Relaciones tortuosas e inevitables con Haití

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SANTO DOMINGO.- Todo parece indicar que las autoridades de la República de Haití solo tienen definido su papel para presentarse como “la victima pobre, que es explotada por su vecino millonario” y en ese papel sobre actuado, pretender hacer creer, que si se les ayuda es porque se le va a sacar ventajas y si no se le puede ayudar es porque son unos desalmados y anti humanos.

Esa ha sido la historia, mientras las autoridades haitianas han conducido su país en círculos, la clase política dominicana ha conducido al suyo en Zigzag, pero avanzando.   Eso puede explicar las diferencias entre el uno y el otro al medir los índices de desarrollo en cualquier orden, por lo que pretender culpar a las autoridades del uno de las calamidades del otro, no es un rasero justo.

 

En su papel de víctima, las autoridades haitianas, históricamente,  han ejercido el  ”derecho” de tomar decisiones unilaterales  ejerciendo  su derecho soberano, pero han sido coherentes en presentar como obstáculo para la relación armoniosa de ambos gobiernos, cualquier decisión reciproca que soberanamente adopten las autoridades dominicanas.

Nuestros hermanos haitianos, expulsan de su territorio a cualquier extranjero que en su opinión violente sus normas internas, pero si en la República Dominicana uno de sus ciudadanos incurre en violación igual y se le da el mismo trato, entonces “se trata de un acto racista por parte de un estado xenófobo”.

Sus mujeres embarazadas cruzan la frontera y vienen  a parir en nuestros hospitales,  lo hacen porque Haití sencillamente no tiene capacidad instalada para atenderlas.  Generalmente llegan en muy mal  estado, desnutridas, deshidratadas,  sin un récord médico que indique chequeo previos, y sin analítica.  Se les recibe en nuestros hospitales, se les estabiliza, se les realiza el parto y se le vacuna la criatura. 

¿Podría, si se presentara el caso, ser atendida en iguales condiciones una mujer dominicana, en el vecino país?  Sencillamente no. No porque Haití no tiene de nada y por eso sus ciudadanos corren hacia cualquier parte, siendo República Dominicana la primera opción por compartir el mismo territorio.

Con regularidad nos enteramos que sin más para allá, ni más para acá,  las autoridades haitianas disponen restricciones para ingresar a su territorio a productos dominicanos, pero si por alguna razón las autoridades dominicanas deciden una medida parecida, entonces las autoridades del vecino país recurren a la denuncia internacional contra República Dominicana, porque se les está creando una “crisis humanitaria”.

En las últimas tres semanas se ha intensificado la campana de mentiras que pretende presentar a la República Dominicana como un país violador de los derechos de los inmigrantes haitianos. Sus principales autoridades, encabezadas por su presidente, el primer ministro y su canciller, han mentido con descaro en diversos foros, presentando situaciones y hechos que nunca han ocurrido. 

El presidente  Michel Martelly tuvo el atrevimiento de asegurar ante los países del CARICOM, que la República Dominicana, ha repatriado ciudadanos de su país, “manos militar” y por “ser negros”, y en la afrenta se atrevió a tanto que dijo sin aportar ningún dato que pruebe su acusación que le fue enviada como haitiana, por tener la piel negra a “una ciudadana de Nigeria”, en un acto de mentira ruin, que solo buscaba predisponer contra nuestro país, a los allí reunidos.

 

Su señor canciller, afirmó en Naciones Unidas, que en las universidades dominicanas, “no se permite a los jóvenes haitianos cursar estudios superiores”, ese hablador, sabe perfectamente que de  los estudiantes extranjeros  cursan estudios en nuestras universidades, los de su país son el 80% y que en nuestras escuelas públicas sus niños son admitidos sin presentar el requisito de tener acta de nacimiento, ineludible para los hijos de dominicanos.  

Más recientemente y ante la exigencia de nuestro gobierno para que Haití se retracte de las dos falsedades anteriores, su primer ministro ha respondido con que “es difícil para las víctimas, disculparse ante sus verdugos”.  Todo lo anterior  muestra  que las autoridades haitianas perciben que es obligación de la parte dominicana aceptar sus majaderías.

En definitiva nos está pasando como al panadero del cuento, que todos  los días regalaba un par de panes al mendigo de la vecindad. Un mal día, el mendigo pasó como de costumbre, pero había escasez de harina y por lo tanto no había pan.  Treinta años después las maldiciones del mendigo retumban en los oídos del panadero.

Debemos reconocer, que el devenir de los años, nuestras autoridades y empresariado han sido permisivos  el primero y aprovechados los segundos, para con la migración haitiana irregular y que eso nos obliga a buscar, como hemos hecho,  la manera de resolver la situación migratoria de los que tienen méritos para ello, así como a sus descendientes, como un acto de justicia, pero de ahí, a tener que aceptarlos a todos y como sea, existe una distancia más lejana de  la Tierra a Plutón.

Como vecinos, no podemos negarnos a colaborar en todo lo que nos sea posible con Haití, aunque sus autoridades sean picoteras, mentirosas e intrigantes. Sin descuidar el cumplimiento de nuestras leyes migratorias y de comercio, estamos en el deber, mas no en la obligación, de asistirles, pues al fin y al cabo su población es la verdadera víctima de la ineptitud y falta de humanismo de su clase dominante.

Las autoridades dominicanas no pueden dejarse provocar, tienen que seguir actuando con la mesura y firmeza hasta ahora demostrada.  Nuestro gobierno no puede irse al extremo de los ultranacionalistas, pero tampoco puede aceptar las pretensiones, ni las presiones de países y organismos internacionales que buscan que resolvamos responsabilidades ajenas.  Podemos y estamos ayudando, pero el problema de la falta de desarrollo de Haití, es competencia fundamental de sus autoridades.

jpm

EL AUTOR es catedrático universitario y dirigente del PTD. Reside en Santo Domingo.
EL AUTOR es catedrático universitario y dirigente del PTD. Reside en Santo Domingo.
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