Sagacidad e independencia
En esta hora particularmente crítica de las relaciones entre República Dominicana y Haití, el gobierno dominicano debe actuar con sagacidad e independencia, sin dejarse chantajear por una élite haitiana que ha vivido de eso: del chantaje y la victimización de su pueblo, al que realmente esclaviza.
Esa élite es la responsable de la suerte del pueblo haitiano y la que se beneficia del éxodo masivo de sus nacionales hacia nuestro país. Por eso en vez de asumir el papel que le corresponde, presiona con toda energía para que sea República Dominicana la que le libere de la presión de su pueblo. Si continuamos cediendo ante su voracidad, ya estamos perdidos.
Es momento propicio para que el presidente de la República convoque a verdaderos asesores, esos que no solamente están capacitados técnicamente, sino que están comprometidos con el presente y el futuro de la nación, a fin de concentrar las mejores inteligencias y voluntades, para salir airosos de la trampa que históricamente nos hemos dejado tender.
En primer término hay que focalizar todo lo concerniente a las relaciones exteriores. Urge que tengamos una política consistente y no vacilante, con personal altamente calificado y consustanciado con los intereses de la nación, por encima de cualquier otro interés.
Un sector difícil, llamado a jugar un papel determinante en la defensa de la soberanía es el sector empresarial. Sobre todo el que está vinculado a exportaciones hacia Haití, debería diversificar su mercado, no hacerse tan dependiente y chantajeable. Y al mismo tiempo mirar hacia el pueblo que contribuye a sus ganancias, que es el pueblo dominicano, el cual tiene derecho a trabajar en su país, en condiciones humanas.
Le hace un enorme daño material y moral a la República Dominicana el discurso ligero y falso de que al dominicano no le gusta trabajar y por eso se necesita la mano de obra extranjera. Falso. Si se trazan verdaderas políticas encaminadas a nacionalizar el trabajo, el dominicano trabajará en su país como lo hace en cualquier parte del mundo, donde se le ofrecen mejores condiciones que en el propio.
Indudablemente que la lucha por la soberanía no es el único reto que nos urge. De todos conocidos son los males que nos aquejan: inequidad estructural, corrupción, inseguridad; debilidad institucional, e incumplimiento de la ley, quebrantada además por quienes tienen la grave responsabilidad de hacerla cumplir y dar el ejemplo. Pero el problema de la soberanía es un asunto de base y envuelve a los demás. Más aun, entiendo que su merma y riesgo, es en buena medida, fruto de todos ellos, y que los responsables son los mismos.
Necesitamos conocer y reconocer los principios y los héroes y heroínas que en las distintas etapas de la vida nacional han legado lo mejor de ellos/as en aras de nuestra existencia como nación libre. Mirándonos en ese espejo podremos mantener y/o recobrar la propia dignidad, que es la que está en juego.
Hay contrarrestar la alienante manipulación que amparada en la ignorancia, la superficialidad o los intereses económicos, paraliza e impide ver la realidad: saber quiénes somos y lo que merecemos como individuos y como pueblo.
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