¿Qué nos pasa?
Motivado por la pregunta, del amigo periodista Saúl Pimentel, director de Almomento.net, ¿qué está pasando con el pueblo dominicano?, decidí hacer un recuento que podría arrojar algunas repuestas.
Para la década de los años 70s, la población de la República Dominicana era 4 millones nueve mil cuatrocientos cincuenta y ocho habitantes; los últimos datos estadísticos, para fines de comparación que tenemos son del censo del 2010, que nos dicen que la población en ese momento era de 9 millones 378 mil 818 habitantes.
Estos números nos dejan saber que la población se ha multiplicado un poco más que por dos, desde aquellos tranquilos y armoniosos años de convivencia social, no de armonía política; pues recordemos que los 70s fueron los años de la Banda Colorá y de las guerrillas de Amaury Germán y del coronel Caamaño.
Pero poniendo a un lado la cuestión política, aquella apreciable tranquilidad doméstica y social de las décadas pasadas con exigua población, vino a ser perturbada en los 80s y en los años siguientes, por factores exógenos que los dominicanos desconocían.
¿Cómo cuáles?: Drogas narcóticas, tráfico de armas, tráfico de personas, y una cantidad de ingredientes culturales que no eran propios del pueblo dominicano.
Para el último lustro de los 70s, los estudiantes en las escuelas y universidades dominicanas, desconocían por completo el problema de los narcóticos; y las pocas informaciones que les llegaban, venían por las noticias internacionales y por las conferencias que los contados expertos dictaban en el país.
En el año de 1988 es que se legisla sobre drogas y sustancias controladas en nuestro país, con la aprobación de la ley # 50-88; esta ley viene a modificar la 168 del año 1975 que controlaba el marco de importación y venta de sustancias controladas para el empleo en uso y fabricación de medicinas.
De estos pocos niveles de control legal, deducimos el poco cuidado que había puesto el Estado en el peligro del tráfico y consumo de narcóticos en el país.
El mayor éxodo de migrantes dominicanos hacia EEUU y Europa, que hemos conocido, se produjo durante los 80s; fue una época sin impacto de iniciativas económicas de parte del Estado, se le conoce en los análisis de esos tiempos, como la década perdida.
La migración hacia Nueva York y otras grandes ciudades, puso a nuestros nacionales en contacto con la actividad ilícita más ofertada en aquellos momentos, la venta de sustancias ilegales; muchos eran los dominicanos que regresaban a visitar el país, vistiendo con la extravagancia de las minorías, y con modas que deslumbraban la ignorancia de sus amigos; recordamos “los cadenuses” de los 80 y 90s.
Los barrios bajos de Nueva York, están repletos de historias de aquellos años, unas ciertas y otras inventadas; pero casi todas terribles; desde los señores de la droga, que cobraban sus deudas impagables o las ofensas de sus competidores, lanzándolos desde las azoteas de los edificios, hasta aquellos que usaban los hornos de calefacción para incinerar a sus víctimas sin dejar rastro.
Existen muchos condenados a cadena perpetua por crímenes y desmanes de esos terribles años; esas condenas son los vestigios de las historias verídicas. Bueno, esa fueron las aulas que graduaron muchos de nuestros criminales; y esos fueron los criminales que inspiraron a los demonios que hoy tenemos.
Las bandas de delincuentes juveniles no son creación de los dominicanos; éstos solo las han copiado, añadiéndoles métodos más salvajes y muchos más agresivos.
La proclividad del dominicano ignorante a copiar lo desconocido, se denota con los últimos crímenes cometidos en el país por los denominados “metálicos”; son los seguidores de un género musical, cuyas bandas se califican a sí mismas como demoniacas; hablan y cantan en lenguas, que dudamos ellos mismos entiendan.
De cualquier manera, si algo entienden, es la orden satánica de causar dolor y sufrimiento a quienes comparten su propio espacio; para muestra ahí está el llamado “Chaman Chacra”, Víctor Alexander Portorreal, quien asesinó toda su familia en el kilómetro 8 de la carretera Sánchez; pero este no es el único crimen en el país, relacionado con los que comparten esta inclinación sectaria.
Concluyendo: Si la educación del dominicano, no ha sido lo suficiente sólida, para asimilar sin daños la influencia de culturas extrañas; el papel del Estado para proteger la sociedad de esos peligros no ha sido efectivo.
La explosión demográfica ha multiplicado el terreno, para las malas influencias; drogadicción, alcoholismo, y delincuencia callejera; ésta última es una de las columnas del tráfico de narcóticos internos; ya el país no solo es un puente para este negocio, sino que también es un mercado.
Además la sociedad dominicana, amanece todos los días del calendario, con una andanada de improperios radiales, televisivos y escritos, incitando a la violencia; con las peores y más terribles palabras que se hayan inventado en el español que hablamos.
¿Qué podemos esperar?