Recordando a San Agustín de Hipona
El 28 de agosto se celebra la fiesta de San Agustín de Hipona, doctor de la Iglesia. Por este motivo dedico este artículo a su memoria además de añadir un agradecimiento y testimonio público de su mediación a través de sus escritos de mi conversión a Jesucristo como también la de otros muchos. Para lograr la mayor objetividad posible, he optado por referirme a lo que dicen de él, otros escritores. Del site de Church Forum en el internet : “San Agustín ha sido uno de los santos más famosos de la Iglesia Católica. Después de Jesucristo y de San Pablo es difícil encontrar un líder espiritual que haya logrado ejercer mayor influencia entre los católicos que este enorme santo. Su inteligencia era sencillamente asombrosa, su facilidad de palabra ha sido celebrada por todos los países. De los 400 sermones que dejó escritos, han sacado y seguirán sacando material precioso para sus enseñanzas, los maestros de todos los tiempos. Cuando Agustín se convirtió al catolicismo escribió el libro Confesiones, que lo ha hecho famoso en todo el mundo, está considerado como un best-seller. Theodore Tack en el prólogo de su libr”Si Agustín viviera” dice: “Han transcurrido dieciséis siglos desde la fecha de su nacimiento, 354 d.C., y aunque gozaba de amplia notoriedad en la Iglesia de su época, se le conoce aún mejor y se lee con mayor profundidad y despliegue en nuestros días. En la actualidad sigue siendo uno de los autores a nivel mundial sobre el que existe más bibliografía”. La admiración de Su Santidad Juan Pablo II por Agustín se ha manifestado en muchos de sus escritos y homilías y en ocasión del XVI centenario de la conversión de San Agustín (1986) publicó una extensa carta apostólica en que expresa también lo que Agustín tiene que decirnos a los hombres de hoy. Para terminar quiero reflejar la gran humildad de este gran hombre de Dios citando las mismas palabras con que él dió fin a su grandiosa obra y por la cual titulé esta columna, “La Ciudad de Dios”: “Pienso haber saldado, con la ayuda de Dios, la deuda contraída. Aquéllos a quienes le parezca que me he quedado corto o que me he excedido, han de perdonarme. Y quienes crean que lo hecho es lo justo, no me lo agradezcan a mí, sino a Dios conmigo”. (XX,30,6). Les insto a que lean sus escritos, les aseguro que además de ser amena por su genial forma de expresión es incalculable el bien que le produce al alma al ser inspirados por nuestro Dios. leonor.asilis@gmail.comAttachments area