sociedad es humanizarnos más, es encontrarnos sin títulos, nombradías ni abolengos en medio de las cosas pequeñas y rutinarias superando los artificios que nos separan.
Es importante que todos sepamos que los presidentes brincan charcos y pintan casas, y que la clase gobernante entienda que la gente del pueblo merece instituciones y estructuras que le garanticen vivir de forma más humanas y dignas.
Ojalá que el presidente Abinader no solo pinte las paredes frontales de una casa pobre, sino que también impulse políticas y desarrolle más acciones que pinten con los matices del bienestar y el decoro las familias que habitan dentro de las viviendas empobrecidas de nuestros barrios y campos.
jpm-am
sr. gómez, a una mata de tayota no se les pides manzanas., usted cosecha los que siembra.