¿Por qué nadie habla de ésto?
El 9 de Febrero de 1822, a tan sólo 39 días de haberse proclamado la independencia de España por José Núñez de Cáceres, el nuevo Estado fue invadido por 12,000 efectivos del ejército haitiano. Se pisoteaba la soberanía del nuevo estado llamado Haití Español y se le anexaba a la segunda nación en conquistar su independencia en América (Haití). Así se iniciaba la “larga tribulación”, que por 22 largos años sufrirían los dominicanos, bajo la bota avasalladora del Dictador Haitiano General Jean Pierre Boyer. En el presente, hay quienes cegados por el resentimiento y el prejuicio racial, han pretendido desconocer la verdadera historia, al sostener las expresiones de Boyer. De que fue llamado a ocupar el territorio nacional, con la finalidad de abolir la esclavitud y mejorar la economía del país. Para sostener dicho juicio, el presidente Haitiano se basaba en el hecho de que en el país no se disparó un tiro durante la ocupación, que su presidente José Núñez de Cáceres le recibió con un abrazo, a las puertas de la Capital. La realidad fue, que la población fue paralizada por el terror que le inspiraba aquel ejército compuesto por tártaros de ébano. Aún perduraba el recuerdo las aterradoras escenas, perpetradas tan solo 20 años antes, por las tropas del General Jean Jacobs Dessalines y del lúgubre General Cristóbal, en las invasiones de 1801 y 1805 Durante estas invasiones los pueblos de Monte Plata, La Vega, Cotuí, San Francisco de Macorís, San José de las Matas y Montecristi fueron saqueados y luego quemados por las tropas comandadas por el General Dessalines. Pero peor suerte tuvieron los pueblos de Moca y Santiago que fueron atacados por el General Cristóbal, pues sus poblaciones fueron exterminadas casi en su totalidad. En Santiago se efectuaron actos tan crueles como lo fue el arrojar a María Serra (quien padecía trastornos mentales) a las caudalosas aguas del río Camú, en la oscuridad de la noche. También se engañó a la población al pedírsele acudir a la iglesia tras garantizarles a todos la vida, ya en el templo decapitaron y desmembraron a más de 500 personas; el sacerdote Fray Pedro Geraldino fue ensartado en las bayonetas. Este acto de barbarie sin paralelo en nuestra historia, fue repetido en Moca, donde luego de cerrar las puertas de la iglesia para que nadie pudiese escapar, los feligreses fueron decapitados y desmembrados. El cura José Vázquez fue quemado vivo en las entrañas del templo, además las autoridades del Ayuntamiento fueron colgadas en un balcón del Cabildo, para dar testimonio de una crueldad satánica que trascendía el límite que separa al hombre de las fieras. (José Gabriel García. Hist. Sto. Dom. Tomo No.1, Pág. 314). Fue tan grande la matanza que la población disminuyó de 125.000 habitantes en 1797 (según el historiador martiniqueño Moreau de Saint-Mery) a 63.000 habitantes en 1819 (Censo levantado por los españoles antes de la invasión de Boyer) (La Isla al revés. Joaquín Balaguer, Pág. 103). Por las razones expuestas, el pueblo optó por someterse sin disparar un solo tiro, al representante de un país superior en número a la sazón 600.000 Habitantes, que tenía el prestigio de haber derrotado al ejército de Napoleón Bonaparte. El falso argumento esgrimido por el unificador de Santo Domingo (Boyer) para justificar el sometimiento de los dominicanos, fue el de abolir la esclavitud en toda la Isla Española, pero la emancipación de un pueblo no justifica el sometimiento ni el exterminio de otro. Las verdaderas razones de la invasión residían en: La adquisición de nuevas tierras, para lo que era necesario propiciar la migración de los colonos para ocupar sus tierras y propiedades y luego repartirlas entre la oficialidad del ejército Haitiano, solidificando así Boyer su posición de autócrata gobernante. El de forzar a los habitantes de la parte española a pagar parte de los 150.000.000 Francos que requería Francia de Haití como indemnización, para reconocer su independencia (Franklin Franco. Historia del pueblo Dominicano Pág. 184-185). El de fusionar dos pueblos con raza, cultura, idioma, religión e historia diferentes, sin contar con la aceptación de los conquistados, este era un sueño largamente acariciado por el iniciador de la revuelta de los esclavos “Toussaint Louverture”. Tan pronto Boyer regreso a Haití, el país quedó bajo la responsabilidad del General “Jerónimo Maximiliano Borgela. Se inició la persecución del clero católico, en especial del arzobispo Pedro Valera, quien se negó a reconocer el nuevo Gobierno. Se ordenó el cierre de la Universidad más vieja del Nuevo Mundo, se cerraron las escuelas y se sustituyeron los símbolos hispánicos por los haitianos. También se intentó abolir el uso del español como lengua y se implantó la Constitución Haitiana de 1816 que en sus artículos 38 y 39 ordenaba lo siguiente: Art. 38.- Ningún blanco cualquiera que sea su nacionalidad, podrá poner pie en territorio haitiano a título de amo o propietario. Solamente se reconocerán como haitianos los blancos que formen parte del ejército, los que ejercen funciones públicas y a los admitidos en el país antes de la publicación de la Constitución del 27 de Diciembre de 1806. Para el futuro y después de la publicación constitucional, ningún blanco podrá aspirar a los mismos derechos ni ser empleado, como tampoco adquirir la ciudadanía ni propiedad en la República. Art.39.- Por otra parte se permite después de un año de residencia en el país adquirir los derechos de ciudadanía y naturalización a todo africano, indo americano y sus descendientes nacidos en colonias o países extranjeros. El odio expresado en los artículos que preceden (nos recuerda el decreto lanzado por Dessalines de “muerte al blanco”) propició el que la soldadesca haitiana cometiera horrendos crímenes, como lo fue el asesinato de Andrés Andújar y sus hijas las vírgenes de Galindo. Estas jóvenes junto a su padre fueron salvajemente violadas, luego descuartizadas y sus despojos lanzados a un pozo que les sirvió como sepultura. Este repugnante acto fue perpetrado por los oficiales haitianos Condé y Lenoir (Joaquín Balaguer “Centinela de la Frontera”, Pág. #19), quienes poseedores de una sexualidad desenfrenada exacerbada por el alcohol, cometieron tan horrenda barbarie. Hechos como este motivaron el inicio de una gran migración hacia Cuba, Puerto Rico y Venezuela; la población trataba de escapar a la ira racial y a los desenfrenados apetitos sexuales de los invasores, así como al filo de sus espadas. Aquel ejercito de bárbaros, como el de Atila, arrasaba con todo lo que encontraba a su paso, nunca sabremos cuantos dominicanos murieron ni cuantos lograron escapar. Pero si sabemos que al término de la ocupación la población dominicana era de unos 30.000 habitantes, (según el libro “República Dominicana” publicado por el Gobierno del Presidente Cáceres), se redujo en un 50 % en relación al censo efectuado por los Españoles en 1819 donde fueron contadas 63.000 almas. De esta forma se ensañaron los invasores con un pueblo indefenso, que su único delito fue el de ser el primado de América y el de estar compuesto por los descendientes del Gran Almirante y de los aventureros que le acompañaron en la más grande de las epopeyas que recuerda la humanidad. NOTA: Ante la brillante exposición realizada por el periodista Manuel Núñez, queremos poner nuestro grano de arena y recordarle al país lo que muchos historiadores pretenden olvidar, pues sin duda obedecen a intereses que no podemos identificar.