Primavera y poesía

 

POR RADAMÉS REYES-VÁSQUEZ

Este miércoles 21 de marzo, tras  la llegada radiante de la primavera, se festeja el Día Mundial de la Poesía. Quienes me conocen saben que he dedicado mi vida a las letras y las artes, pero contrario a muchos de mis contemporáneos, he escrito muy pocas reflexiones sobre este difícil género, con cual he sido merecedor de tres premios nacionales, entre otros galardones que, más que alegrarme, me entristecen.

Con estas celebraciones el viento de la madrugada me devuelve a los días aquellos –décadas han pasado- desde que, a mis quince años, busqué el mecenazgo de René del Risco Bermúdez, y lo encontré. Me lanzó presentándome con un  prólogo que ha sido lo único feliz de aquel folleto de mi primera adolescencia, en el año 1969.

El opúsculo fue presentado por don Pedro Mir, recién llegado del exilio, en la Exposición Mundial del Libro (entonces en los edificios que ocupa hoy la Dirección de Impuestos Internos). Fueron mis primeros padrinos y los siguientes, Manuel Rueda y Franklin Mieses Burgos.

De estos comienzos recuerdo con emoción algunos mediodías: uno, el primero de entonces, cuando en la Villa Juana de los primeros años de mi adolescencia, fui a la farmacia de la esquina y llamé a una prestigiosa publicitaria que aún existe y conserva su hegemonía, a René del Risco Bermúdez, entonces celebrado por cuentos magníficos como Ahora que vuelvo, Tom, La noche se pone grande, o Se me fue poniendo triste, Andrés, y por su reciente libro de poesía, El viento frío, hoy autor y libro de cultos.

Tras la llamada me comunicaron con él y me respondió con esa cierta sencillez que nunca voy a olvidar. Le hablé de lo que había escrito y escuché la misma voz que en esos tiempos sonaba en la radio y la televisión anunciando desde Padrax en polvo hasta la cerveza Presidente; entonces era yo también un muchacho que soñaba ser locutor. Le expliqué, con voz trémula, el motivo de mi llamada  y, aun oigo su voz reposada cuando me dijo, Pasa por aquí el viernes a las once de la mañana. (Ah la memoria que devuelve cosas, fechas, nombres, palabras, olores, tactos, etc.). Pues el viernes falté al colegio y  me presenté tímido, con unos borrosos originales que temblaban en mis manos, al edificio El Palacio, calle El Conde esquina 19 de Marzo. Pocos minutos después, estaba yo en una pequeña oficina frente al celebrado autor cuya obra conocida por mí entonces en los suplementos culturales y los textos de Ramón Francisco, me había cautivado. Le entregué el folder con los textos y empezó a leer y, para temor mío, muchas veces me miraba por encima del hombro. Véte, me dijo, mientras grapaba a mis papeles, Te aviso. Debía darle un número de teléfono para que pudiera comunicarse conmigo, y le dejé precisamente el número de teléfono de la farmacia de donde lo había llamado.

Cuatro o cinco días después, al regresar de la escuela, me dijeron que él, el ungido, el escritor joven de imponente personalidad, el de Sábado de Ronda -(¡Luz, Cámara, Acción!)-, cuyo mecenazgo intelectual yo procuraba, me había llamado. En la noche, después de las siete, me esperaba en su casa, entonces en la avenida Francia, frente a lo que es hoy la biblioteca República Dominicana, casi esquina Dr. Delgado.

Cuando estuve allí junto a él, después de hacerme algunas observaciones sobre lo que yo había escrito, me disparó una mirada escrutadora. ¿Dónde tú vives, Radamés? Mi respuesta fue inmediata y humilde: -Por el cementerio de la Máximo Gómez-, y volvió a mirarme con más seriedad ahora. Eran los tiempos difíciles de los años de la postguerra, los Doce Años famosos y trágicos en un país que recientemente había estado enfrascado en una guerra civil que tres días después se gizo guerra patria, tras la segunda intervención norteamericana al país, eventos en los que la república perdió miles de almas nobles y  una importante generación de jóvenes dominicanos vio frustradas las esperanzas (constancia ha dejado el propio René en El viento frío). Por eso, y no por otra cosa, aún veo la cara que puso él cuando le di mi respuesta: -Por el Cementerio de la Máximo Gómez-.

Nos acodamos en el pequeño balcón, él con pantalones cortos de kaki, yo, espigado como entonces, camisa de nailon con rayas azules y pantalón de poliéster. Se quedó en silencio, mirándome, como preguntándome algunas cosas, hasta que, instantes después, me dijo, -Ahora mismo te llevo a tu casa-.

Cuando abordamos el Plymouth Valiant azul celeste la 30 de Marzo era una larga, sola y temible penumbra, una calle sola y muerta como diría Borges. El automóvil fue desplazándose y, cuando dobló por mi calle de entonces, la 23,  la oscuridad era peor y, apenas en la fritura, dos o tres persona escoltadas por algunos viralatas. Calle tan desolada como nunca. Las velloneras estaban muertas y, muertas también, las muy pocas luces de neón.

Cuando cruzamos la calle Paraguay, el Plymouth se detuvo y, ya en la puerta de la casa, conversamos unos minutos. Me dijo algunas cosas con amor de padre, palabras tiernas y, a veces duras sobre lo que me esperaba al dedicarme a las letras. Eran palabras envueltas en el humo del cigarrillo Montecarlo que había encendido. Cuando me desmonté me pidió que entrara a la casa inmediatamente, y cuando cerraba la puerta echó la colilla y me dijo adiós con la mano.

Dos o tres días después, tras regresar de la escuela, me dijeron que me había llamado el señor escritor. Debía regresar a la misma publicitaria a recoger el prólogo (o la presentación) que estaba listo.

Fui a buscar el texto poco antes de las cinco, y para mi sorpresa, el texto empezaba de una manera que se hizo memorable: memorable el prólogo o presentación, desconocido (por la Gracia Divina) aquel folleto. De entrada, René escribió: -Por allá por el cementerio de la Máximo Gómez, por donde vive Radhamés Reyes Vásquez, la noche es bronca y el día peligroso-.

Esta entrada, esta frase se hizo célebre. Se refería, para comenzar, por la situación, la realidad de los barrios de la zona norte de la capital. Todavía no había cumplido los 17 años cuando salí de Villa Juana, pero recuerdo con transparencia total aquella voz bien modulada, la mirada escrutadora y la pregunta. Lo demás, lo demás será después, porque casi llega radiante la primavera y se festeja el Día Mundial de la Poesía.

Mi gratitud a René del Risco Bermúdez, mago de la palabra, eternamente joven, a quien dedico este día.

Perdón. Solo he querido recordar a René del Risco Bermúdez, el último romántico, el ahora escritor de cultos, el gran ser humano, el más dotado y talentoso escritor de las últimas décadas.

reyesvasquez23@hotmail.com

JPM

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